Psicóloga de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH).
Lo cotidiano de la violencia y los atentados en el transporte público están pasando una factura muy alta a la convivencia social y a la salud de los pasajeros, lo cual mantiene la calidad de vida de los usuarios contra la pared, asegura la experta de la Unidad de Prevención del Maltrato, de la PDH.
Ronald Mendoza
rmendoza@cronica.com.gt
¿Cuán lamentable es la inseguridad en el transporte público?
Es bastante lamentable por la amplitud de sus afectaciones, las cuales no solo alcanzan la integridad física de las personas, sino también, casi siempre, terminan dejando secuelas psicológicas de largo alcance, que llegan a trastocar la armonía familiar y la convivencia social.
Entonces, ¿cómo es la vida del capitalino como usuario de los buses?
Actualmente las personas que utilizan el transporte público están viviendo una psicosis colectiva, pues no saben en cuál de los buses que abordan serán víctimas de un atentado.
Así, a la hora de un hecho violento en un automotor, algunas personas quedan estupefactas, pero otras se oponen y resultan sufriendo una mayor agresión.
De tal cuenta, ser pasajero es estar constantemente invadido por el miedo y los profundos temores, lo cual se traduce en alteraciones del pulso, ansiedad, nauseas, desesperanza e impotencia.
Usted lo decía, este entorno termina finalmente trastocando la psique de los pasajeros, lo que puede tener repercusiones de largo plazo, e incluso permanentes. ¿Se daña la calidad de vida, entonces?
Hay personas que sufren de flashback constantes; es decir, de rememoraciones de los hechos que han presenciado, y a veces estos recuerdos son tan recurrentes y profundos que se traducen en insomnio, taquicardias, desesperanza, etc.
Entonces la vida cotidiana se nos altera, al punto que se compromete nuestra vida personal o profesional y, por ende, familiar.
El efecto más grave de todo esto es el estrés postraumático, el cual puede llevarnos a niveles altos de tensión, intranquilidad, ansiedad o depresión.
De los casos que atendemos, hay varios que se encuentran al borde de esta gravedad. Esta es una sociedad que está sometida a una tortura constante.
¿Así es posible construir una sociedad sana?
Definitivamente no. Actualmente nuestra sociedad ha aprendido a resolver sus problemas a través de una sola vía: la violencia, que es una expresión de lo cotidiano que se ha vuelto estar sometido a un entorno violento. ¿Qué más podemos esperar si la violencia es transversal a nuestra vida? No más que una sociedad sumamente violenta e insana mentalmente. La inseguridad nos está robando la salud.
Por último, ¿qué se puede hacer desde el hogar, por ejemplo, para contener en alguna medida el daño psicológico que pueda sufrirse tras un asalto a un bus o tras vivir una experiencia de suma violencia en el transporte colectivo?
Lo más importante es escuchar a la persona, a la víctima, ya que de alguna manera le estaremos dando una válvula de escape al trauma que podría haber dejado una vivencia de estas. Hay que comprenderles, hacerles sentir seguras, protegidas, para que esto de alguna manera mitigue el alcance del daño emocional.
De igual forma, es importante que, de ser necesario, se recurra a un profesional que pueda darle la atención necesaria a la persona y pueda entonces prevenir afectaciones más severas.
Los usuarios tienen que soportar la precaria situación de los buses, los abusos de los pilotos, pero, además, la amenaza de ser asaltados.
Los pandilleros colocan caritas y símbolos del fútbol, en señal de que ya les pagaron la extorsión.
Yo, casi a diario tengo que lidiar con estos hechos delictivos, porque cuando abordo un bus rojo, se suben pandilleros a pedir extorsión.