José Alfredo Calderón
Por más que uno explique que es el sistema y que mientras este siga siendo el mismo, las cosas simplemente no cambiarán, a la gente le gana la esperanza. Ya lo decía Johann W. Goethe: “La esperanza es la segunda alma del desdichado.”
Desde 1954 ha habido cambios políticos, económicos, culturales, jurídicos y sociales en este territorio que llamamos Guatemala, pero la estructura de dominación es prácticamente la misma. Si bien la actual Constitución Política de la República ha superado el fundamentalismo de la penúltima (1965), ambas poseen dos características que son cruciales, a la hora de conceptualizar “nuestra democracia”:
- Ambas se construyen durante gobiernos de facto y con un carácter contrainsurgente: abierto, descarado y primitivo en la de 1965 y matizado en la de 1985.[1]
- La naturaleza elitista de su diseño cuida la protección del statu quo, pero, sobre todo, el modelo de dominación y la esencia del Estado. Su aparente flexibilidad solo funciona para cambios gatopardistas[2], pero en esencia, desde 1957 (primera elección post contrarrevolucionaria), hasta nuestros días, el sistema se blinda para que los votantes (no electores) tengan que escoger entre varias opciones que garanticen la continuidad del sistema y, lo más importante, el mecanismo de expoliación y dominación económica y política.
Quizá por eso las elites aborrecen las expresiones antisistema como el Movimiento para la Liberación de los Pueblos –MLP–, al cual dejaron participar, pensando que serían como el achiote en el arroz, no más de adorno[3]. Pero el cuarto lugar de Thelma Cabrera les produjo mucho más que hipo. La viva expresión de la subalternidad les plantó cara dentro del mismo sistema: Mujer, indígena, pobre y con instrucción básica primaria. Como para morirse –habrán expresado muchos de los dueños del país–. Además, otro dato, sumados los votos de WINAQ y el MLP, superan al segundo lugar y finalista de la contienda electoral.
No es casual que ahora vengan las cámaras empresariales con el “remix” de la narrativa criminalizadora de la protesta social. Al margen de algunos excesos que seguramente hay, durante décadas, las élites económicas parecen haber seguido al pie de la letra de las últimas frases de Jorge Ubico, antes de partir al “exilio”: “Cuídense de los cachurecos y los comunistas”. Por otra parte, cómo no entender los excesos en un país con historial de represión, opresión y escarnio, en unos niveles que escandalizan a las sociedades del primer mundo.
Thelma Cabrera pareciera ser la voz de quienes ya no tienen esperanza porque saben que el sistema, JAMÁS los atenderá con la dignidad que se merecen como cualquier ser humano. Por eso vienen como anillo al dedo las palabras de Arthur Schopenhauer: “Quien ha perdido la esperanza ha perdido también el miedo: tal significa la palabra desesperado.” Y esa desesperanza ha hecho que vastos sectores de la población, organizados o no, hayan perdido la esperanza y, con ello, el miedo. Los grandes ciclos de la historia han surgido –precisamente– cuando los de abajo ya no quieren y los de arriba ya no pueden. Una fracción minoritaria de las elites apuesta a la hegemonía, es decir, a la dominación por consenso, utilizando para ello, los aparatos ideológicos del Estado: La Escuela, Los medios de comunicación, la cultura, la política y otros, cuya misión fundamental es generar imaginarios sociales acordes a esconder un sistema de dominación y aceptarlo mediante las dádivas de reformas gatopardistas, como ya dije. Sin embargo, la mayor parte de las élites apuestan a lo más seguro (según ellos): la dominación primitiva y, en muchas ocasiones, violenta.
Tampoco es casual, que se empiecen a escuchar voces en torno a la posibilidad que Thelma Cabrera pudiera ser ese liderazgo de los sin voz, de los que lo han perdido todo, de los que no esperan nada, porque viven en la nada.
Mientras tanto, las grandes mayorías viven aferradas a la esperanza de un cambio, sin la certeza de quién lo traería o cómo vendría. Enfocados en el día a día, en la supervivencia unos y otros que subsisten, aspirando al sueño de convertirse en wannabes, víctimas de las fake news y de la más elemental formación ciudadana (ya no digamos política). Quizá las historias del Dr. Arévalo, que de la nada vino a “Guate” procedente de Argentina, ganó con el 85% de votos y encabezó cambios que, para la época, eran descabellados y peligrosamente revolucionarios[4], pudiera alimentar todavía algunos sueños.
Siempre dependiendo de la expectativa de obtener cambios sin cambiar el sistema; de obtener resultados diferentes haciendo básicamente lo mismo. Con este escenario se presenta la segunda vuelta. Por enésima vez desde la era llamada democrática, dos opciones de una misma variante, dos males entre males mucho peores. No hay menos malo, NINGUNO hará algún cambio importante. Sus antecedentes los delatan y sus discursos recientes lo confirman: tendremos más de lo mismo. A lo lejos, resuena el eco de los más religiosos que dirán: “Ojalá que al menos nos agarren confesados…
Historiador y observador social
[1] Que concede muchas libertades y desdemoniza las ideas socialistas y comunistas. En su favor debe decirse que tiene muchos avances. Cito dos que me parecen cruciales: Es la primera Constitución en el continente americano en crear la figura de un Ombudsman. Así mismo, 29 de las 30 garantías fundamentales de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, están contenidas en la parte sustantiva de la Carta Magna.
[2] El Gato Pardo es una novela escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa entre 1954-1957. La esencia temática de la novela se sintetiza en la frase: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie». Desde entonces se conocen como gatopardistas todos los cambios políticos de forma, pero que mantienen el fondo incólume.
[3] Expresión de Mario Monteforte Toledo cuando le preguntaron sobre la presencia de Maro Solórzano Martínez del Partido Socialista Democrático –PSD– en el gabinete de Serrano Elías, como ministro de Trabajo.
[4] Hoy sabemos del carácter reformador del movimiento del 20 de octubre de 1944, y que el “socialismo espiritual” que pregonaba Arévalo, en realidad era un populismo que pretendía esconer la lucha de clases y las contradicciones profundas de la sociedad guatemalteca.