Efectos del extremismo: menos ciudadanía y más controles

RENZO ROSALRenzo Lautaro Rosal


 

Lo sucedido en París y Beirut conmueve a la humanidad, pero igual lo deben ser los constantes hechos que vulneran desde lo cotidiano la dignidad de las personas, y recuerdan dramáticamente que los seres humanos sobrevivimos a expensas de gobernantes y sectores de poder que determinan, condicionan y modelan nuestras existencia.

En un abrir y cerrar de ojo, más de doscientos muertos y medio centenar de heridos graves por actos de terrorismo extremo, alentados por las potencias de Occidente, que en nombre del orden mundial cometen atrocidades, que no cobran relevancia porque se hacen por la democracia. Son esas acciones las creadoras de condiciones para que el origen de los radicalismos sean de tintes religioso, como el Estado Islámico, las estructuras del crimen organizado presentes a escala global, o las pandillas superorganizadas vigentes y determinantes en el Triángulo Norte de Centroamérica. Ninguna de esas expresiones tiene validez alguna, pero tampoco la tienen las conductas políticas, jurídicas, económico-comerciales e institucionales que han servido para su nacimiento. A estas alturas, los nuevos sujetos han crecido, se reproducen a alta velocidad, se han modernizado, gozan de una enorme lista de cómplices, que van desde los proveedores de armas, municiones y tecnología hasta los que ayudan en las transacciones generadoras de enormes capitales.

Ampliar la visión y no quedarnos solo con los eventos, es un reto esencial si en realidad interesa el presente y futuro de las actuales generaciones, que experimentan dos posibilidades: o se acostumbran a ese tipo de eventos, que van a seguir sucediendo si los seguimos dejando bajo la lógica y los actores proclives al armamentismo, la búsqueda constante de opositores para justificar el ascenso del carácter dominador, o bien se incrementa el contexto de las movilizaciones sociales en favor de las soluciones negociadas y pacíficas, los que sigan denunciando la constante de las violaciones humanas, las negociaciones espurias entre Gobiernos y grupos armados que alientan a que estos últimos sigan actuando para justificar presupuestos de seguridad, contratos, invasiones, ampliación de territorios, leyes proteccionistas, convenios internacionales leoninos, entre otras prácticas históricas.

De continuar los procesos actuales, la suerte de la nueva guerra a escala global está echada. En adelante, más controles migratorios, mayor militarización de las sociedades, justificaciones a más no poder para incrementar el control sobre la vida de los ciudadanos. Este tipo de prácticas se incrementará en el patio trasero de las naciones amenazadas. La frontera norte de EE. UU. está en el río Usumacinta, por lo que es previsible que el asedio hacia la región sufra modificaciones. La bandera del antiterrorismo es como un acordeón, que se estira o se encoge según las circunstancias. En los siguientes meses, se abrirá al máximo para ver con mayor desconfianza a los ciudadanos de esta parte del continente. Está por verse sin la Alianza para la Prosperidad adquiere otros matices y contenidos en función de las prioridades que el momento exige para reducir el marco de riesgos del gigante del norte, y, por añadidura, así considerado por el resto de las potencias. Mientras tanto, a ser obedientes y no deliberantes.

Este escenario es propicio, sonando a idealista, para que el Gobierno entrante plantee algunas ideas y acciones en materia de política exterior, inteligencia estratégica, política migratoria, mecanismos de coordinación en seguridad regional, por ejemplo. En caso contrario, seguiremos siendo territorio visto siempre como creador de amenazas y sitio apetecible para que las facciones del terrorismo se asienten, crezcan y se reproduzcan en la misma zona de contención. Cómo logremos conciliar la agenda nacional cargada de pendientes, con la cotidianidad marcada por la permanente sobrevivencia y ahora las presiones en favor del control social, político e institucional, es una ecuación pendiente de resolver.

La bandera del antiterrorismo es como un acordeón que se estira y encoge según las circunstancias.

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