El verdadero fin de la crisis

rodolfo bayRodolfo Bay


Hoy, un día de abril del 2016, en mi viaje de vuelta de Europa, se me ocurrió, en el avión de vuelta, elegir ver, entre una variada oferta de películas, una película sobre un tema que me ha interesado mucho en los últimos tiempos, la gran crisis financiera del 2008. La película, basada en hechos reales, se llama algo así como La gran apuesta. Y lo que entendí de la misma, confirmó mi visión del tema, más que ello, levantó mis peores pesadillas.

La mayor parte de los mortales que siguen las noticias domesticas e internacionales en Occidente —habría que ver lo que se dice en otras latitudes—, piensan que los sabios políticos del primer mundo tuvieron la capacidad de arreglar la que fue la peor crisis financiera quizás de la historia, con el estimable apoyo de los grandes expertos en banca de inversión también del mundo desarrollado. Pero la realidad es muy distinta: Lo que hicieron fue solamente una escapada hacia delante, en la que ningún político o banquero de inversión del primer mundo pagó las consecuencias de un gran fraude que fue el mercado de las hipotecas, principalmente en Estados Unidos.

Solo un par de bancos de inversión cayeron en el camino, un solo banquero de inversión acabó en la cárcel, y los que al final pagaron por todo esto, como se refleja en la película, fueron los consumidores en Estados Unidos y muchos inversores menores, consumidores y gobiernos —Islandia, Irlanda, Grecia, Portugal—.

Pero los creadores de esta artimaña financiera fraudulenta que no son otros que una alianza fatal entre gobierno y banqueros de inversión en Estados Unidos, salieron, como dirían en un viejo refrán, de rositas.

El modelo fraudulento, en breves palabras, y sin irme al detalle y mucho menos a los tecnicismos, consistía en vender productos financieros en los que se incluían todo tipo de préstamos, más riesgosos o menos, en el mercado, a una valoración falsa con la aprobación de los grandes cómplices que en esta crisis fueron las empresas calificadoras de riesgos —que casualmente son pagadas, qué ironía, por los mismos emisores que califican, como también pasa con las auditoras—, y la vista gorda de los entes reguladores del gobierno de Estados Unidos. El problema no era el producto en sí, sino que en los mismos se incluían créditos de alto riesgo, como si fueran productos de poco riesgo. Y la burbuja resistió mientras el mercado, tonto, pero no tanto, ya no pudo aceptar una mayor sobre-valuación del real state en USA que crecía en números ridículos por su cuantía excesiva, propia, como siempre que pasan estas cosas, de una burbuja económica.

El problema es que todo el mundo quiso mirar para otro lado, y no profundizar en el problema de dicha crisis que realmente nunca se solucionó del todo. Mejor pensar que todo va a ir bien, dedicarse a vivir el día a día de la mejor forma posible, ver si el Real Madrid gana la Champions —o da la sorpresa el Atlético—, saber que cantante o famoso ha roto con su pareja, disfruta una buena comida en familia, etc. Al pueblo pan y circo.

Pero la realidad es que la crisis se escondió en el mercado de derivados, que pocos conocen, pero que oculta un gran agujero financiero. Toda esa crisis se salvó no solo por el sacrificio de los consumidores finales o pequeños inversores en USA y fuera de ella, sino por la creación artificial de bonos estatales que los gobiernos del primer mundo vendieron astutamente a sus propios ciudadanos y a los inocentes ciudadanos, inversores e incluso gobiernos de terceros países. Bonos de países como USA, la Unión Europea, que nunca habían dejado de pagar y cumplir sus obligaciones, jamás lo iban —o van— a hacer. Lo mismo que se pensaba antes de la crisis con los bancos de inversión estadounidenses, se decía que jamás un banco de inversión en USA habían quebrado —y todos hubieran quebrado sino hubiera sido por la artificial intervención del estado—.

Ahora los mercados mundiales están inundados de bonos de estado de estos países de occidente, con escaso valor real, donde su única credibilidad son unas economías artificiales, en las cuales se sigue queriendo creer, sustentadas por un mundo financiero que oculta en productos financieros que pocos conocen, los derivados, el verdadero riesgo, exponencial, como lo es en muchos casos productos como SWAPS, Opciones, Futuros, etc.

Pero mi crítica no es contra el mercado de derivados, productos interesantes que conozco relativamente bien, para cubrir riesgos innecesarios. El problema es el uso de los mismos, que inversionistas y banqueros sin escrúpulos, con el único objetivo de tener una vida superficial mejor a costa de otros, en alianza con gobiernos democráticos que solo piensan en el corto plazo de ganar las siguientes elecciones, nos siguen ocultando la verdad, que es que el mundo occidental está sustentado sobre el castillo de naipes que es el mundo financiero, bajo términos difíciles de entender para el común de los mortales, como es el planeta de los derivados.

Pero no nos preocupemos tanto en Centroamérica, los banqueros de esta región han sido mucho más cautos, gracias a Dios saben que no tendrán el apoyo de sus gobiernos en caso de colapso —pues sus gobiernos no tienen la capacidad de vender bonos del estado a los buenos y falsos precios que el primer mundo si hizo—. Eso es una buena noticia, pues han realizado sus deberes bien.

El problema es que cada vez la economía esta más interrelacionada, y la posible crisis de Estados Unidos, Europa, China o Japón puede afectar al resto del mundo.

Cual sería mi recomendación. Para Guatemala y Centroamérica que intente su integración económica lo más rápido posible, para tener cada vez una mayor interdependencia regional, y menos de occidente y sus problemas. Que las inversiones de sus bancos centrales sean más diversificadas tanto en inversión como en riesgo, y no ser tan dependientes de un dólar o un euro sustentados de cierta manera artificialmente. Enfocarse en relaciones comerciales no solo con Occidente, sino con el resto del mundo, para paliar cualquier eventual crisis financiera futura. Y al consumidor final le diría también que debe diversificar su riesgo tanto en el sector inmobiliario como en resto de sectores, no hacerlo tan dependiente del dólar o el euro, sobre todo en el área de activos.

Empezaría por ello, y por esperar a que los políticos, que lleguen al poder en occidente en los próximos tiempos, en vez de ser populistas o antiguos seguidores del viejo modelo, puedan luchar contra un modelo que hace mucho dejó de ser liberal, para convertirse en un modelo intervencionista, que unos llaman neo capitalista, pero que yo llamaría neo estafador. Pues se sigue vendiendo espejos, que ahora llaman bonos del Estado, por oro —o lo que es más valido que dicho material precioso, que es nuestro esfuerzo—. Que increíble, pero la historia se repite. El problema es que antes el modelo lo gestionaban unos pocos aventureros, y ahora estados y entes ultra poderosos con acceso a toda información.

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