Mujeres indígenas están en desventaja

Irma Alicia Velásquez Nimatuj, antropóloga* .Se deben terminar los privilegios y apostar a que exista equidad para todas las mujeres indígenas, afirma la antropóloga, quien también destaca que más de cinco millones de féminas viven en condiciones de pobreza.

¿De dónde surge Irma Alicia la profesional de hoy?
De manera inmediata provengo de una familia de comerciantes k’iche’ de la ciudad de Quetzaltenango. Me moldeó mi cultura, la empresa familiar y la independencia de pensamiento pero también la independencia  de recursos que mi madre -una exitosa comerciante- inculcó en mí.  Siempre deseé estudiar y tras ese sueño fui.  Logré un doctorado y una maestría en Antropología Social en la Universidad de Texas en Austin, una licenciatura en Ciencias de la Comunicación y un Técnico en Periodismo en la USAC.     De manera más amplia, provengo del pueblo k’iche’, cuya dirigencia, desde que tuvo noticias de que las huestes españolas estaban cercanas  a sus territorios empezaron a preparar la resistecia, esa que aún hoy se mantiene.  Me siento orgullosa de provenir de uno de los pueblos mayas mayoritarios,  que en 492 años no ha sido derrotado, hemos perdido batallas pero no la guerra y una prueba es que a pesar de la constante búsqueda por aniquilarnos o asimilarnos al sistema seguimos de pie demandando el derecho a la diferencia, a la autodeterminación y a decidir sobre los territorios y sus recursos.
¿Para llegar al lugar que la vida la coloca hoy cuáles fueron las principales dificultades de niña,  joven y mujer?
De niña soporté el tener que vivir en dos mundos, uno el de mi familia k’iche’, que era cultural, espiritual, económica y socialmente opuesto al del colegio en donde estudiaba y donde se despreciaba, disminuía o ignoraba mi mundo personal y familiar.  Siendo niña, recuerdo cómo desde la directora hasta las y los profesores ejercían sobre mí un trato diferenciado en los aspectos educativo hasta recreacional.  Por ejemplo, junto a la otra niña k’iche’ que estaba en la clase nos correspondía llevar los chorizos, las tortillas y el chirmol al colegio, luego preparar y vender en los recreos para juntar el dinero que serviría para comprar los votos de  la candidata de nuestra clase que siempre eran las hijas de los médicos o abogados de la ciudad.  Como nosotras éramos las «indias» de la clase,  los maestros daban por sentado que nos correspondía ejercer esa tarea, sin preguntarse  qué sentíamos.  Sin importar, por ejemplo, que en mi caso, mis padres pagaban en enero el año completo de colegiatura y cualquier otro gasto extra que pedían, por lo tanto, teníamos el mismo derecho a recibir igual trato por el servicio educativo.  Ahora entiendo, que no era un diferenciación de clase, era una posición étnica racial, nos veían inferiores.
Como joven, me vi obligada a despojarme de mi traje regional para poder viajar a la capital y estudiar en la universidad.   Oculté me identidad para evitar que en cualquiera de los 6, 8 o más retenes militares, permanentes o temporales,  que instalaban entre Quetzaltenango  a la capital o viceversa me detuvieran. Sustituí mis cortes por jeans y mis guipiles por playeras.    Nunca dije que era estudiante universitaria.
Como adulta, con conciencia, con conocimiento del racismo y su operacionalización en Guatemala fui echada en 2002 de  un restaurante  por vestir, usar y admitir que era  k’iche’ y que tenía el derecho a ingresar a ese establecimiento.  Esto ocurrió frente a 15 de mis colegas, entre abogadas, activistas y líderes cuando recién había retornado a Guatemala para realizar mi investigación doctoral.  También he sido amenazada, difamada, injuriada y calumniada  buscando mi destrucción como una profesional k’iche’, en un campo pagado de la Fundacion Contra el Terrorismo en el año 2013 y aunque acudí a los tribunales a denunciar el delito y las violaciones hacia mí persona, el Ministerio Público cerró la investigación, favoreciendo la impunidad del director de esa Fundación.    Continuamente he sido objeto de burlas, insultos, difamaciones, acusaciones de ser terrorista o guerrillera por miembros o seguidores de esa fundación -mujeres y hombres- en medios de comunicación o en redes sociales sin que se les castigue.   Ese es uno de los principales ejemplos de la naturalización del racismo, ninguna instancia, ni el mismo Estado acciona para parar, castigar y poner precedentes en el país para detener el odio racial de individuos, colectivos o instituciones que impunemente ejercen esta opresión y lo hacen porque en su imaginario, yo podré tener un doctorado de una reconocida universidad extranjera pero para ellos y ellas, yo nunca dejaré de ser una «india» que no tiene el mismo valor como ser humano que ellos y ellas sí tienen.   Por eso, creen que burlándose o amenazándome pueden humillarme.  El problema con este odio racial, es que sí no son procesados y castigados podrán llegar a cometerse nuevamente crímenes como los que se cometieron durante el conflicto armado, porque se sienten impunes y saben que el Estado no actuará.
