José Alfredo Calderón*
Una de las reflexiones que me dejó La Plaza[1], es cómo el tema de la corrupción pudo aglutinar tantas personas, grupos y colectivos. Al principio, sin mayor análisis, muchos coincidían en que –por fin– se había encontrado el leitmotiv que uniera a todos los guatemaltecos en una cruzada ciudadana para “cambiar el país”. Pero cuando se empieza a escudriñar en los detalles, la luz cenital se vuelve prisma.
Los que participamos desde un inicio nos dividíamos en dos grupos: Los que creíamos que la corrupción si bien puede verse como efecto, en última instancia deriva de causas estructurales que le dan vida y forma; consistencia y sostenibilidad, en la dinámica de dominación económica y política de la “Nación Criolla”. Éramos los menos, los de siempre o hijos de los de siempre. Los que vivimos las resistencias ciudadanas más politizadas del siglo pasado desde un enfoque más hacia la izquierda del espectro político y que con nuestra experiencia habíamos logrado contagiar a las generaciones más jóvenes. La desconfianza inicial por los organizadores y sus verdaderos motivos, se compensaba con la oportunidad histórica de revivir la chispa ciudadana y formar un frente amplio de protesta a partir de un motivo en común. Muchos años habían pasado y la indignación no parecía asomar por ninguna parte.
Otro grupo, ese si mayoritario[2], se formaba por aquellos sectores de clase media y clase media alta, que se encontraban vinculados a un pensamiento más conservador. Aquellos que reaccionaron sólo cuando uno de los suyos había sido tocado (Rodrigo Rosemberg). Muchos de ellos activistas de partidos de derecha o ligados a organizaciones empresariales.[3] Su “levantamiento” obedecía a un “ajuste de cuentas” con el binomio presidencial que ellos mismos habían escogido y los defraudó, mostrando niveles de corrupción nunca antes vistos.
En sus inicios, La Plaza no fue multicolor.[4] Todavía recuerdo la consigna inicial de llevar camisas blancas en las primeras manifestaciones y cómo esto ahuyentó a muchos y convocó a otros tantos.[5] Al final, los grupos minoritarios rompimos con esa consigna y cada quien llegó como mejor se sintiera. La movilización de agosto de 2015 prácticamente había movido y unido a todos los sectores. La integración de la USAC y algunos estudiantes de las universidades privadas, terminó de ponerle la tapa al pomo.
Pero lo que mueve este texto, es reparar en la dualidad conceptual de la CORRUPCIÓN. Lo que para la mayoría era únicamente un tema moral o ético, basado en los valores individuales de las personas que ocupaban puestos públicos[6], en realidad era un lastre histórico y estructural que venía desde el período colonial, con un hilo conductor que demostraba que la corrupción siempre fue generada por las elites familiares dominantes. Marta Elena Casaus Arzú nos demuestra el control familiar de los cabildos desde el siglo XVII: “La pugna por la obtención de cargos públicos a lo largo de la Colonia fue enorme, debido a dos factores que ya hemos mencionado: al sistema de valores de los hijosdalgos, en donde la calidad de vida y la honra jugaban un papel fundamental, y a la obtención de un cargo público, que les proporcionaba un estatus social importante y una posibilidad de enriquecerse no sólo con los sueldos, sino también, con los negocios que desde el cargo se podían hacer:”[7] Está claro para la autora que: “…en este período la res pública empieza a ser un instrumento de enriquecimiento económico y de prestigio y poder (…) Las alianzas con la casta de militares parecen una constante a lo largo de nuestra historia y lo veremos en períodos sucesivos.”[8]
Casi nada cambió con la independencia y la reforma liberal por lo que, durante siglos, los puestos públicos fueron ocupados por parientes y amigos de las elites económicas. El fenómeno de la llamada “clase política”[9] es un hecho reciente –en términos históricos– pues aparece en la segunda mitad del siglo XX, dado el desprecio que empieza a sentir la clase dominante por la práctica política y lo poco rentable que resulta con relación al ejercicio empresarial y los negocios. Se dieron cuenta que financiando campañas electorales, patrocinando profesionales de la política a tiempo completo, sobornando militares y colocando a sus cuadros en puestos públicos claves, el porvenir lo tenían asegurado. Pero estas castas subalternas cobraron vida propia y el propio sistema que diseñaron y administraron por tanto tiempo, les estalló en la cara. Combatir la corrupción como efecto es cool…la otra, la que exige cambiar la estructura política y económica…es –al menos – políticamente incorrecta…
* Historiador y analista político
[1] Concepto dado a la serie de manifestaciones de abril a agosto de 2015 en la Plaza Central.
[2] Hablo de las primeras manifestaciones.
[3] Ahora ya salió a luz la manipulación de grupos como MCN en dichas manifestaciones.
[4] Las protestas fueron creciendo en número y animosidad. El tema corrupción alineó a todos, aunque con visión de corto plazo en la mayoría: Destituir a la pareja presidencial y defenestrar a Baldizón y Sandra Torres mediante el #NoTeToca.
[5] Debe recordarse cómo el concepto de camisas blancas se asoció a los sectores de derecha que se organizaron en torno a las protestas por lo que ellos creían un asesinato de Estado que luego se comprobó que era un suicidio y una trama provocada en torno a él.
[6] Lejos estaba de conocerse .públicamente- los altos niveles de corrupción de muchos empresarios y de cómo la mayoría estaba asociada al latrocinio público.
[7] Casáus Arzú, Marta Elena. Guatemala: Linaje y racismo. FyG Editores. 3ª. Edición, Guatemala, 2007. pp 43.
[8] Ibid. pp 61.
[9] Profesionales de la política que se dedican a tiempo completo a esa práctica, defendiendo los intereses de quienes los patrocinan pues no pertenecen a las elites.