Madrid. Que es grande, que está mayor, es una manera de decir que una persona es vieja. Digamos, una forma más elegante, menos agresiva, si se quiere, de calificar un anciano.
Hace unos días el Nobel peruano, de 79 años de edad, al inaugurar una conferencia en la que eran protagonistas las esposas de los presos políticos venezolanos Leopoldo López y Antonio Ledezma, tuvo tres lapsus, propio de los años( yo lo sé por mi experiencia, pues me pasa a menudo, y eso que tengo varios años menos que Vargas Llosa). Olvidó el apellido de Ledezma -se quedó en Antonio-, lla- mó Rodolfo a López, y no recordó el nombre de su colega y viejo amigo Jean Francois Revel. Hasta pidió ayuda a la mesa.
Pero eso no le quitó brillantez a sus palabras. Probablemente estaba cansado. Están siendo días muy ajetreados para él. A las numerosas actividades académicas, derivadas de su condición de celebrado escritor y premio Nobel de Literatura, sumó un hecho que lo transformó en noticia diaria en España, compitiendo cabeza a cabeza con lacrisis griega y las negociaciones de Sergio Ramos con el Real Madrid, sacándoles alguna ventaja con portadas y varias paginas de la revista Hola, acompañado de Isabel Preysler, reciente viuda de Miguel Boyer.
La ruptura matrimonial con Patricia Llosa, medio siglo después, y la irrupción pública de su romance con la llamada Reina de corazones, ha sido noticia y comentario de todos los días. ¿Y por qué tanta alharaca, por un asunto que tiene que ver estrictamente con la vida privada de los involucrados? Es que Vargas Llosa, lo que haga y diga no es noticia de ahora, lo es desde hace muchos años. En cuanto a la dama, se afirma que su razón de ser es, precisamente, ser noticia. Y si es en Hola, miel sobre hojuelas. Aquí se dice y afirma que Isabel Preysler monetiza sus apariciones en esta revista.
Gonzalo Vargas Llosa, segundo de los tres hijos del escritor, en una entrevista con el diario ABC de Madrid, se lamentó de ese exhibicionismo innecesario y supuso que en el caso son los fuertes intereses económicos los que han prevalecido y es lo que explica las portadas, semana tras semanas.
También se dice que Preysler con- trola todas las fotos propias y de su familia -asegurándose de los retoques– que aparecen en las revistas del corazón y, en particular, en Hola. Con- fieso que hace unos días estuve unos minutos con Mario Vargas Llosa y comprobé que en las fotos de Hola sale mejor.
Debe ser un sentimiento muy fuerte el que lo motiva. Algo que va más allá que la búsqueda de notoriedad, que no la necesita; tampoco para sentirse más joven, por aquello de que el hombre tiene la edad de la mujer que ama. En definitiva son solo 15 años de diferencia.
Se sabe que en cuestiones del amor, mente y corazón no hacen buenas migas, pero el Nobel tiene que haberlo sopesado muy bien. Toda una familia, una compañera leal, hijos y nietos, 50 años, la gran exposición mediática; en fin, de errarle, la gaffe puede ser mayor que la de su malo-
grada candidatura presidencial. Y con elagravanteextra paraquiennohace tanto escribió la Civilización del Espectáculo, advirtiéndonos de esa tendencia a convertir esa natural propensión a pasarla bien en un valor supremo con consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo. Se supone que ella, Isabel, también lo debe haber sopesado.
La gente tiene derecho a enamorarse, cualquiera que sea el momento. Incluso cuando ya se es grande.
El amor en los tiempos del cólera es, si no la más grande, una de las mayores novelas de amor que se han escrito, donde Gabriel García Márquez nos cuenta de un amor entre personas mayores. Un amor sin prevenciones, sin cuidarse en formas y sujetarse a lo correcto, con eventuales ridículos y deliciosas tonterías.
Es que el amor es eso. Nadie sabe bien qué, pero es eso. Una cosa maravillosa que te eleva, te hunde y te aniquila; y que, por sobre todas las cosas, te domina mas que ningún otro vicio y ninguna otra droga.
El amor, como la muerte, aparece imprevistamente debajo de cualquier piedra del camino. Y si ya llevas un largo recorrido y a tal altura del empedrado sendero surge el amor y no la muerte, hay que festejarlo y asumirlo todo el tiempo que se pueda. Y más si no se es creyente.
Lo ha hecho bien Mario Vargas Llosa. Es su vida. Nada tiene que ver que esté un poco mayor; y por eso mismo también.