¿Para usted las oportunidades como mujer indígena fueron difíciles o se la facilitaron, por qué?
Para mí, como una mujer k’iche’ de clase media y formada a alto nivel, a pesar de que poseo privilegios relativos, nada ha sido fácil.  Ni dentro ni fuera del país.  He recibido las peores humillaciones, denigraciones, acusaciones e insultos en espacios  públicos y  privados, provenientes de mujeres y hombres, varios en posiciones de poder pero todos del sector conservador.  Sin embargo, fuera de Guatemala mi trabajo es asumido en una dimensión de aporte dentro de la academia y dentro del activismo que busca la justicia social.   Soy parte de una corriente antropológica de investigación-acción que trabaja por usar la academia para avanzar y empujar luchas concretas de las mujeres y los pueblos indígenas. Pero mentiría si dejo de reconocer que caminar lo que he caminado lo logré porque de niña  tuve leche, zapatos y educación privada y eso, hizo la diferencia en el resto de mi vida.  En otros países, esos derechos están dados para las mayorías de las y los niños, pero en un país como Guatemala con tanta inequidad, el haber tenido cubierto esos derechos durante mi niñez, reconozco que hizo la diferencia y me otorgó privilegios parciales, que trato de usar para acompañar luchas de hermanas y hermanos indígenas en situación de desigualdad extrema.
¿Cree que Irm Alicia sea un ejemplo a seguir en el sentido de que ha logrado triunfos académicos, familiares  y que las generaciones  deban de tomar en cuenta?
No sé si yo soy un ejemplo reconociendo lo privilegiada que  mi vida ha sido. Por ejemplo, no viví el arrazamiento del Ejército que vivieron las comunidades durante el conflicto armado o  nunca enfrenté  la pobreza extrema como sí lo vivieron la mayoría de niñas y niños mayas de mi generación.   Aunque estudiar fuera de Guatemala, con una niña pequeña, sí me enfrentó a severas limitaciones económicas al  ser mamá, papá, proveedora  y estudiante simultáneamente,  pero siempre busqué trabajos que completaran las becas que obtenía y mi hija, siendo aún pequeña, con 12 años, debió trabajar para que ambas pudiéramos continuar comiendo sin tener que renunciar a nuestra formación. Teníamos claro que esa era nuestra oportunidad y la íbamos aprovechar al máximo.
¿Cuáles fueron y son los principios y valores que han moldeado su vida?
Los principios y valores que han acompañado mi vida son los que heredé de mi comunidad y de mi familia. Brevemente, pensar, actuar y vivir colectivamente dado que estamos de paso y que al marcharnos quedará lo que hicimos para los demás, lo que hicimos para nosotros se diluirá. Y pensar en los demás empieza por nuestra familia, comunidad, pueblo hasta irse expandiendo.  Trabajar e invertir para el presente y para el futuro, eso implica tenerle respeto al dinero, no asumirlo como un Dios sino como un medio que da estabilidad y libertad, por eso, en la cosmovisión k’iche’ el dinero tiene su nahual. Y ante esto se trata de construir por medios honestos la independencia económica para que ella nos permita la independencia de pensamiento y de actuación, sin independencia económica es fácil traicionar  a la familia, vender los principios o subastar las luchas colectivas.    También una férrea disciplina por lograr la exquisitez en todo trabajo que inicio y que deseo alcanzar. De niña y adolescente trabajé con mi familia en el comercio de domingo a domingo y cuando salí a estudiar a la capital y posteriormente al extranjero, solo aplique esa misma regla, me puse a estudiar y a  trabajar de domingo a domingo.
¿ A quién se debe Irm Alicia, a su familia, a la sociedad, a su esfuerzo?
Me debo a tres pilares que son colectivos e interdependientes.  El primero es mi familia.  Amo a mi familia con profundidad absoluta, me siento orgullosa de mi proveniencia y de lo que han forjado, soy feliz de saber que después de un largo o corto viaje, de volver de trabajo de campo, llego  a cobijarme al querer de los seres que amo y que me aman, me emociona saber que con cada retorno me espera calor, ternura y sentimiento, eso me da estabilidad, me da fuerza, llena mi ser, me hace reír, soñar y crear.   Me hace ser y sentirme una mujer plena.
