AL FILO DE LA MUERTE TODOS LOS DÍAS… TERROR EN EL BUS

HACE DOS DÉCADAS, EL SERVICIO DE TRANSPORTE URBANO ERA UTILIZADO CON SEGURIDAD –NO CON COMODIDAD– POR TODO EL MUNDO. ERA UNA OPCIÓN PARA MOVILIZARSE. HOY EN DÍA LA INSEGURIDAD ES TAL, QUE SE HA VUELTO UN CALVARIO PARA TODOS LOS USUARIOS, SIN QUE LAS AUTORIDADES MUNICIPALES Y GUBERNAMENTALES PONGAN FIN A ESTA AGONÍA.
Ronald Mendoza / rmendoza@cronica.com.gt
Todo comenzó a la altura de la tercera avenida y 20 calle de la zona 1. Yo viajaba en un bus de la ruta 70, cuando se escuchó un grito que me causó escalofrío: ¡Esto es un asalto!
Diariamente, la población guatemalteca que utiliza el transporte colectivo, no solo tiene que lidiar con la prepotencia de pilotos y ayudantes, así como viajar en destartalados buses sobrecargados de pasajeros, sino también corre el riesgo de ser asaltados o extorsionados por pandilleros.
Estas son historias de terror de guatemaltecos que se juegan la vida cada día al abordar un bus urbano o extraurbano. Algunos se encomiendan a Dios al salir de sus casas, pero otros, lamentablemente, nunca regresan.
Una bolsa de supermercado llena de abarrotes cae bajo mis pies. En el asiento de adelante, un forcejeo en medio de insultos. A mi lado, una señora murmura una plegaria. En el volante, un piloto cabizbajo que ni intenta voltear a ver por el retrovisor. El ayudante, reclinado en la puerta del autobús, con la mirada echada hacia afuera del vehículo.
Un asaltante al frente; otro, al filo de la salida de atrás, y un tercero que recoge las pertenencias de los pasajeros con una actitud intimidante.
Nadie dice nada. Todos esperan que el atraco termine cuanto antes, pero este, por corto que sea, se convierte en una eternidad para todos los que viajamos en este destartalado bus.

