Doña Yassmín Barrios, ¡felicitaciones!

Mario AMarioAlberto-0009lberto Carrera


Su presencia en el tribunal –y la de sus dos compañeros: Patricia Bustamante y Herbie Sical– es un canto a la esperanza y un himno a nuestras casi ahogadas expectativas democráticas. Usted, señora, ha escrito, en el Palacio de Justicia, un responso a nuestro pasado en el que quedó una juventud germinada en el terror: la de mi generación, azotada por una de las más crueles dictaduras de la humanidad, la dictadura militar que, inaugurada por el soldado de la chusma esquipulera: don Castillo Armas, tumbó al soldado de la patria y coronel del amanecer y del alba, Jacobo Árbenz Guzmán.

¡Claro que sí!, es un poema lo que usted, doña Yassmín, ha escrito, y perfumado con su nombre. Porque poema es creación y usted ha creado un espacio de   horizontes con su valientísima condena a los militares que consumaron, en Sepur Zarco, la más vil de las faenas castrenses en una población no beligerante; y escarnecida  en el cuerpo de una docena de mujeres donde los cerdos cebaron sus hocicos babeantes y que hoy, gracias a usted, y a pesar de lo  ajado y reseco de sus pieles campesinas, pueden sentir húmedas gotas de resarcimiento, pronunciadas en las vocales luminosas de su discurso justiciero, discurso ampliado en la justicia que también consumó por los desaparecidos, de manera forzada, y asesinados como si hubieran sido ratas. Ratas, los que lo consumaron en el papel de verdugos.

En poco tiempo usted, señora, nos ha hecho dos regalos que enaltecen y engrandecen a la patria: este de las mujeres masacradas genitalmente, y el de la inmarcesible condena a Ríos Montt. No sabe usted, doña Yassmín, cómo celebré –y con usted al tribunal que la acompañaba– la decisión de haber mandado, por muchos años a la cárcel, al chacal y a la hiena genocida que se escondió y esconde tras las enaguas de su hija (la terrible neoliberal exdiputada doña Zury) ¡y tras de las decenas y decenas de arrugas y de años!, que solo lo han vuelto más repulsivo. Estado de carcamal macilento que le ha permitido escudarse en la demencia que, como todos sabemos, padeció desde mucho antes de que fuera condenado por usted. Paranoia que abusiva, prepotente y fundamentalista nos escupía todos los domingos desde las pantallas de televisión, ya olvidado, él,  de su espantoso alcoholismo que se hizo absolver en los templos a los que se acogió para lavar y disimular sus vicios. Pero que más tarde aumentó, exponencial y geométricamente, cuando se dedicó a arrasar pueblos –etnocidamente–  bajo la doctrina napalera del mismo nombre. Y por ello, otra vez felicitaciones, porque aunque una Corte de Constitucionalidad (podrida por Maldonado Aguirre, Molina Barreto y Pineda echaran para atrás todo el proceso) el mundo se enteró de que, aquí en la pobre Guatemala y a pesar de todo el terror que hemos vivido, sí se pudo desenmascarar a un genocida de la categoría de Hitler o de Stalin. Y eso, señora, ¡otra vez!, gracias a usted que, siendo mujer, ha tenido más riñones que los milicos que la amenazan, y que sus adláteres abogados que los defienden, como García Gudiel o Galindo.

Los que fuimos actantes en calidad de víctimas de aquellos que han creado y siguen creando la Guatemala profunda y oscura, no dejaremos de agradecer, hoy y siempre, el papel alto y crecido que usted desempeña y que estoy seguro seguirá desempeñando. Adolescentes todavía, fuimos actores en un marzo y abril de 1962, como usted puede leerlo en uno de los capítulos de mi novela Hogar, dulce hogar, premio Quetzal de Oro de 1982, en el que cuento cómo –el ya anciano entonces– Ydígoras Fuentes, nos espeluznaba con sus policías secretas y judiciales hasta en el mismo Cementerio General, a donde íbamos a enterrar a  nuestros murtos estudiantiles asesinados por la caterva uniformada. Un casi setentón ataviado de sangre, contra niños adolescentes de secundaria.

Desde entonces, señora, puedo dar cuenta, en carne propia, de lo que es el Ejército de Guatemala, un ejército de ocupación en su propio país. Y que usted ha tenido las agallas de retar desde una atalaya legítima y legal ¡y sobre todo ética! ¡Un tribunal de justicia!, que por primera vez está dando sus primeros vagidos con energía y vigor.

Y vuelve la burra al trigo, porque con este cómico presidente o este presidente cómico que se llama Mr. Jimmy Morales, las cosas no van a cambiar si nos dejamos. Avemilgua, y el partido oficial de Aristónteles, es lo mismo que Ríos Montt o Lucas García, ahora adornado, y con el respaldo del señor Méndez Ruiz y sus huestes de la Asociación Antiterrorismo. A mí no me cabe la menor duda y yo, que sí he leído y estudiado –en el mero Palermo– de cabo a rabo la obra del Príncipe de Lampedusa, le puedo decir con toda la boca: perché tutto rimanga, bisogna che tutto cambi.

Tenemos que unir fuerzas con todo el que quiera y pueda, señora, incluyendo al gratísimo Mr. Todd Robinson y sus simpáticos amigos de los países cooperantes, aunque el furioso antediluviano Armando de la Torre, se eche más cenizas que en Miércoles de las mismas, al tiempo que declara a su excelencia: non grato.

Cierro este breve artículo, doña Yassmín, ¡congratulándonos! Y uniendo nuestras mentes y espíritus para que la Guatemala profunda y oscura, de los ixiles y de los zepur-zarco, se llene de iluminación y justicia, con y en el alma del coronel de la aurora.