La pantomima electoral está en marcha…

La democracia tiembla cuando el gran aparato del Estado se mueve de manera orquestada para llevar a cabo un gigantesco engaño cada cuatro años.

Gonzalo Marroquín Godoy

Poco a poco, pero de manera constante, nuestra democracia se ha ido debilitando.  La institucionalidad que brotó de la nueva Constitución (1985) ha sufrido un desgaste dramático, hasta convertirse en una crisis sin precedente, en medio de la cual, destaca la ausencia de credibilidad en los organismos creados precisamente para dar certeza jurídica a los procesos electorales.

Producto de aquella Constitución se crea El Tribunal Supremo Electoral (TSE) y la Corte de Constitucionalidad (CC), el primero como el ente rector de la actividad del sistema político y la segunda, como el máximo garante de que el espíritu y la letra de la Carta Magna sería respetada siempre, incluso por las instituciones de mayor rango dentro del Estado. Obviamente, para cumplir su mandato, necesitan independencia.

Aquellos políticos, de los primeros años de la llamada era democrática estaban menos maleados, algunos hasta eran idealistas y el sistema no era tan corrupto.  Eso permitió que tuviéramos algunas magistraturas de la CC y del TSE verdaderamente de lujo.

Revisando nombres de ambas cortes –una electoral y la otra constitucional– hay que quitarse el sombrero con algunos de ellos, que tenían gran trayectoria pública y profesional, eran idóneos y de probada honestidad, pero sobre todo, ¡eran independientes!

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A las primeras magistraturas del TSE llegaron Hombres –con H mayúscula– como don Arturo Herbruger, Gonzalo Menéndez de la Riva, Mario Guerra Roldán,  Gabriel Medrano y Felix Castillo Milla, entre los mas destacados.  Sin temor a equivocarme, diría que de 1984 al año 2002 fue la época de oro de esta institución.

Luego vendría el deterioro.  Cada vez magistrados de trayectoria más gris, hasta llegar a los actuales, entre los que hay algunos que presentan credenciales negras y aterradoras.  Si no, basta mencionar al presidente actual, Ranulfo Rojas Cetina y el magistrado suplemente Marco Antonio Cornejo, dos joyas que llegaron al cargo presentando documentación falsificada, hecho que ya confirmó la Universidad Da Vinci y que el MP quiere mantener oculto y sin siquiera abrir proceso por los delitos que ello implica.

De Hombres fuimos cayendo hasta llegar a marionetas.

Exactamente lo mismo sucedió con la CC, de Hombres como Edmundo Vásquez Martínez, Edgar Balsells Tojo, Epaminondas González, Jorge Mario García Laguardia, llegamos a la actual magistratura de títeres que responden a los intereses de la alianza oficialista.

Con esas dos cortes de pacotilla nos encaminamos a un nuevo proceso electoral, en donde los intereses de la clase política en funciones siguen arrastrando al país por el derrotero del mal, aprovechando que los magistrados han entregado total y absolutamente su independencia en manos de las fuerzas oscurantistas que pretenden mantener al país sumido en el caos, la injusticia, pobreza y desesperanza.

Para empezar, nuestro sistema multipartidista, que tanto ayuda por aquello de divide y vencerás, tiene ya 20 partidos políticos –algunos con problemas legales–, pero hay una lista de 24 organizaciones que esperan su inscripción.  Es decir qué podríamos tener elecciones con participación de entre 20 y 30 partidos, y una larguísima lista de candidatos presidenciales, me temo que casi todos mediocres o coludidos con el sistema imperante.

Lo peor, con semejantes cortes de marionetas, se puede esperar cualquier tipo de manipulación para favorecer a los amigos, e impedir que algún enemigo pueda participar.  Ya antes se han visto este tipo de acciones, pero esta vez se puede llegar a extremos.

Para las candidatas aliadas del oficialismo – Zury Ríos y Sandra Torres– habrá camino cubierto de rosas, con resoluciones favorables en tribunales y cortes.  Para algún opositor, puede ser desde el impedimento a participar, hasta la persecución penal, como ha sucedido en Nicaragua.

Ese sistema político que se degrada cada cuatro años, nos ha venido acostumbrando a escoger entre el malo y el menos malo, pero pocas veces se puede votar por el mejor, por la calidad de candidatos.

Jugar a destruir la institucionalidad –colocando ese tipo de magistrados–, no hace más que socavar la democracia.  Tenemos que tener claro que se trata de un sistema político que nos ha maniatado, pero también es culpa nuestra –de la sociedad–, que aceptamos dócilmente lo que imponen con sus artimañas los poderosos de turno. Triste escenario que merece un cambio.

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