La reforma agraria, y adaptados y conflictivos en la inmutable Guatemala

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Cada vez que yo, lector, comienzo a hablar de reforma agraria, a unos cuantos se les ponen los pelos de punta. Unos, porque son grandes latifundistas a quienes les parece inaudita la sola mención de unas leyes que pudiesen poner en sacrosanto peligro las tierras que, en su día, les fueron casi regaladas por Barrios y su revolución. Otros, —casi todos queridos amigos— me ofrecen por escrito o verbalmente, distintas maneras de encarar los grandes conflictos agrarios de Guatemala-agricultora, con medidas paliativas, concesivas o malthusianas (Ensayo sobre la Población) para que alcance el mismo queso a tantísimos ratones que tienen hambre perruna, lamentablemente.

No hay nada más horrible, lector, que el hambre, la vejez-ancianidad y la enfermedad. La madre de la novela española —de todos los tiempos— es El Lazarillo de Tormes y no El Quijote cervantino. A esta breve pero infinita novela —de autor anónimo— yo siempre, en mis cursos universitarios, la llamaba La Biografía del Hambre. Otra novela, de la misma nacionalidad en cuyas páginas la palabra y el padecimiento hambruno también es una constante, es en La Colmena de Camilo José Cela, premio Nobel. Pero, también, en casi todos los textos de Dostoievski y buena parte de Ulises de Joyce (que nunca fue Nobel y sí lo es Dylan…).

Vuelvo y retorno sobre la reforma agraria, y añoro el Decreto 900, porque el hambre es no solo un obsesivo asunto, tema y preocupación de las más grandes obras literarias, sino el látigo fundamental de la humanidad, y de Guatemala, sin Paraíso. Y no de la Antigüedad sino de nuestros días. Sí, de nuestros   progresistas y ¡civilizados!, días. Nunca el mundo había sufrido tanta hambre como en 2016. Porque nunca, tampoco, habíamos sido tantos sobre el ya deteriorado planeta. En esto lleva razón mi querido amigo Eduardo Cofiño, discípulo de Malthus, que fue el primero en predicar la necesidad de estrictas políticas poblacionales.

Pero, en un país tan cristiano como Guatemala apadrinar a Malthus es casi como ser procónsul de Marx y Lenin en el seno del CACIF. Antes que nada quiero aclarar que nunca he sido ni antiguo comunista ni del PGT; sino solamente socialista libre pensador, que entiende que el libre mercado y no el mercado cautivo es, por el momento, la única forma de comerciar en el mundo. No soy del grupúsculo que, rojo cuando convino, devino rosa post guerra fría. Y Semilla…

Por ello es que ¡con la cara al sol!, les propongo una reforma agraria que no  sea agresiva contra el terrateniente tradicional, contra los beneficiados por J.R. Barrios y aún más: contra los epígonos de quienes llegaron en las carabelas del siglo  XVIII —los nouveau arrivée— que son quienes más retraso continúan inyectando en las estructuras de tenencia de la tierra guatemalteca. Estos no son los Herrera, Luna-Dorión —beneficiados por Barrios—  sino los Aycinena, Urruela, Arzú o Irigoyen. Sólo por decir algo.

En carabelas de finales del XIX y principios del XX, arriban los más listos ¡entre los listos! como por ejemplo los Gutiérrez, Botrán o Presa que representan un iniciático capitalismo, menos recalcitrante, en su pensamiento, que los anteriores.

A todos ellos les propongo ¡terco!, la reforma agraria social demócrata, que no es la social democracia con la que trataron de investirse los rateros Colom. Sino una reforma agraria democrática, inventada por mí, que nos soy economista-tecnócrata, sino humanista-pensador. Porque es del Humanismo —en un sentido teórico laico (ético moral) y también praxis— desde donde debe resolverse el conflicto agrario de Guatemala. Y no desde las egoístas tribunas comerciales, industriales y agrícolas —como el denominado ENADE— de la inhumanista FUNDESA.

¿Qué es el Humanismo? Es el centro y el punto desde donde debe repensarse la conflictividad de Guatemala, generada por el hambre de la que hablo, que se denuncia en las obras literarias de los más grandes pensadores-escritores de la actualidad. Nadie tan actual como Dostoievski, tan lejos del bobito ese de Bob Dylan. Sólo el Humanismo puede salvarnos. El capitalismo neoliberal y salvaje, no. El hombre en sí —su intrínseco humanismo— y no el maldito oligopolio       deshumanizador.

Pero el Humanismo —desgraciadamente— es visto por sobre el hombro de nuestros Aycinenistas del XVIII, de los herederos de Barrios: Herrera-Dorión. Y de nuestros nouveau-nouveau arrivée del XX: Gutiérrez, Botrán, Montes o Presa. Ellos: ¡sólo Economía y Marketing, en la universidad de universidades llamada Francisco Marroquín. Sumun de la Ciencia nacional!

Gente como yo, no es llamada ¡ni siquiera! humanista. ¡Ni siquiera socialista o demócrata!, sino transgresora, subversiva, conflictiva y revoltosa. Y llevan razón —a su manera— los que así me etiquetan. En la Guatemala inmutable no habrá ¡ni se impondrá!, más que la visión de los vencedores, de los que reprimen y comandan el hambre.

En la Guatemala inmutable, la no progresista, la que recula, la aycinenista, la que le tuvo horror a una revolución burguesa, hablar de reforma agraria es cosa de cierto inadaptado que se dice humanista y que no tiene la menor idea de por dónde van los tiros. Porque los tiros van por el lindero de los que se adaptan y se conforman con el sistema. De los que callan y se venden en el Congreso de la República. De los que  no dicen nada y reciben la coima y la fafa, en los ministerios o carteras donde se genera el hambre y la muerte. Y, no digamos, cobijados en la cima del poder como Tito Arias y la Roxana, que en su día fueron, además, choleros de la oligarquía y del general Todd Robinson. Y adaptados y conformistas… Redacten, pues, la Historia Patria quienes tienen el poder de actuarla y de escribirla.

 

marioalbertocarrera@gmail.com