En los últimos días se ha hablado mucho respecto de la mejora que se percibe en el Congreso de la República, el cual muestra ahora mayor transparencia —pero no suficiente—, ha aprobado más leyes —muchas mediocres—, y tiene unos pocos empleados menos que antes. La gran interrogante es si esos cambios son producto de la convicción de los diputados sobre la necesidad de cambiar y mejorar, o si lo poco que se ha avanzado es producto del miedo y la presión.
Mario Taracena hizo algo diferente a sus antecesores y, justo es reconocerlo, destapó toda la porquería existente en torno a las contrataciones de personal en ese organismo del Estado. Con su sello pintoresco y peculiar, agilizó la agenda legislativa, pero más dirigido este esfuerzo a la cantidad que a la calidad.
Si bien se aprobó una ley que limita el transfuguismo, al mismo tiempo abrieron las puertas para que fuera esta la legislatura con mayor número de diputados con camisetas cambiadas. Medio mundo corrió para aprovechar los plazos que bondadosamente se concedieron en la citada ley.
Se hizo una reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, pero en el fondo, lo único que se hizo fue maquillarla de tal manera que la población y muchos dirigentes sectoriales dijeran que al menos contenía algunas mejoras. Claro, así la clase política y los partidos se aseguraron de que no habrá modificaciones de fondo en el sistema en el corto plazo.
Pero las malas noticias han seguido acompañando a los diputados o, mejor dicho, los diputados —no todos, por supuesto— han continuado con sus mañas o malas prácticas del pasado, disminuidas por la presión popular y el temor a la CICIG y al MP.
Y es en este punto en el que me gustaría hacer énfasis. No estamos ante un Congreso MEJOR. Estamos, sí, ante un Organismo Legislativo que ha sido menos malo, pero empujado por la coyuntura. Y aun así hemos visto que las mañas persisten.
Ya mencionamos el transfuguismo voraz que sobrevino en los primeros meses de este período. Lo más triste de todo es que el partido que más propició esta mala práctica fue el que se vendió como ni corrupto ni ladrón, el mismo del presidente Jimmy Morales: FCN-NACIÓN.
También han sido noticia los vulgares chantajes de ciertas bancadas y parlamentarios en contra de funcionarios de Gobierno, así como los actos patanes y racistas cometidos contra una gobernadora departamental, Estela Ventura, de Alta Verapaz, quien, lamentable y vergonzosamente, retiró luego su demanda ante un juez, cuando la noticia había sido profusamente cubierta por la prensa. Se debilitó sin duda la causa, que hubiera sentado un precedente importante.
Como la opinión pública ha podido apreciar, los congresistas y el presidente Taracena han logrado una cierta mejora, pero a mi juicio está lejos de ser sustancial y, sobre todo, insisto, no estamos ante un cambio auténtico, sino provocado por esas presiones mencionadas.
Lo que está por venir en la agenda legislativa exige que los diputados ¡de verdad! asuman su responsabilidad y principien el cambio que el país requiere: se debe entrar a conocer el Presupuesto 2017, discutir pronto las reformas constitucionales al sector justicia, y algunas leyes importantes para enfocar mejor la actividad económica del país, sin olvidar más reformas a la Ley Electoral.
Paralelamente, sería deseable ver un deseo auténtico por fiscalizar a todo el Estado, pero dejando a un lado los intereses personales o de grupo político, sino más bien enfocados en promover la tan ansiada transparencia, de la que todo el mundo habla, pero por la que se hace tan poco.
Otro factor que se debe imponer —no recuperar, porque no ha existido—, es el de actuar los directivos y diputados con la seriedad que el cargo demanda. Los insultos, peleas con vasos de agua y retos de trompadas deben quedar para colegiales. En el parlamento los guatemaltecos queremos ver debates de altura y resultados concretos.
Frases como las instrucciones nos llegan de la 20 calle y en inglés, no hacen más que aumentar el desprestigio del que está llamado a ser el más representativo organismo del Estado.
Rescatar la imagen del Congreso no es tarea fácil, porque involucra a todos los diputados y requiere de un significativo cambio en sus actitudes, desde el Presidente hasta el más silencioso e inútil de los parlamentarios.