El Convenio 169 sobre pueblos indígenas y tribales, y el CACIF

MarioAlberto-0009Mario Alberto Carrera

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Quién es el criollo? ¿Quién es el indio y quién el ladino? ¿Quién es el afroguatemalteco y el garífuna? Estas son preguntas que deberíamos plantearnos ante los conflictos que, a diario, surgen entre estos grupos étnicos que, además entrañan, bien determinadas clases sociales en conflicto.

La composición racial en nuestro país se articula con la clase social que le corresponde. El criollo, por ejemplo, en el marco de su clase social, se proclama y se siente el heredero de los conquistadores, aunque el mestizaje haya comenzado en el momento mismo del arribo de las carabelas.

Es el señorito satisfecho que todavía cree que Pedro de Alvarado sigue vivo y le otorga —como en las monarquías absolutas— el divino derecho de reinar sin que la ley sea obstáculo que se oponga a sus caprichos, a extender sus posesiones hasta donde le dé la gana, a quitar y a poner gobiernos y presidentes —como el lunático clown que nos dirige— a derribar y constituir Congresos y a mandar redactar Constituciones que favorezcan su enriquecimiento ilícito, porque ilícito es todo aquel o aquello que se apropia de una plusvalía exagerada alimentada por la explotación voraz.

El señorito satisfecho —que es el criollo encomendero o el aycinenista de alto standing y altivez medieval— no cree ¡sino que está seguro! de que un país llamado Guatemala es el feudo que le heredaron sus mayores, donde él —que huele a Miami más que a Madrid y a París— puede instalar hidroeléctricas y siembras agroindustriales —desviando los ríos como si fueran de juguete o de nacimiento— porque la dirección del cauce de ellos se los concedió, graciosamente, el Señor, pues también el Señor, según él, es su cómplice y lo bendice desde lo alto, porque entró, con Él, cargándolo desde Esquipulas, cuando la invasión Castilloarmera de 1954.

Y es que el señorito satisfecho del CACIF volvió a tomar las riendas de sus tierras 0.feudales expropiadas, por el Decreto 900, justamente con el arribo de los esquipuleros de CACA (Carlos Alberto Castillo Armas) y desde entonces juraron ante el Señor del gran poder no volver a dejarse quitar la corona de Carlo Magno —versión mestizo criolla—, aunque tuviesen que saltarse todas las leyes inventadas, paradójicamente, por ellos mismos, es decir, por los testaferros que ellos colocan en el Congreso para que las escriban.

Mataron ellos mismo a CACA y siguieron los numerosos gobiernos que instauraron la dictadura militar —de los más cavernícolas e insaciables chacales— durante la cual, el señorito satisfecho, actuó despótica y cruelmente participando de cerca o de lejos en miles de ejecuciones extrajudiciales, y explotando, a más y mejor, es sus feudos-haciendas y en sus fábricas, sin que ley alguna les pudiera poner límites a sus desaforadas inversiones, que pasan y pasaban a traer ¡con embestidas perversas!, el humilde patrimonio del indígena, del mestizo o del afrodescendiente. Los caballos de los conquistadores, es decir, de los señoritos ¿satisfechos, podían y aún pueden derribar ranchos, desviar ríos, apropiarse de tierras que tienen dueños pauperizados, sembrar cultivos que dañan la ecología y lanzar venenos químicos en cuerpos fluviales de todo tipo, consumando ecocidios que solo pueden apreciarse, en toda su plenitud, en esta Guatemala profunda y oscura.

Acostumbrados a que un país llamado Guatemala es enteramente suyo —una inerme encomienda heredada por derecho divino— el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, les vino a caer como la bomba de Hiroshima en los mismísimos genitales. Este Convenio fue la piedra clave para firmar los Acuerdos de

Paz, en 1996. ¿Por qué participó el CACIF en ello representados por Álvaro Arzú? ¿Es que fueron tan bobos como para hacerse un haraquiri suicida?

Nada de eso, los señores del CACIF se las saben ¡todas de todas!, hilan y muelen muy fino. Saben y sabían que los Acuerdos de Paz y el Convenio 169 podían ser el final de su reinado o por lo menos limitarlo. Más estaban también convencidos de que, ni los unos ni el otro, iban a ser jamás cumplidos. Recordemos que poco después de la firma de los Acuerdos de Paz, salieron con la güizachada de que no eran válidos porque no habían sido signados por la totalidad del Estado y los guerrilleros.

Hoy las cosas han cambiado un poquito ¡sólo un poquito! Con las presiones del Embajador y procónsul, los países cooperantes y la llegada al reino de Guatemala del señor de la CICIG y la presencia, asimismo, de doña Thelma que ¡a tiempo!, se retiro de las malandanzas cuando hizo parte de la Corte Suprema de Justicia.

Sólo un poquito, porque ya han visto queridos lectores, las desafiantes respuestas del CACIF a las medidas tomadas por la CC, respecto de los desmanes que todos sabemos y que son históricos.

Dicen, los del CACIF, que hay que regular o normar el Convenio 169, para Guatemala. Qué cara dura. El Convenio no se pude alterar para nada. Está signado y ratificado no sólo por Guatemala, sino por todos los países de Indo América, de indo Estados Unidos, indo Canadá, etc.

Son los del CACIF quienes tiene que adecuarse al Convenio 169; y acostumbrarse a respetarlo y a no posar de descarados ante la OEA y la ONU que son las madrinas del Convenio. Podría sufrir, el CACIF, consecuencias graves en lo que se refiere a lo económico, porque todo apoyo de tal naturaleza, hoy, se ofrece condicionado.