¿Y ahora qué?

EDUARDO COFIÑOEduardo Cofiño K.

En estos últimos tiempos que vivimos, he observado que todos los medios a mi alcance —tanto escritos como visuales y/o electrónicos— se refieren recurrentemente a temas muy similares:

  1. El calentamiento global y sus efectos
  2. La corrupción y los sistemas políticos
  3. El crecimiento demográfico

El calentamiento global y sus efectos es un tema muy amplio y que provoca sentimientos encontrados. En mi caso, está clarísimo que los sistemas de producción y explotación derivados de la llamada Revolución Industrial —basada en el uso masivo del petróleo y sus derivados, procesos inventados por nosotros, los ingenieros químicos— han tenido consecuencias que no nos imaginábamos. Procesos que han contribuido directamente al terrible desequilibrio químico que afecta a todos los ecosistemas del planeta y que, a su vez, han puesto la sobrevivencia de la raza humana al borde de la extinción como parte de la vida sobre la tierra. Sí, estamos cerca del Armagedón, Apocalipsis, el fin del homo sapiens. Las sequías son verdaderamente alarmantes y, cuando al fin llueve, entonces llueve torrencialmente. Se erosionan las montañas —por falta de bosques— y se caen sepultando poblaciones enteras. Muchas veces poblaciones que no deberían ni siquiera estar allí, pero que la falta de espacio, ocasionada por el crecimiento demográfico, la pobreza y la falta de alternativas, los lleva a esos asentamientos inhumanos que vemos en los barrancos, en las laderas de las montañas. Los huracanes y tornados son mas fuertes y se derriten los polos a un ritmo mas rápido que el que calcularon los científicos ya hace mas de cincuenta años. El aire se ensucia y el país se convierte en un basurero gigante. No existe agua de ningún río, laguna o lago que no este libre del deterioro ambiental. No hay agua pura natural. Además de que no alcanza para todos, ni para todo lo que se necesita. Empiezan los problemas por el uso del agua por los terratenientes que, de alguna forma, nos guste o no, mantienen a flote la macroeconomía del país.

Si, cuando llegue el momento de no retorno, hemos destruido también los mecanismos que permiten la vida en la tierra y desaparece la atmósfera, pues el planeta se convertirá en un desierto sin más ni más. Como la luna, como marte. Pueda ser que en su lento e inexorable proceso de enfriamiento vuelva, después de millones de años, a generar los elementos que permitan que nuevamente el agua, los aminoácidos, los átomos de hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y el carbono, reaccionen nuevamente y empiece la vida de nuevo. Nada es imposible cuando el tiempo se mide en millones de años.

Pero si solo es el hombre el que se aniquila o se reduce a cantidades ínfimas de seres humanos, seguramente volveremos a llegar a donde estamos ahora, explotando y extrayendo los minerales y productos orgánicos que podamos, sin medir las consecuencias. Así de claro, así de simple. Eso sí, como he escrito en otras oportunidades, no se nos ocurre usar las miles de bombas atómicas que esperan el momento de la última guerra mundial.

En cuanto el tema de La corrupción y los sistemas de gobierno, vemos que es un tema que sucede y se repite por todos lados, no hay país que se salve. Mientras más atrasada, más pobre, más inculta y desinformada es una población, más corrupción. Miremos los casos de países como Haití, Guatemala, Honduras. Países de África e India y lugares de China donde se gobierna con la ley del mas fuerte. Lugares donde la impunidad es el común denominador. Aunque recientemente, gracias a la información que nos dan las redes sociales, principalmente, y a héroes periodistas que arriesgan su vida informándonos de los desmanes de nuestros gobernantes, hay una luz al final del túnel. Por lo menos hay presos por montones. Hay esperanza pues.

La corrupción en los países industrializados es de otro tipo, es multimillonaria y se basa en los grandes contratos gubernamentales, principalmente para la industria que produce para la guerra. Aviones, helicópteros, motores, turbinas, uniformes, armas, tecnología, raciones alimenticias, transporte, logística, en cada guerra se gastan diariamente miles de millones de dólares, en aras de la búsqueda de la paz.

Pero el tema que más me preocupa y que va de la mano con los dos anteriores, es el del Crecimiento demográfico. Hay diferentes posturas y muchos profesionales en el ramo de la demografía advierten que, a este ritmo, es imposible paliar las grandes deficiencias en educación, salud, seguridad e infraestructura que nos aquejan a los países del tercer mundo y que, en un circulo vicioso, nos hace seguir retrasándonos cada día más. Por supuesto, están los que defienden el crecimiento demográfico, en aras de mantener poblaciones jóvenes que permitan seguir desarrollándonos, produciendo, explotando con el falaz argumento que, si le ponemos freno al crecimiento demográfico descontrolado, no habrá jóvenes para trabajar. Si eso sucediera, no se preocupen, trabajaríamos los viejos que, aunque menos eficientes, todavía podemos efectuar todo tipo de tareas. Lo que sí es cierto, es que los mejores países del mundo tienen poblaciones pequeñas en relación a su rendimiento económico y es valida la comparación con una familia con pocos hijos, donde el ingreso es mas que suficiente para permitir el ahorro o la inversión. Mientras en el otro extremo esta una familia a la que no le alcanza el ingreso ni para llevar una dieta decente, provocando deficiencias genéticas irreversibles en los bebés desde que están en el útero materno. Así de fácil, también. Millones de seres humanos que emigran buscando mejores oportunidades de sobrevivencia y que, sin quererlo, están provocando la caída de los países que los alojan.

Lleve usted a su casa a vivir a otra familia completa, que no aportan sino que, por el contrario, requieren trabajo y piense en lo que le sucedería a su familia.

Y si a esto tres temas primordiales le añadimos el flagelo de las guerras por narcotráfico —en el caso de nosotros, los países del puente hacia el mayor consumidor del mundo: los Estados Unidos de América— o los que tienen guerras por cuestiones de petróleo, muchas veces enmascaradas con creencias religiosas extremistas, como el caso del Islam, la cosa, a nivel mundial, se pone color de hormiga.

También están aquellos países que fueron paraísos y, por lo mismo, se recetaron prestaciones y beneficios laborales —salud, educación, transporte— que no eran sostenibles en el tiempo y ahora no saben cómo mantenerlos. Son insostenibles. Pero los habitantes de dichas regiones no están dispuestos a apretarse el cincho, como sucede con aquellas personas que fueron adineradas y lo pierden todo, quieren seguir viviendo al mismo ritmo y con los mismos gastos que tenían antes, se hunden todavía más. Lo vemos en Grecia, Puerto Rico, Venezuela, Argentina.

Pero también están aquellos países que, teniéndolo todo, se quejan porque quieren más, toman decisiones que los llevaran a la quiebra, aunque todavía son paraísos para vivir en paz. Por eso me pregunto, una y otra vez: ¿Y ahora qué?

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