Gonzalo Marroquín Godoy
Hay hombres que pasan por el mundo sin dejar huella. Hay quienes caminan con humildad todo el tiempo, pero dejan un legado eterno.
No puedo decir que tuve amistad con Celso Lara, pero si una relación de mucho respeto y de admiración de mi parte. Nos vimos varias veces para conversar y poner en marcha algunos proyectos periodísticos, los cuáles él veía como un medio más para transmitir sus conocimientos históricos y, sobre todo, para mantener vivas las ricas leyendas de Guatemala.
Pocas personas son tan multifacéticas como lo fue Celso: historiador, antropólogo, escritor –y poeta–, además de músico. No le gustaba escribir o hablar sobre temas de manera superficial. Por eso investigaba todo aquello que sería motivo de estudio, libro, ensayo o escrito periodístico, pero creo que su gran pasión fueron las leyendas de Guatemala, sobra las que escribió libros y fascículos periodísticos que pueden ser consultados por cualquiera que quiera conocer esa parte cultural de nuestro país.
Tuve la oportunidad también de entrevistarlo en un par de ocasiones. Siempre respondía amablemente a cualquier invitación, no porque le gustara el protagonismo, sino porque disfrutaba hablando de los temas relacionados con la historia patria, las tradiciones y las infaltables leyendas. Alguna vez me dijo que su leyenda favorita fue siempre la de El Sombrerón, ese hombre que con un gran sombrero cubre su rostro y con música de guitarra encanta a las mujeres y les roba el alma.
Pero de todas hablaba –y más escribía–: La Llorona, El Cadejo, La Tatuana y La Ciguanaba –entre otras–. En Prensa Libre hizo una serie de fascículos sobre cada una de estas leyendas, pero también escribió sobre temas de historia, barrios y tradiciones.
Hablar con él sobre las tradiciones de fin de año era siempre enriquecedor. La Quema del diablo, el fiambre, y los ingredientes chapines que se incluyen en la celebración navideña eran temas que dominaba a la perfección.
Su trabajo no pasó desapercibido para propios y extraños. Fue galardonado con reconocimientos de varias instituciones nacionales y extranjeras. Tuvo también cargos culturales a nivel internacional y la UNESCO recurría a él como fuente de información en ciertos temas culturales del país.
Su amor por Guatemala y su afán por investigar y divulgar todo lo nuestro le llevaba siempre a no pensar en lo económico, sino más bien en el alcance de su trabajo y en lo importante que es que las nuevas generaciones conozcan del folklore guatemalteco, de esas leyendas que han sobrevivido, con el correr de los siglos.
Pocos como él para estudiar el cuento o narrativa chapina. Trabajando para la USAC, logró recopilar –con el equipo humano que le acompañó en esa tarea–, mil cuatrocientos trece cuentos, recogidos en el oriente, la costa sur y también en las zonas indígenas y regiones afroguatemaltecas.
Quiero compartir en este espacio algo que escribió sobre los cuentos en un ensayo realizado cuando era Director del Centro de Estudios Folklóricos. Se puede apreciar, como en dos o tres párrafos, explica lo que son los cuentos populares:
Puede definirse un cuento popular como una obra literaria anónima, tradicional y oral, sin localización en el tiempo y en el espacio, que narra sucesos ficticios y que tiene generalmente carácter estético. Ni el narrador de cuentos tradicionales ni el auditorio que los escucha piensa que las acciones relatadas hayan ocurrido en realidad. Por eso los cuenteros de Guatemala disciernen entre cuentos e historias. Un cuento es para ellos un relato «que no sucedió». Una historia, en cambio, es una narración que «puede ser cierta o puede ser mentira» (cuentos humanos, religiosos o de bandidos).
El cuento vive por la magia de la palabra y la memoria de los narradores que lo perpetúan contándolo una y mil veces. Se manifiesta en ciertas ocasiones, generalmente de carácter colectivo, tales como ceremonias dedicadas a difuntos (velorios y cola de novenarios), religiosas (cierre de novena), sociales (reuniones en las que un cuentero se dedica a narrar cuentos a niños y adultos en días especiales) y familiares (reuniones en el seno del hogar, cuando surgen, las narraciones tradicionales, especialmente para los niños, sin necesidad de que el narrador sea profesional).
El maestro Celso Lara ha dejado esta vida, pero deja un legado gigantesco para mantener viva nuestra herencia cultural de siglos. Su cuerpo se ha dejado de latir, su alma descansa en paz, pero su trabajo queda como legado para Guatemala y los guatemaltecos… para eso trabajó toda su vida.