El crimen organizado devora la selva Maya de Petén y México

Alejandro Melgoza y Alex Papadovassilakis  /InSight Crime 

Un recorrido a lo largo de la selva Maya de Guatemala y México pone de manifiesto la existencia de una estructura ilegal de traficantes de maderas preciosas —como el granadillo—. InSight Crime se sumergió en más de 300 kilómetros de reservas naturales y documentó cómo funcionan estas operaciones ilegales en el “corredor verde” más importante de Mesoamérica, y cómo las autoridades luchan contra este flagelo, a veces sin obtener resultados.

En medio de la densa selva de la Reserva de la Biósfera Mirador Azul en Petén, en el extremo norte de Guatemala, un grupo élite de guardaparques y militares aguardaban de forma silenciosa y en posición de pecho-tierra sobre un hormiguero. 

Estaban escondidos para emboscar a un grupo de taladores de granadillo, una madera preciosa, en peligro de extinción y legalmente protegida, que por su belleza y solidez es codiciada para construir muebles, yates, instrumentos musicales y casas de lujo.

Al paso de las horas, las hormigas negras y rojas los empezaron a picar por todo el cuerpo, pero la adrenalina les impedía sentir los pinchazos. A pesar del sueño y del hambre, ahí permanecían enlodados y tirados, dedicados a patrullar los recursos naturales en la línea fronteriza entre México y Guatemala. 

Esa mañana del 3 de mayo de 2020, los guardaparques habían localizado de manera previa un campamento de taladores al norte de esta reserva, donde estaban dos vehículos modificados para cargar madera, así como una fogata y desechos de alimentos. En la lejanía, se escuchaba el motor de las sierras terminando con la vida de árboles de décadas de existencia. 

El plan era atraparlos en flagrancia. Para eso estaban los militares, de quienes los guardaparques dependen para poder realizar capturas. Alrededor de las 11 de la mañana, divisaron cómo se acercaban dos taladores con sus motosierras. Cuando tocaron el perímetro que ellos habían tendido, los rodearon, les taparon los ojos y la boca y los trasladaron a unos 100 metros de ahí para que no pudieran alertar a sus otros compañeros. 


Los guardarrecursos de Petén se transportan en cuatrimotos para interceptar a los taladores.

Unas horas después, se escuchó la imitación del sonido de un ave: “¡Uy! ¡uy!” —un mensaje encubierto entre los taladores que sirve para alertar la presencia de autoridades—. Uno de los militares respondió: “¡Uy! ¡uy!” y minutos después aparecieron otros cinco taladores. 

Al ver a las autoridades, dos de los taladores corrieron; sin embargo, los alcanzaron. Después de seis horas de operación, lograron capturar a un total de siete taladores —la mayoría de ellos mexicanos, del estado Campeche, que comparte frontera con Guatemala—.

No era la primera vez que esto sucedía. Una oscura red de taladores comenzó a ingresar a territorio guatemalteco desde el 2018 en busca de granadillo, ya que las reservas en el lado mexicano empezaron a escasear.


La tala ilegal de madera ocurre en el corazón de la selva Maya, entre México y Guatemala. 

Por eso, en noviembre de 2021, un equipo de InSight Crime acompañó a los guardaparques de ambos lados de la frontera durante una decena de días dentro de la selva Maya, acechada por organizaciones criminales. 

Un nuevo comienzo: Génesis y la batalla por la selva

La mañana del 8 de noviembre nos encontramos en la ciudad de Flores, municipio de Petén, Guatemala, donde se localiza la Reserva de la Biósfera Maya, una reserva natural cuya extensión posee más de 2 millones de hectáreas y alberga a 2 mil 800 especies de plantas y animales. Cerca de Flores está la sede de la Fundación para el Ecodesarrollo y la Conservación (Fundaeco), fundada en 1990, con el objetivo de contribuir en la conservación de los ecosistemas naturales a nivel local, nacional y regional. 

El Capítulo Petén de la organización lo coordina Francisco Asturias, un guardaparques que lleva 34 años vigilando la selva Maya desde el servicio público y junto a organizaciones de la sociedad civil. A Paco, como lo llama todo su equipo, lo respetan no solo por las operaciones que ha comandado en contra de criminales que quieren arrasar con los recursos naturales, sino porque hasta la fecha, a sus 61 años, sigue patrullando dentro de las selvas. No permanece cómodo en los escritorios. 

Su oficina está repleta de fotografías de jaguares que ha encontrado en la selva a lo largo de los años. De estatura media, barba y cabello encanecido, Asturias trae puesto un uniforme color caqui, seguido de una funda con una navaja y un celular GPS puesto a la cintura, que le sirve para estar atento a los guardaparques de Fundaeco y el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap), encargados de vigilar los puestos de control de la selva.

“Mi lucha es por la selva Maya. Mi sueño es integrar a Guatemala, México y Belice para protegerla, porque la selva Maya es la más prístina y salvaje de Mesoamérica”, dice Asturias de manera insistente. 

Paco cuenta que fue en 2018 cuando se empezaron a enfrentar a diversas redes criminales en la frontera México-Guatemala. Más precisamente nos habla de taladores que cruzan del lado mexicano a las reservas naturales de Petén buscando extraer granadillo —un tipo de madera protegida a nivel internacional y codiciada en el mercado chino—. En respuesta, sus guardaparques aumentan la frecuencia de sus patrullajes para frenar la extracción.

Son tantas las denuncias, que Paco ha perdido la cuenta. Pero, según el Ministerio Público de Guatemala, entre 2018 y 2020 se realizaron al menos 62 denuncias que involucran a presuntos taladores, intermediarios e incluso funcionarios. 