El segundo pilar es mi trabajo amo lo que hago, soy  plenamente feliz investigando, estudiando escribiendo y enseñando.  Adoro el trabajo de campo, es la fuerza  que da solidez a mis ideas, puedo quedarme en las comunidades todo el tiempo que sea necesario, no extraño nada cuando estoy allí pero también me satisface enseñar y saber que mis estudiantes están satisfechos con mi aporte porque puedo apoyarles con sus investigaciones, que aprenden de mí, que tengo la capacidad de enseñar y acompañarles. Y también puedo encerrarme durante días en mi biblioteca, sin salir, cuando debo escribir, no importa si renuncio al Sol, a la Luna, al sueño o a la comida, me convierto en un ratón de la biblioteca y lo gozo.  El tercero, es el deporte, con mi familia o sola disfruto nadar, moverme en bicicleta y correr.  Ya perdí la cuenta de cuántas maratones he corrido y tampoco llevo ya la suma del número de medias maratones que he concluido. Disfruto ese tiempo, corriendo, bajo el agua o sobre ruedas lo dedico a mi cuerpo y a mi mente, medito sobre mi vida, mi entorno y los desafíos que enfrento, es un tiempo para pensar y reflexionar. También practico la meditación, aunque con menos disciplina, pero el incorporarla a mi vida me ha hecho un mejor ser humano, una mejor mujer.
¿Cómo fueron los esfuerzos que hicieron los que creyeron y creen e usted?
He recibido todo de mi familia, me han dado lo que ha  estado a su alcance para que yo caminara hasta donde lo he hecho, han estado cuando más los he necesitado, ya sea para respaldarme o para celebrar.  Tengo pocos amigos y amigas y aunque están esparcidos cuentan mucho en mi vida  Pero, sí me debo a mis maestros y maestras, creyeron en mí  Horacio Cabezas Carcache, a él le debo mi pasión por la historia, Carlos Guzmán Bockler me dedicó varios  años ininterrumpidamente  para que avanzara en mi preparación teórica y me motivó a dejar el país, Charles Hale afinó mi agudeza analítica y fortaleció mi entrega política.  Nora England y Carol Smith me mantuvieron buscando la excelencia académica, Shannon Speed me enseñó a valorar y usar estrategicamente mis habilidades  y me ayudó, más que como una maestra, lo hizo como una hermana, a crear una red de colegas indígenas y no indígenas del sur al norte y viceversa.  Dejo la lista aquí, porque muchas y muchos más han creído en mí y, muchas veces, sin decírmelo he sentido su apoyo.
¿Se considera Irma Alicia una mujer luchadora?
Sí, me considero de manera humilde porque sé que solo puedo aportar un granito de maíz, como una permanente luchadora por la justicia y la equidad social de las mujeres y hombres que vivimos en la tierra, aunque mi énfasis, dada mi historia de vida,  han sido los pueblos indígenas.  Descansaré -como dice mi padre- el día que mis ojos se cierren y mi cuerpo reciba el último soplo de aire.  Para entonces, espero que mi descendencia esté ya preparada e incorporada para recibir y continuar la lucha.
¿Ahora que es una profesional exitosa, cómo ha consolidado sus principios de vida?
Buscando materializar lo que digo, aunque no es fácil, es un permanente desafío.  Siendo fiel y actuando acorde a mis sentimientos y principios, pero es una lucha diaria, soy humana y me equivoco, trato por todos los medios de levantarme.
¿Qué piensa de las mujeres que luchan por superarse y qué llamado les haría a las que se conforman en esta vida?