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El pánico entra
Son aproximadamente las 19:00 horas de un martes. La ruta 70 viaja de la 15 calle y 4 avenida de la zona 1 hacia la colonia Primero de Julio, en la zona 5 de Mixco.
En esta ocasión el bus va ligeramente ocupado, lo cual favorece a los tres delincuentes para actuar con mayor agresividad. El primero de ellos se coloca detrás del piloto, el segundo atrás, como cuidando la salida, mientras el tercero es el responsable de despojarnos de nuestras pertenencias.
Así, aunque algunos pasajeros reflejan una especie de estupefacción, otros (muy pocos, por supuesto) se oponen a entregar lo que llevan. Uno de ellos está en el asiento de adelante, se resiste a ceder. Lucha contra el asaltante para no perder su bolsón. ¡El maletín no!, es lo único que recuerdo de sus palabras. No recuerdo muchos detalles, ya que estoy nervioso. Todos los que estamos cerca tememos resultar heridos si algo sucede entre el ladrón y su víctima. A mi derecha, una señora de unos 50 años empieza a rezar entre sollozos. Ni ella ni yo emitimos palabras o nos expresamos, mientras aquel delincuente saca un cuchillo detrás de su camisa. No se lo ensarta, pero lo golpea en la cabeza con la cacha, y lo hace claudicar. Le entrega todo lo que lleva, nervioso y sangrando… pero vivo.
Cuando me piden lo que llevo, se los entrego sin ninguna oposición. Sé que duele perder lo que tal vez uno ha hecho con bastante esfuerzo, pero es mejor dejar ir las pertenencias a que me maten, porque en esos momentos todo puede pasar, explica Sonia Orellana, estudiante de la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), quien al igual que los que viajábamos en aquella ocasión en el ataque a la ruta 70, forma parte de los de 1.5 millones de personas que utilizan diariamente el transporte público en la ciudad de Guatemala, especialmente los buses conocidos como rojos, los cuales suman no menos de 2,500 unidades repartidas entre las distintas rutas.
Para llegar a la USAC todos los días, Orellana debe tomar la ruta 203, cuyo recorrido comprende desde el centro universitario en la zona 12 hasta la zona 6, sobre el Periférico y la calle Martí.
He sido asaltada varias veces, pero sigo utilizando este servicio por necesidad, de lo contrario no lo haría, por lo peligroso que se ha vuelto. Si tuviera la oportunidad de comprarme mi carro, lo haría. Por de pronto, debo seguir exponiéndome, pues uno no sabe siquiera si quien va a la par es delincuente, concluye esta joven universitaria de 23 años, quien a pesar del riesgo que corre, sabe que no hay mayores opciones, cuan-do de movilizarse en transporte público se trata.
De tal cuenta, Edgar Guerra, titular de la Defensoría de los Usuarios del Transporte Público de la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH), coincide con el temor reflejado en lo expresado por Orellana en el párrafo anterior, explicando que esto ocurre debido a que entre usuarios se vive con mucha desconfianza, pues entre ellos ya no saben quién podría ser un asaltante; esto en parte, a que el principal modo de operar de estos delincuentes es haciéndose pasar por un pasajero más.
Entre las denuncias que hemos atendido, hay bastantes experiencias donde los usuarios nos explican que los sicarios o asaltantes viajaban entre ellos como cualquier otro pasajero. Se suben en determinado punto y, dependiendo de la hora, esperan a encontrar el trayecto perfecto o más desolado para iniciar el atraco, o atacar directamente al piloto o ayudante del autobús. Por aparte, también hay situaciones, especialmente cuando se trata de extorsiones, donde los pasajeros únicamente quedan en medio de un ataque armado contra los conductores, donde terminan siendo víctimas de balas perdidas. A veces, aunque el ataque era contra el piloto, el asesinado termina siendo un pasajero, detalla Guerra.
Sucede que los datos parecen dar cuenta de lo antedicho: las estadísticas sobre víctimas de hechos criminales en el transporte público a nivel nacional muestran que los usuarios son los segundos que resultan muertos tras un atentado o asalto a un bus, y han sido en los últimos 6 años, quienes representan el mayor número de heridos.
Por ejemplo, en el 2010 fueron asesinados 84 pilotos y 48 usuarios, mientras los heridos sumaron 117 pasajeros y 42 conductores.

 

 

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A partir de entonces, la tendencia se mantiene: al 7 de julio del 2015 iban asesinados 36 pilotos y 28 usuarios, en tanto la cifra de heridos era de 63 pasajeros y 16 pilotos.
El número de ayudantes y supuestos asaltantes heridos o muertos tras atentados al servicio público de transporte, es en demasía inferior a las cifras anteriores.
Entonces la vivencia de aquel martes por la noche en la ruta 70 se corresponde con los datos fríos, pues en esa ocasión ni el piloto ni el ayudante resultaron lesionados, pero sí no menos de tres pasajeros, entre ellos, el de mayor gravedad, el golpeado en el cráneo con el mango del cuchillo, además de la crisis nerviosa que sufrieron otros usuarios, especialmente mujeres adultas.
En ese momento, ninguno de ellos fue atendido inmediatamente tras el asalto, pues el conductor del autobús, luego de que los asaltantes descendieran a la altura de la avenida Elena y 20 calle, le exigieron que siguiera su ruta y que no se detuviera por ningún motivo. De tal cuenta, no fue sino hasta El Trébol que muchos de los que veníamos en el automotor nos bajamos, donde algunos tratamos de asistir a los lesionados, pero la mayoría de ellos no quiso; otros simplemente abordaron otro transporte y se fueron del lugar. Luego del suceso, a nadie le importó haber pagado Q5 (es el precio del pasaje que la mayoría de buses cobra a partir de las 18:00 horas, incluso antes, a pesar de ser una tarifa prohibida) por un trayecto que ya no concluyó.