En este primer encuentro, Paco nos prepara mental y físicamente para el recorrido. Nos presenta a los guías más experimentados, Emilio* y Gabriel, quienes permanecen silenciosos y sonríen de vez en cuando durante la reunión. 

Al día siguiente, a las 6 de la mañana, volvemos a la oficina con el grupo élite de guardaparques con el que vamos a viajar.

Este se llama Génesis. Es una agrupación de alrededor de dos decenas de guardaparques experimentados de Fundaeco y Conap, que sirven como la primera línea de defensa para proteger millones de hectáreas de bosques vírgenes. En general, los guardaparques realizan los recorridos en pequeños grupos y sin armas, a pesar de que están expuestos a criminales. Aunque se les encomendó la gigantesca tarea de vigilar un área vasta y rica en recursos, los guardaparques no pueden realizar arrestos sin la ayuda del ejército y la policía guatemaltecos, quienes solo los acompañan esporádicamente.

Génesis pasa semanas enteras patrullando el Parque Nacional Mirador Río Azul y el adyacente Biotopo Naachtún Dos Lagunas, dos áreas de la Reserva de la Biósfera Maya que han sido las más impactadas por la cacería y la tala ilegal en Guatemala, según un informe privado e independiente sobre la dinámica de la tala ilegal en Guatemala y México realizada por varias organizaciones ambientalistas prominentes, y al que tuvo acceso InSight Crime.

El nombre de este proyecto lo explica Asturias: “Es un nuevo comienzo”. 

Con el olor de la gasolina en el aire y las cuatrimotos recién cargadas, los guardaparques empacan machetes, navajas y GPS, además de alimentos, tiendas de campaña, mosquiteros, decenas de galones de combustible y algunas herramientas y refacciones. Minutos más tarde, el grupo se pone sus chalecos antibalas.

—¿Alguna vez los han usado en balaceras? —le preguntamos a Gabriel. 

—Afortunadamente no —responde seco el guardaparques, un tanto receloso. 

Una vez lista, la caravana de cuatrimotos se encamina hacia el Parque Nacional de Tikal, el sitio arqueológico más conocido de Guatemala, donde se encuentran una serie de templos restaurados del mundo maya. 

A la entrada del parque, resguardado por militares, nos detenemos para comer un pollo rostizado acompañado de tortillas. También, en este primer almuerzo hay soda, chistes al por mayor y cigarrillos que sirven para controlar la adrenalina y dispersar a los abundantes mosquitos.

Liderando la caravana están Emilio y Gabriel. El primero es un tipo bonachón que mantiene fluida la comunicación en el equipo, y por su carisma es quien interviene cuando se topan con traficantes. El segundo, Gabriel, es más reflexivo, silencioso, pero con los ojos alerta como un estratega visualizando las trampas de sus enemigos; nadie avanza sin que él se cerciore de que es un camino seguro. 

Al pasar por Tikal, la selva nos engulle cada vez más. El follaje es denso y el tramo nos lleva hacia una pequeña comunidad, donde nuevamente nos detenemos, como parte del protocolo para enviar la localización. Aquí no se nota todavía la tala de madera, que es más visible en la frontera con México, según nos cuentan Emilio y Gabriel.

“Esta es la última comunidad que vamos a ver antes de entrar”, dice Gabriel, al tiempo que expulsa el humo de su boca con su típica parsimonia. 

* Con la excepción de Paco Asturias, todos los nombres de los guardaparques han sido cambiados por su seguridad.

La mafia de madera: árboles muertos y casquillos de escopeta

“Estamos por entrar a la zona del matadero”, advierte el guardaparques al volante después de dos horas de trayecto.

Unos metros más adelante se asoma la primera escena del crimen. Se trata de un camino de 200 metros aproximadamente, con varias bifurcaciones, a las que se les conoce como “ramales”. En el camino hay árboles despedazados con sierra eléctrica, aserrín entre los pastos y cortezas. Se pueden ver varias especies de árboles, cedros y caobas, y el tocón solitario de un árbol de granadillo que fue talado recientemente por madereros.

A los taladores, que por lo general son personas de pocos recursos que viven en aldeas dentro de la reserva, se les paga entre US$581 y US$726 el metro cúbico de granadillo, según nos cuentan Nicasio y sus aprendices. Es una jugosa cantidad de dinero en comunidades cuyos habitantes trabajan como jornaleros en ranchos. Allí hay poca oferta laboral fuera de la agricultura.

Pero son los intermediarios de la red criminal
—muchas veces empresarios que viven lujosamente en grandes ciudades— quienes realmente sacan provecho de la tala ilegal. Para ellos, el precio del metro cúbico de granadillo se puede multiplicar hasta cuatro o cinco veces cuando la madera está lista para exportar a mercados internacionales.

La ruta marítima: de México a China

A unos 450 kilómetros desde este punto en el que nos encontramos hacia el norte está el Puerto Progreso, una aduana ubicada en Mérida, Yucatán, y uno de los puntos de salida, señalados por las autoridades federales de tráfico de madera, hacia el mercado internacional. Aquí es donde llegan los camiones cargados con troncos de granadillo que salen imperceptibles de Candelaria y transitan por la carretera federal para llegar a la costa Caribe mexicana.

Este puerto es tan relevante que en junio de 2021 la FGR detectó unos 27 contenedores, de los cuales en 25 había granadillo, a partir de una denuncia anónima vía telefónica que se había recibido días antes. El granadillo, que está legalmente protegido y no puede ser exportado según la ley mexicana, pretendía ser trasladado hacia China y tenía un valor de más de US$3 millones, un indicio de lo millonaria que es la industria del saqueo ilegal de granadillo.