La inocencia, la ignorancia, la indolencia y la perversión, alimentan la resequedad de los pastos de una sabana a la que poco le falta para el incendio sin control. Pero estas llamas no surgirán por rebeliones, por conciencia social, organización y unidad popular, sino provendrán del hambre, la miseria, el dolor y el miedo, los cuales, sin claridad y conducción política, no tendrán otro final sino el caos que termina beneficiando a los mismos de siempre. |
José Alfredo Calderón R.
Historiador y analista político
Escribir en Guatemala es un oficio que se ejerce más por disciplina y gusto personal que por la facultad de poder incidir en una población que no reacciona y que, en masa, no son ciudadanos sino meros habitantes. Veo con suma preocupación que los que nos llamamos buenos vamos siendo cada vez menos. El acomodamiento indolente ante los hechos de violencia, por más atroces que estos sean, y los actos de corrupción e impunidad a todo nivel y de las formas más variadas e insólitas, ya se entronizaron como parte del paisaje tropical.
La reacción de muchas personas es condenar a los que nos consideran pesimistas profesionales, aves agoreras a quien nadie invita pues rompen con la narrativa del amor y la paz, de la hermandad y las “buenas costumbres”. Los optimistas informados (que no pesimistas) enfrentamos pendientes muy difíciles de subir o bajar, pues el mundo que ha creado la mayoría se limita a dos realidades, que desgloso a continuación:
Por una parte, están quienes idealizan todo, contando para el efecto con una parafernalia digital de diversas aplicaciones, desde el ya considerado tradicional Facebook hasta el visual e idílico Instagram. Estos escenarios virtuales permiten crear fantasías de todo tipo en los que la problemática real es un estorbo innecesario. Todos viajan, todos son universitarios, todos son felices, todos escriben pensamientos bonitos, todos parecen vivir en un mundo ideal que en nada se parece a la realidad.
Por otra parte, está el grupo de rebeldes que protestan todo el tiempo y que ya llevan al menos 40 revoluciones, tanto duras como de colores, pero en el mundo paralelo de las redes sociales, por supuesto. Son incapaces de asistir a una movilización, aunque hayan viralizado la convocatoria a los cuatro vientos y pronunciado sendos discursos henchidos de patrio ardimiento y “sabiduría” basada en memes. Los análisis ya no sirven –dicen orondos– pues Guate ha sido diagnosticada muchas veces. Lo que se necesita –sentencian– son acciones, las cuales se dan en el campo onírico del mundo digital y si llegara a darse la extraordinaria ocasión de presencia física, deberá ser en fin de semana (sábado y después de almuerzo idealmente) para no perjudicar el tránsito, el trabajo y la comodidad, y siempre que las condiciones meteorológicas tampoco afecten.
Maniqueísmo duro y puro en un territorio que tiene larga data en estas expresiones binarias en el campo político y cultural. Desde la Colonia entre indígenas y no indígenas, pasando por la República, entre liberales y conservadores, cuyo ADN es lo ultramontano.
Es el fin de las ideologías, gritan en coro los grupos ya mencionados, la culpa es de los políticos y su falta de moralidad, terminan acotando. Las respuestas a cualquier problema pasan por el sempiterno y esperanzador “hay que encomendarse a Dios”, pasando por el buenismo moralizante “debemos depurar a los malos”, culminando con el indeterminado y pendejo “¿a ver qué pasa en las próximas elecciones?”, como si las cosas se resolvieran por sí solas y el modelo económico y la estructura político-social no fuera la misma.
Es tan grave el problema que ni siquiera se dimensiona el tamaño del monstruo de la impunidad y la corrupción. En primera instancia, se tiende a confundir el efecto sobre la causa, pues la corrupción es causada por la impunidad, así como la pobreza es efecto de la desigualdad.
A una pregunta provocadora en redes, la mayoría de las personas evidenció no tener la más mínima dimensión de la corrupción. “¿Tienen idea del número de corruptos que habría que encarcelar para desmantelar la alianza criminal?” fue la pregunta que llevaba implícita varias aristas. Las cantidades proporcionadas como respuesta iban de cincuenta personas a millones de implicados si se toma en cuenta familiares, achichincles y queridas/os.
Más grave aún, resulta constatar que las elecciones de 2023 ya se posicionaron con fuerza en el imaginario social de la mayoría ¡como una salida salvadora a la crisis! Desde los ingenuos que esperan que aparezca un buen candidato en cualquier partido o un nuevo partido con un buen candidato, creyendo que una persona resolverá la crisis, hasta los más ilustrados institucionalistas que esperan que, con más reformas a la ya parchada Ley Electoral y de Partidos Políticos –LEPP– se resuelva la podredumbre actual.
A pesar de la obviedad, no se entiende que quien no aprende de su historia está condenado a repetirla y que, si seguimos haciendo lo mismo, con lo mismo, de ninguna manera se pueden esperar resultados diferentes.
Las grandes dudas se centran en una batería de interrogantes tan miopes, que esa misma condición termina por explicar porqué estamos como estamos.
¿Será que Neto se impondrá en los siguientes comicios?
¿Será que Mulet repetirá como el niño bonito de las élites?
¿Será que la necedad de Sandra tendrá una nueva edición?
¿Será que dejan participar a la Zury?
¿Será que puede surgir un nuevo delfín?
Fuera de la candidez de esperar cambios radicales de la nueva administración en el Norte, ¿habrá alguna fuerza o fenómeno mundano o extra mundano capaz de indignarnos de verdad y reaccionar?