Temor, impotencia y desamparo
Estos fueron al menos tres sentimientos que experimentaron muchos de los pasajeros aquella noche del asalto. No lo explican con palabras, sino lo expresan sus rostros atemorizados, impotentes y desamparados.
Dado el grado de afectación física y psicológica, los usuarios son por mucho los más afectados por la violencia en el transporte público, situación que atenta contra la dignidad humana, dice al respecto la Asociación de Usuarios del Transporte Urbano y Extraurbano (Autue).
Sucede que, a pesar de que el Gobierno eroga un subsidio al transporte público por Q35 millones, en los cuales van incluidos Q8 millones para el pago del servicio de seguridad privada en los automotores, la inseguridad campea en el transporte público, no solo por la delincuencia y las extorsiones, sino también por prácticas de los pilotos, que igualmente ponen en riesgo la vida de los usuarios.
Verbigracia, es común ver cómo algunos conductores manejan bajo efectos de licor o drogas, inclusive bebiendo al volante. Esta práctica se ha vuelto tan recurrente, que ya no extraña ver a los pilotos con una lata de cerveza en una mano, mientras con la otra conducen, además del estridente ruido que causa la música que llevan a alto volumen. Si a esto se agregan las luchas por el pasaje, la sobrecarga y el pésimo estado de muchas de las unidades, la agresividad de choferes y ayudantes, entonces los accidentes son inminentes y el peligro que enfrenta el pasajero se torna cotidiano.
De tal cuenta, tomar un bus rojo en la capital guatemalteca es todo un acto de intrepidez, pero también de necesidad, donde la vida y la psique de los capitalinos quedan entregados al peligro y al terror. Lo que es peor, desamparados sin autoridad que actúe eficazmente ante estos flagelos, tal como sucedió aquella noche del asalto al bus de la ruta 70, donde al solicitársele asistencia a un grupo de agentes de la Policía Nacional Civil (PNC), contestaron: Informaremos sobre el hecho. Esta no es nuestra jurisdicción. Seguidamente tomaron su rumbo y no se supo más. Entonces la impotencia nos acabó.
O das dinero o la vida
Para otros pasajeros, su único consuelo es que aún pueden contar estas historias de terror, aunque aseguran que su vida ya no será la misma, pues siempre amanecen con el temor de tener que viajar en bus y volver a repetir el martirio de salvaguardar su vida, pero principalmente la de sus hijos, que van a dejar a la escuela o colegio.
Lamentablemente, la clave en todo esto es tener listo dinero para darles, de lo contrario se corre el riesgo de salir herido o perder la vida, menciona Juan Ortiz (nombre ficticio), quien recuerda que en tres ocasiones se ha salvado en asaltos.
Por lo general, tomo dos buses, uno en La Terminal y otro en la Florida, que son sectores muy peligrosos. Recuerdo que, hace como seis meses, se subieron tres pandilleros, uno de ellos nos dijo en tono amenazante: miren majes, no hagan que mi día sea peor, estoy cansado de advertirles lo que va a pasar, así que saquen todo su dinero y sus m…, porque es un asalto. Quien se oponga me lo quiebro, puro salvatrucha locos, recuerda Ortiz, como si el hecho hubiera sido hace pocos minutos.
Yo, casi a diario tengo que lidiar con estos hechos delictivos, porque cuando abordo un bus rojo, se suben pandilleros a pedir extorsión, diciendo que antes robaban y mataban, pero que ahora mejor piden. En realidad, es lo mismo, por eso hay que tener dinero para darles. En otra ocasión, a unas estudiantes que no dieron las empezaron a tocar… y nadie hizo nada. Uno siente miedo e impotencia, agrega.
Este peligro cotidiano que afrontan los guatemaltecos puede incrementarse, aun sin que ellos lo sepan, ya que según denuncias, los pandilleros marcan los buses colocando calcomanías con caritas o símbolos del equipo del Barcelona, a los que ya pagaron la extorsión.
Pero este nivel de violencia no es exclusivo de todas las pandillas que operan en el país, señalan otros afectados, ya que los delincuentes siempre se las ingenian para obtener dinero fácil, sembrando el terror en los buses del transporte público.
Todos los que viajan en bus lo saben y se atienen a las consecuencias, ya que, finalmente, las autoridades no hacen mayor cosa, sino hasta que ya ocurrió un asalto, donde hubo heridos y muertos. Al final, los guatemaltecos tienen la necesidad de viajar en bus, aunque sea en el filo de la muerte.