En estas dos frases tan sencillas, Pablo Picasso nos dejó la pista para encontrar en la vida la felicidad, o vivir buscando la mayor de las tragedias.
Estas frases son tan contundentes, que, se podría decir, en el mundo existen dos tipos de personalidades: los que buscamos, y somos desgraciados y los que nos disponemos a encontrar y somos felices. Le pregunto a usted, se identifica con el que busca, o ve que su vida es la de quien está dispuesto a encontrar y se goza cada momento que se pone en su camino.
¿Quién es usted?
Estas dos frases provienen de una entrevista que alguien, de quien no recuerdo el nombre ni la fecha, le hizo a Picasso hace ya mucho tiempo. Le pregunta fue: ¿Cree usted que lo que distingue al artista del resto de los mortales es su incesante búsqueda de la verdad?
Picasso, como el tremendo ser humano que era, no se tragó la trampa, y confesó uno de sus secretos mejor guardados en su conciencia, cuando dijo: Yo no busco. Yo encuentro.
Cuando a mí se me presentó este dilema, tenía ante mí la famosa escultura que Picasso armó uniendo el sillón de una bicicleta con su timón, y, sin ninguna duda, ya no era una bicicleta, era un toro en su máxima posibilidad de ser representado desde un mundo trivial: el basurero de un taller de bicicletas.
Voy a tratar de descifrar un poco el contenido de estas dos frases. Le pido a los lectores de Crónica que se preparen porque, a partir de esta columna, vamos a estar reflexionando más sobre sobre la enorme diferencia que existe entre el buscar, como manera de vivir, y el encontrar, porque, en sí, son dos caminos muy distintos de andar por la vida. En el primero, que es buscar, uno se sirve a uno mismo. En el segundo, que es encontrar, uno sirve a la vida. Este tema está desarrollado con más profundidad que en este artículo, en el libro del Dr. Rodolfo Paiz Andrade, Servir a la Vida, que los lectores pueden adquirir en las mejores librerías del país.
Cuando busco, lo que busco lo llevo cargado en mi conciencia, y mi problema es que algún día se aparezca en mi camino. Vivo, pues, a la expectativa de aquello que quiero que suceda, que ocurra para completarme como ser. Ese es el lado bueno del buscar. Existe, a la par, el lado negativo del buscar, y es que pongo de primero a mi realidad, que es limitada, antes y por encima del mundo que me rodea. Voy, pues, con las anteojeras puestas, de esas que se usan para que los caballos no puedan ver a su alrededor, sino solamente el camino que tienen enfrente.
La otra manera de ver la vida, que consiste en encontrar, es al revés. El mundo de afuera está al descubierto, y todo lo que existe en él es una posibilidad que puede, o no, convertirse en algo que yo puedo transformar en un tesoro, si, como propone Picasso, me fijo en ella, y dejo que el mundo se revele frente a mí y me vaya sorprendiendo.
También la vida puede ser una combinación de estas dos maneras de ver la realidad. Pero, en lo que sí tenemos que tener cuidado es cuando lo que buscamos no está en realidad, sino que es un invento de nuestros deseos, anhelos y sueños frustrados. Entonces sí estamos en problemas, porque, en lugar de ver la realidad la vamos a proyectar, y las cosas que se van a poner frente a nosotros son aquellas que provienen de nuestra fantasía, de nuestra imaginación, y vamos a vivir en un mundo de mentiras. Un mundo de mentiras que nos puede hacer mucho daño cuando nuestra conciencia despierte y vea las cosas como son y no como las hemos ido fabricando.
Pero ver la realidad desde lo que uno encuentra, y no desde lo que uno proyecta, no es fácil. Es más, nuestra educación y manera de vivir socialmente se ha encargado de decirnos que todo lo que tenemos que hacer en la vida es tener una meta, una quimera, una idea de lo que queremos llegar a ser, y que, si somos fieles y seguimos su camino hasta el final, vamos a tener éxito.
¿Cómo salir del mundo que evocamos y nos atrevemos a usar el basurero del taller de bicicletas para descubrir lo que tenemos que hacer? ¿No sería una alegría enorme vivir de este modo?