ENFOQUE: Guatemala, ¿un país de locos?


La locura la relacionamos siempre con personas que no ven la realidad o que hacen acciones irracionales.  En la Guatemala de hoy, hay visiones en pugna. ¿Por dónde anda la locura?

Gonzalo Marroquín Godoy

Después de conversar con un amigo que tiene vínculos con la alianza oficialista, quedé impresionado de la forma tan diferente de ver lo que está sucediendo en el país y de enfocar lo que podríamos llamar la realidad nacional. Su sentencia fue contundente: lo que pasa es que no reconocés todo lo bueno que se hace

Casi el mismo día, recibo un video en el que el propio presidente Alejandro Giammattei asegura que está orgulloso de haber hecho lo que no se había hecho en todos los gobiernos anteriores, como si el país estuviera en franca vía de transformación.

¿Será que estoy loco?, me pregunté.  En todo caso tuve una reflexión sobre el tema.   

En 2015 la prensa destapa una serie de escándalos de corrupción: las fincas en Chimaltenango del presidente Otto Pérez Molina y la vicepresidenta Roxana Baldetti, el negocio del agua mágica de Amatitlán, la compra anómala de la casa en Marina del Sur por la misma Baldetti.  Luego, la CICIG saca a relucir los casos La Línea, Coperacha, y muchos más, creando un ambiente de indignación popular… ¿o locura?

Cerca de cincuenta mil personas cada semana se reunían en La Plaza para exigir #RenunciaYa y #JusticiaYa.  Protestaban por la corrupción evidente y galopante.  No parecía locura hacer algo para que cesara la corruptela y se detuviera el saqueo de las arcas nacionales.  Siguieron un montón de casos más, todos sustentados con investigaciones que se daban a conocer a la población.

Quedó al desnudo que el sistema político estaba trabajando a favor de las estructuras criminales y la impunidad, aunque todavía se guardaban las formas.  Todo aquello que sucedió y de lo que se informó con detalles, ¿era parte de un sueño? ¿Una locura?

Llegó el cambio de Gobierno, ni corrupto ni ladrón, se llamaba a sí mismo Jimmy Morales, pero resultó nefasto para el país y la democracia. Resultó cuate de todos los corruptos habidos y por haber. Él también aseguraba que había hecho más que los gobiernos que le antecedieron.

En todo caso, las afirmaciones de los gobernantes, de sus amigos y funcionarios cercanos ­– todos repiten que han hecho maravillas en su gestión–, deben hacernos reflexionar para ver si la nuestra es una visión distorsionada de la realidad nacional, si el país está tan bien como ellos dicen o tan mal como yo y muchos más la vemos.

Veamos cosas puntuales que nos pueden mostrar si los locos somos los que vemos que el país está a la deriva –en casi todos los sentidos– o lo que dicen que estamos a las mil maravillas, es decir que se han promovido grandes cambios, tantos que tienen a la población satisfecha y feliz.

No veo a migrantes guatemaltecos que quiera volver de Estados Unidos porque aquí las cosas han cambiado. Al contrario, siguen saliendo miles de connacionales que buscan mejores oportunidades en el extranjero. Guatemala está entre los peores países en índices de pobreza, desnutrición infantil, educación, inseguridad y otros.

Las carreteras son un desastre y, para colmo de males, en los últimos meses nos golpea una inflación que tiene causas externas, pero también internas.  Estamos en la lista de los países más corruptos y numerosas organizaciones de prestigio han denunciado que el sistema de justicia ha perdido su independencia.

Aquí ni la Constitución se respeta.  La Carta Magna habla de independencia de poderes, pero en realidad es utopía.  Llevamos tres años de una continuada violación constitucional, derivada de la actitud de la alianza oficialista, que se niega a elegir nuevos magistrados para la CSJ. Ese ese solo un ejemplo.

¿Será que todo esto no es cierto?  Si no lo es, yo y los que pensamos que sí lo es, estamos locos.

El Ministerio Público y el sistema judicial son feroces en la persecución contra exfiscales, jueces y periodistas que consideran opositores por su lucha anticorrupción, mientras que facilitan la libertad de aquellos que han sido acusados y enfrentan procesos, precisamente por los escándalos de corruptela que hemos visto y documentado en el pasado bastante reciente.

¿Somos locos al creer que la CC, el MP, la CSJ y el TSE obedecen al oficialismo?  ¿Somos locos o vemos micos aparejados, al ver que para los amigos todo y para los enemigos la ley?

Aquellas cincuenta mil personas que semanalmente protestaban, ¿estaban locas? ¿Lo están la Conferencia Episcopal de Guatemala (CEG), la CIDH de la OEA, el Departamento de Estado, la SIP y todas las instituciones nacionales y extranjeras que se han pronunciado sobre la corrupción, la impunidad y la persecución de opositores?

No es una locura ver la realidad. No verla, no aceptarla o tener un imaginario de perfección se acerca más a locura, aunque mucho me temo que, en realidad, habría que calificarlo de otra manera, pues los que están haciendo pedazos la democracia y al país no entran en el calificativo de locos, pero sí pueden tener otros de mayor descalificación…

No, no estamos locos los que pensamos así.  Podemos estar frustrados, descorazonados, o preocupados, pero al menos tenemos los pies sobre la tierra.  Eso sí, los cuerdos que ven las cosas como son y las aceptan o se conforman, terminan siendo una especie de cómplices.

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