El próximo 8 de noviembre se realizarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos, con la participación de cuatro candidatos, pero únicamente dos de ellos, Hilary Clinton (Partido Demócrata) y Donald Trump (Republicano), con posibilidades reales de llegar a la Casa Blanca en los primeros días de enero 2017.
No solo por ser una potencia mundial, sino también por razones geopolíticas —cercanía geográfica e intereses económicos y sociales—, Guatemala ha estado siempre dentro de una zona de influencia de Washington, ya sea para bien o para mal, como tantas veces se ha comprobado a lo largo de nuestra historia.
En términos generales, se puede afirmar que las relaciones bilaterales entre Washington y Guatemala han sido cordiales, aunque muchas veces marcadas por un fuerte intervencionismo estadounidense, principalmente durante la segunda mitad del siglo XX, cuando se llegó al extremo de apoyar un movimiento armado para deponer al presidente electo, Jacobo Árbenz Guzmán.
Al margen de estas situaciones para nada aceptables, se deben reconocer dos factores sensibles en este momento: 1. Estados Unidos es nuestro principal socio comercial y; 2. hay cerca de dos millones de guatemaltecos que envían desde allá más de siete mil millones de dólares anuales en remesas familiares y se han convertido en el principal sostén de la economía nacional.
Por supuesto que hay más temas de interés bilateral —narcotráfico, trata de personas, cooperación en materia de justicia y seguridad, entre otros—, pero son prioridad para nosotros los dos mencionados, razón demás para poner atención al cambio que pueda darse con la política estadounidense en los próximos cuatro años, porque sin duda tendrá repercusión para nosotros.
Curiosamente, dos de los temas más candentes en la campaña electoral tienen relación directa con estos factores de interés para Guatemala. Política migratoria y los tratados comerciales con las diferentes regiones han sido puntos de controversia y marcan una diferencia en lo que cabría esperar de una u otro.
En ese sentido, más bien pareciera que las propuestas y anuncios formulados por el republicano Trump apuntan a que, en caso de ganar las elecciones, se propiciaría una política adversa a los intereses guatemaltecos. Se puede esperar, con seguridad, una línea dura antimigrantes, con el resultado de una disminución en el envío de remesas. Eso repercutiría inmediatamente, y de manera negativa, en nuestra economía y la estabilidad de la macroeconomía.
En el orden comercial no hay que descartar que pueda hacerse una revisión al Tratado de Libre Comercio con Centroamérica y Republica Dominicana. Aunque Trump no lo ha mencionado directamente, sí habla de un tipo de relación diferente con todos los países o regiones con los que se han firmado este tipo de acuerdos.
Con los cambios entre republicanos y demócratas, casi nunca se han visto reformas muy grandes en su política hacia Guatemala. De hecho, en el tema migratorio, la administración del presidente Barack Obama ha incrementado las deportaciones de guatemaltecos ilegales, a niveles más altos que durante gobiernos republicanos.
Sin embargo, el discurso agresivo de Trump anticipa cambios sustanciales en caso de llegar a la Casa Blanca. Es por eso que, a priori, debemos reconocer que Clinton parece ser una mejor opción para Guatemala. No significa que las condiciones o relaciones bilaterales podrían mejorar, pero al menos no habría nubarrones tan preocupantes, como sí sucedería si el magnate de la construcción se convierte en el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos.
No es una cuestión de simpatías ideológicas o de partido. Se trata de pensar lo que es mejor para el país.