Diálogo y debate: una oportunidad para construir país

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Ing. Pedro Cruz


 

La Ley Nacional de Juventud ha hecho que muchos sectores de la sociedad tomen una postura a favor o en contra de varios aspectos que esta propone. Sin embargo, como es conocido, hay dos temas que han provocado reacciones polarizadas: la educación sexual integral y la solicitud que el Estado garantice el acceso a métodos anticonceptivos modernos.

Los sectores que se han pronunciado son muy diversos, pero hay que subrayar que grupos de jóvenes se han pronunciado tanto a favor como en contra de la aprobación de la ley y de las controversiales enmiendas. Más allá de los dos temas que han polarizado las opiniones, hay muchos aspectos de fondo que muchos todavía no han tenido la oportunidad de conocer. El Estado, de forma transversal, debe encontrarse permanentemente interesado en mejorar las condiciones de vida y oportunidades de los jóvenes. Por eso mismo considero importante que la coordinación de políticas públicas en el tema de juventud se institucionalice, ya que es un segmento muy grande de la población.

La discusión generada ha dejado al descubierto no solo temas sensibles, sino materias pendientes que tenemos como sociedad. Algunas de estas son las que me gustaría destacar en esta columna.

Estado laico no es igual a Estado amoral. Cada nación está en la búsqueda constante del modelo de ciudadano que desea formar, ese modelo debe ser siempre integral. Por esa razón es que los valores serán siempre una parte esencial de la formación ciudadana. Es importante para los ciudadanos de un Estado tener acceso a la salud como saber qué tipo de valores son los que el Estado defenderá y promoverá (paz, justicia, por mencionar algunos). Que una nación, por ejemplo, proteja el derecho a la vida no significa que sea un Estado que responde a una concepción religiosa, sino que responde a los derechos universales que toda nación debería respetar y promover. Lamentablemente, para algunos, Estado laico debería suponer una especie de vivencia sin mayor norte que lo políticamente correcto en momentos específicos y no una base axiológica coherente.

Cada nación está en la búsqueda constante del modelo de ciudadano que desea formar, ese modelo debe ser siempre integral.

La libertad de expresión es defendida y atacada al mismo tiempo. Todos queremos poder expresar lo que opinamos frente a una situación que nos interpela y sabemos que nuestra opinión puede o no estar de acuerdo con el pensamiento de los demás. A pesar de eso, queremos tener la garantía de expresarla sin ser víctimas de ataques, es decir que habrá mucha gente que cuestionará nuestra opinión, y está bien, pero eso no debe ser sinónimo de que la persona que se expresa será el blanco de descalificaciones personales. Las redes sociales nos han dado la ventaja de empoderar a la ciudadanía, de tal manera que puede expresar su punto de vista y hacer que este resuene en audiencias que antes eran inalcanzables. Sin embargo, también han dado pie para que, de forma anónima, muchos ataquen a los demás ante una opinión que no comparten. Gracias a Dios, estamos a años luz de sufrir situaciones de censura como sí se dan en países hermanos como Venezuela; pero es importante que cada uno se convierta en un soldado que pueda defender el derecho propio y de los otros para expresarse libremente.

Es entonces cuando es necesario recordar otro punto esencial para construir ciudadanía: la tolerancia. Pero la tolerancia verdadera y no aquella que me lleva a exigirla como derecho pero a olvidarla como deber. Cada vez es más recurrente encontrar a personas o incluso grupos que exigen tolerancia pero muestran poco respeto e incluso irreverencia ante las opiniones diferentes.

Esto me lleva al siguiente punto: la democracia es diálogo y por ello es lo que siempre debe prevalecer en estas discusiones que sabemos pueden reconfigurar a la sociedad. Quizá nada polariza más a la sociedad que el momento en el cual se presentan ideas que no se han basado en el diálogo y responden a intereses muy concretos o, simplemente, a una perspectiva que no desea tomar en cuenta todos los matices de un hecho.

El diálogo es una necesidad imperante no solo en el caso de esta ley, sino en todos los momentos cruciales que enfrenta una sociedad. Pero ese diálogo debe ser honesto, transparente, respetuoso, sin agendas ni intereses ocultos.

La Ley Nacional de la Juventud debe ser una oportunidad para construir democracia real y representativa. Una democracia basada en valores sólidos que trasciendan gobiernos, opiniones, situaciones, no imposiciones.