La pandemia de COVID-19 es la crisis sanitaria mundial más grave del siglo XXI y, aunque los informes de los medios de comunicación y las directivas políticas tienden a centrarse en los aspectos sanitarios y económicos de la pandemia, una nueva investigación, publicada en la revista ‘Psychological Science’, sugiere que la pandemia también está desestabilizando la relación fundamental entre los ciudadanos y los estados.
«La pandemia ha perturbado nuestro modo de vida normal, generando frustraciones, una exclusión social sin precedentes y una serie de otras preocupaciones -advierte Henrikas Bartusevicius, investigador del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (Suecia) y coautor del estudio–. Nuestras investigaciones demuestran que el coste psicológico de vivir una pandemia también avivó las actitudes antigubernamentales y antisistema que condujeron a la violencia política en varios países».
Investigación
Bartusevicius y sus colegas preguntaron a 6,000 adultos de Estados Unidos, Dinamarca, Italia y Hungría si la pandemia de COVID-19 había afectado negativamente a su salud, sus finanzas, sus relaciones y sus derechos, y de qué manera. Se pidió a los entrevistados que informaran de si se sentían insatisfechos con sus sociedades y gobiernos y de si estaban motivados para participar o ya habían participado en protestas o violencia política.
Los resultados de esta encuesta revelaron asociaciones sorprendentes entre la carga psicológica del COVID-19 y los sentimientos y comportamientos altamente perturbadores, incluido el uso de la violencia por una causa política. En cambio, la investigación no reveló ninguna correlación consistente entre la carga de COVID-19 y la motivación para participar en formas pacíficas de activismo.
«También nos sorprendió descubrir que la carga de COVID-19 no necesita desencadenantes adicionales para motivar la violencia política -admite Bartusevicius–. Parece que es suficiente por sí sola».
La carga de COVID-19 es el peaje psicológico global de vivir una pandemia. Es la suma total de las tensiones individuales que una persona experimenta durante una pandemia y las respuestas que los gobiernos adoptan contra ella, como las medidas de bloqueo, los mandatos de mascarilla y las directivas de distanciamiento físico.
Estados Unidos
Los investigadores descubrieron que, específicamente en Estados Unidos, los que experimentaban una mayor carga de COVID-19 eran también más propensos a informar de su participación en la violencia durante las protestas y contraprotestas de Black Lives Matter. La pandemia y los confinamientos asociados pueden haber contribuido a las frustraciones que se desataron en estos eventos apuntan los investigadores.
«Es la primera vez en la era moderna que las democracias occidentales altamente individualizadas se enfrentan a una gran pandemia –recuerda el coautor Michael Bang Peterson, investigador de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca–. Antes de la pandemia, se sabía poco sobre cómo responderían las sociedades a una crisis de este tipo o cómo la afrontarían. Nuestra investigación presenta una de las primeras pruebas sobre el potencial perturbador de las pandemias y los cierres asociados», destaca.
- Los investigadores encontraron diferencias entre los países, ya que los daneses declararon la menor carga de COVID-19 y los húngaros la mayor.
- Sin embargo, no hubo diferencias notables en los efectos de la carga de COVID-19 en los cuatro países.
- Por ejemplo, aunque el danés medio se sintió menos agobiado por la pandemia que los encuestados de otros países, los daneses que se sintieron más agobiados mostraron actitudes antisistema y motivaciones para la violencia política similares a las registradas en otros lugares.
Los investigadores propusieron varias explicaciones posibles de por qué las pandemias pueden provocar disturbios civiles. La pandemia y los cierres han afectado de forma desigual a determinados grupos sociales, produciendo probablemente percepciones de injusticia y rabia que, a su vez, pueden dirigirse contra los gobiernos. Además, la carga del COVID-19 puede contribuir a la exclusión social y a la marginación al desaparecer la vida social normal, lo que podría alimentar actitudes antisistema y motivaciones para la violencia política.
Los investigadores concluyeron que, tras las pandemias, los programas de recuperación deben hacer algo más que abordar los problemas de salud pública y la economía; también deben esforzarse por reparar la relación entre los ciudadanos y el sistema político.