No es fácil ser mujer, menos en un país como Guatemala, profundamente conservador e hipócritamente moralista que acepta que el hombre asista con su esposa los domingos a misa o al culto, mientras el resto de la semana se la pase saciando sus deseos carnales con otra u otras mujeres.  Una sociedad que usa la religión católica, protestante o cualquier otra para controlar de manera eficaz y sutil a las y los que están socialmente abajo, la religión no se usa para liberar y empoderar a las mujeres.  A la mujer se le quiere pero controlada y las que osan rebelarse terminan descuartizadas y encostaladas acusadas de infidelidad o de cualquier crimen pasional bajado de la ciencia ficción.   A la mujer no se le quiere libre para que aporte y construya. A la mujer en Guatemala se le cortan las alas, se le cortan los sueños, se le arrincona o se le coloca en una jaula para cosificarla sexualmente, no se le quiere inteligente, siempre se duda de ella, por eso,  se le aplican preceptos moralistas, !tremendo error! La sociedad guatemalteca no se ha  dado cuenta que mientras más se cultive la mente, el espíritu y el compromiso de la mujer, sin importar su condición social o étnica, el país tendrá más intelectuales, políticas transparentes, madres estratégicas, científicas agudas, compañeras o esposas plenas, empresarias exitosas, burócratas creadoras y activas, en fin mujeres dignas y con conciencia que construirían otro país. Hoy Guatemala esta llena de mujeres heridas,  humilladas,  frustradas, depresivas, sin autoestima y que no son felices. En lo personal creo que nuestro compromiso con nosotras mismas es ser felices, no venimos a este mundo a sufrir y  solo plenas impactaremos en nuestro entorno privado y público.
¿Cómo crearía usted condiciones para que muchas mujeres que aspiran a una digna lo logren?
Primero cambiaría la curricula escolar desde párvulos hasta la universidad, esta  desfasada y superada ya por la realidad. Segundo, invertiría todos los fondos que ahora se tiran en campañas nacionales e internacionales en lograr resultados concretos en niñas que ahora están naciendo sino se invierte desde el nacimiento no se pueden tener transformaciones. Tercero, no permitiría que la religión intervenga en definir el derecho a la educación ni en el derecho a la salud.  Cuarto, invertiría en educación con calidad de niñas y niños desde párvulos hasta el bachillera†o en todo el país, acorde a las culturas y promoviendo una participación activa de los múltiples actores y actoras de las comunidades.  Quinto, la educación y la salud en un país inequitativo como Guatemala deben de ser laicas, con calidad y gratuitas, además, son responsabilidad del Estado, no son responsabilidad de las iglesias,  ONGs y menos  son derechos que se vendan a precios inaccesibles como simples mercancías para que se enriquezca un puñado de empresas que ahora hacen su agosto con la educación y la salud que venden a una minoría, a costa de condenar a la ignorancia y a la enfermedad a la mayoría.
¿Qué actitud debe tener una mujer en la vida, en particular nuestras indígenas, si quieren superarse y luchar contra la discriminación de la que son objeto?
La mayoría de mujeres indígenas en Guatemala están en desventaja, ante esto debe conocer sus derechos y demandar al Estado que estos se cumplan.   Hay que cultivar la conciencia y el compromiso porque nadie nos va a liberar, nosotras mismas debemos liberarnos de este sistema en donde solo una pequeña clase media indígena de mujeres se beneficia, y donde surgen excepciones, a mí en lo personal me da vergüenza ser excepción, no quiero ser excepción si eso implica que más de 5 millones de mujeres viven en pobreza, ya no más excepciones, debemos apostar porque la regla sea la equidad para todas las mujeres indígenas y no el privilegio de unas pocas.
¿Cuál es su aspiración en esta etapa de su vida?
Reconozco con sencillez que he superado mis sueños, yo solo quería ir a la universidad, solo eso quería, ni siquiera soñé con graduarme, por eso, siento que estoy en una de las etapas más hermosas de mi vida, por la madurez y conciencia que he alcanzado en varias áreas.  Creo que aún no he producido lo mejor de mi trabajo, no he escrito lo que tengo que publicar tanto en mi área de especialidad académica y relacionada a la historia reciente de Guatemala, como en otras que he ido cultivando, por ejemplo, quiero publicar mis poemas que tienen más de 10 años de estar guardados, ahora, luego de tanto pulirlos ya no siento el temor de exponerlos. Y a pesar de que he viajado  más de lo que imaginé alguna vez en mis sueños, quiero viajar de mochilera y perderme en algunas regiones del mundo con mis seres amados y seguir aprendiendo de otras culturas.  Al final, no sé si es mucho pedir para una niña, tremendamente flaquita, que todas las mañanas a las 7 en punto se sentaba en un banco frente al espejo del ropero de su madre, con su corte azul variado, su gabacha de tirantes, sus zapatos negros y sus calcetas blancas,  y que se veía y se tocaba los torcidos dientes mientras su madre le trenzaba, su largo pelo negro y le decía que a pesar de que efectivamente sus dientes estaban desajustados, nunca olvidara que era una niña hermosa e inteligente y que, al igual que ella llegaría a ser una exitosa comerciante.
* Periodista y antropóloga Maya K’iche’
Visiting Professor
Teresa Lozano Long Institute of
Latin American Studies

 

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