ENFOQUE: Democracia, Bukele, Serrano y Fujimori…

Gonzalo Marroquín Godoy

El autoritarismo no hace más que llevar a cualquier país a vivir el yugo de la dictadura.  Las instituciones democráticas deben respetarse… nos guste o no.

República y Democracia son dos conceptos antiguos, creados por las sociedades como un sistema para terminar con los reinados y, en épocas más modernas, con las dictaduras.  En una democracia republicana el poder corresponde al pueblo –que lo delega en elecciones periódicas–, mientras en los sistemas autoritarios eran reyes y ahora dictadores quienes dictan normas a su sabor y antojo, sin permitir que haya pesos y contrapesos que mantengan un equilibrio en el ejercicio del poder.

En junio de 2019 asumió la presidencia de El Salvador el joven Nayib Bukele, luego de derrotar a los dos partidos tradicionales del vecino país –Arena (derecha) y el FMLN (Izquierda)–.  A sus 38 años, Bukele es representante de los llamados milenias o la generación Y, por lo que su impetuosa irrupción en el mundo político llevó aires de esperanza en el vecino país.  Internacionalmente también se le reconoció como un nuevo político y se le ha visto como alguien diferente.

Sin embargo, el pasado fin de semana, el presidente salvadoreño perdió la dimensión, y la popularidad que ha alcanzado se le subió a la cabeza, llegando a pensar que tiene todo el poder y que, si él cree que tiene la razón, el Congreso y demás instituciones democráticas de El Salvador se deben sujetar a sus deseo y buenas intenciones.

Al mejor estilo de los viejos dictadores, repitió ­–con matices diferentes–, lo que viejos políticos como Alberto Fujimori (Perú) y Jorge Serrano (Guatemala) hicieron en el pasado.  El primero, aprovechando también su momento de popularidad, disolvió el Congreso.  El pueblo le aplaudió primero, pero finalmente sufrió el surgimiento de una dictadura corrupta que intentaba perpetuarse en el poder.

Serrano se hundió en el intento.  Disolvió el Organismo Legislativo –que era corrupto y mal visto–, pero además, se fue contra todas las instituciones democráticas –Congreso, Corte Suprema de Justicia y Corte de Constitucionalidad–, algo que provocó el rechazo generalizado de la población y la sociedad se unió para poner fin al intento de golpe de Estado.  El presidente también se cegó por el triunfo que su partido (MAS) había tenido en elecciones municipales y creyó que su popularidad estaba por las nubes.  Por las nubes estaba su mente.

Algo parecido le está pasando al joven Bukele. Piensa que su popularidad alcanza para desafiar a la Democracia y la República.  El sistema político que tenemos en nuestros países contempla la independencia de poderes.  Contempla que haya pesos y contrapesos.  No dudo que los diputados salvadoreños puedan ser tan malos y corruptos como los nuestros.  No dudo que puedan llegar a presionar y hasta chantajear al Ejecutivo –como ha ocurrido muchas veces aquí–, pero eso no significa que el presidente pueda dar órdenes de cómo actuar.  No solo les ordenó que sesionaran, en un abuso que llegó acompañado de soldados y policías, sino que les exigió la aprobación  de un préstamo que ha solicitado para combatir las pandillas.

Yo creo que se deben combatir las pandillas.  Pero peor es el camino que Bukele quiere tomar: el autoritarismo.  El Congreso no está sujeto a la presidencia de la República, como tampoco deben estarlo los tribunales.  Por cierto que ya la Corte ha puesto en su lugar al aprendiz de dictador, pero finalmente la crisis está planteada.  Los errores y abusos del mandatario son muchos.  Nosotros debemos aprender, porque muchas veces aceptamos que se violen leyes, reglamentos y hasta la Constitución, aduciendo las buenas intenciones, del gobernante, funcionarios o personas.  Hasta se tolera la corrupción, explicando que al menos se hizo algo bueno.

Es algo vergonzoso ver como un presidente que tiene popularidad, abusa de esta y entra al parlamento acompañado de soldados.  Se sienta –como soberano– en el lugar del presidente del legislativo, y luego sale diciendo que Dios me dijo que tenga paciencia.  ¡Por favor!  Es vergonzoso meter a Dios en las decisiones de un político.  Está bien que ore para pedir sabiduría, pero no creo que Dios esté hablando con cada gobernante para decirle el camino que debe tomar.  Tampoco habla bien de Bukele su saludo al estilo nazi, que se vincula con otra imagen autoritarias y brutal, como fue Adolf Hitler.

El saludo tipo hitleriano no le ayuda tampoco en su imagen.

Es penoso ver que alguien en el que había esperanza de actitudes diferentes en la política, recurre a maniobras como las que han tenido en el pasado dictadores o aprendices con corazón autoritario. La tarea de un mandatario, un político, es lograr lo positivo y necesario con inteligencia, astucia y, sobre todo, argumentos.  Bukele debe lograr lo que desea respetando el sistema y sus instituciones. 

Para terminar, mal sabor de boca deja la pronta reacción de nuestro presidente, felicitando a Bukele por la orden que dio al Congreso. Un demócrata auténtico no debe aplaudir ningún autoritarismo.  La sociedad debe rechazar este tipo de acciones, por más que se envuelvan en populismo de buenas intenciones.