Cuando finalmente logramos salir de los gobiernos militares e iniciamos la actual era democrática, muchos pensamos que se abrían las puertas para el necesario rescate de las instituciones en el país. Triste realidad la nuestra, pues si bien cambiamos de una casta militar dominante, su sustituto ha sido la clase política, igualmente dominante, pero más corrupta y en muchos aspectos más ineficiente, aunque justo es reconocerlo, más respetuosa de los derechos humanos.
Han transcurrido tres décadas desde entonces, y el rescate nunca se ha dado. La expresión de rechazo más fuerte se produjo en 2015, cuando el movimiento ciudadano —hoy conocido como La Plaza— reclamó el cambio del Ejecutivo y se manifestó contra el sistema político. Algo se avanzó, pero las elecciones nos volvieron a entrampar demasiado pronto.
El MP y la CICIG, con esa cruzada contra la impunidad y la corrupción, algo han hecho para cambiar el curso en la aplicación de la justicia, pero aún se siente una fuerte resistencia al cambio institucional radical. Hay una corte atemorizada quizás, pero no totalmente diferente. Mucho me temo que las pretendidas reformas constitucionales no vayan a llegar tan profundo como sería deseable.
Es difícil encontrar alguna institución del Estado que funcione a cabalidad —el MP es la que mejor calificaría en este momento— y las que avanzan, lo hacen como mulas retrecheras, por miedo, o para disimular sus verdaderas intenciones y promover el engaño.
Ya me extendí demasiado en las generalidades y preocupaciones de siempre, pero el tema que quería abordar esta semana es el del fracaso de nuestro deporte, en donde también se ha forjado una clase dirigencial que navega entre la corrupción e incapacidad, con el fútbol como estandarte, por ser el que más afición o seguidores tiene.
Hay muchas similitudes entre los dirigentes deportivos y los políticos: llegan para perpetuarse ¡les encanta el poder!, jamás trabajan en la búsqueda de la excelencia, la mayoría son corruptos, y los que no lo son se acomodan y terminan formando parte del statu quo. Solo miran la punta de su nariz y se olvidan de que ambos —políticos y dirigentes deportivos— son únicamente servidores públicos.
En la Constitución de 1985 se incluyó un aporte constitucional obligatorio —DINERO— para el deporte. De esa cuenta, cada año, más de mil millones de quetzales van a parar a la Confederación (CDAG), federaciones y Comité Olímpico, así como al deporte no federado. Si bien es cierto que somos el país centroamericano que menos recursos invierte en salud y educación, para el deporte somos el que más da… Contrastes, contrastes.
¿Y el resultado? Ciertamente somos el país que gana los Juegos Centroamericanos, pero cuando pasamos a otros niveles, las cosas son diferentes. Si en vez de atender tanto al deporte nos preocupáramos de educar a los jóvenes, se pudieran alimentar mejor y tuvieran buena salud, seguramente podríamos tener resultados aun superiores en el deporte.
A lo que en realidad voy, es que tanto dinero, en vez de promover la excelencia deportiva, ha venido a corromper las instituciones deportivas, y en todas, o casi todas, se observan los mismos vicios, corrupción e incapacidad. Algunas excepciones hay, pero muy pocas en realidad.
El fútbol es el ejemplo más patético. Ahora resulta que la FIFA, esa entidad internacional que tanta corrupción tiene en sus entrañas, viene a sancionar a Guatemala y nos deja fuera del concierto internacional. Por supuesto que esperar que una Asamblea de dirigentes también corruptos, avalara a la famosa comisión interventora, era como pedir peras al olmo. Pero igualmente hay que reconocer que esa junta impuesta por Doña FIFA —madre de la corrupción—, no ha venido a cambiar nada en la estructura del fútbol y más parece que seguiremos por los mismos malos caminos. Algo así como la reforma a la Ley Electoral.
No ha cumplido con reformar estatutos, tampoco con convocar a elecciones, no ha promovido cambios y, ni siquiera, ha investigado y denunciado toda la corrupción existente en ese deporte, especialmente en cuanto a los patrocinios, como el de la televisión y Ángel González, que no hacen más que fomentar precisamente ¡más corrupción!
Si tras la Revolución de 1944, en tres meses se redactó, discutió y aprobó la Constitución del país, ¿qué ha impedido los cambios de los pinches estatutos de la Federación?: lo mismo de siempre, el acomodo, el continuismo, el gusto por estar sentados en los lugares de los copetudos dirigentes.
El fútbol es la punta del iceberg. Ojalá que la Contraloría, y ¿por qué no? La CICIG metieran bastante más que su nariz en el mundo del deporte. Esa cloaca, similar a las que han creado los políticos, tal vez se podría lavar también. Si queremos alcanzar metas altas en el deporte, lo primero que debemos conseguir es que haya dirigentes dignos.