Tras dos huracanes… en Luisiana todavía dudan de efectos del calentamiento global

Lake Charles, Estados Unidos | 

por Leo MOUREN

El agua acumulada en el jardín de Daniel Schexnayder le llega a los tobillos. Los daños causados por el huracán Laura a finales de agosto todavía le impiden vivir en su casa y acaba de sufrir un segundo huracán. Todo en seis semanas. Pero todavía no cree en el calentamiento global.

«Estoy del otro lado. Estoy con Trump». El sábado, el día después del paso del huracán Delta, el mensaje de este carpintero de 58 años de la pequeña ciudad de Iowa, a pocos kilómetros de Lake Charles, en el estado de Luisiana (sureste), es claro.

Sin embargo, está comprobado que el calentamiento global es provocado por actividades humanas y hace que los ciclones sean más poderosos.

Y las regiones costeras de Estados Unidos, como Luisiana, son más propensas a ser devastadas por huracanes de categoría 4, como fue el caso de Laura, con consecuencias desastrosas.

«Hay buenos científicos y malos científicos», apunta Schexnayder al bajar de su camioneta con gasolina para alimentar el generador en la casa de su madre.

«Acepto estos huracanes porque no hay nada que podamos hacer. No tenemos poder sobre ellos, sólo el buen Dios lo tiene», asegura.

Por todas partes de las calles de Lake Charles, los mensajes pidiendo misericordia divina florecieron antes del paso de Delta. En boca de los habitantes, el mismo vocabulario religioso.

Luisiana, un estado muy devoto y conservador que votó por Donald Trump en 2016, forma parte del «cinturón bíblico» del sur de Estados Unidos.

Según un estudio publicado en 2020 por un programa de la Universidad de Yale, de todos los estados estadounidenses afectados regularmente por huracanes, Luisiana es el que menos cree en el cambio climático (55%).

Pero no todos los habitantes de Luisiana son tan categóricos como Schexnayder cuando se les pregunta sobre la responsabilidad del calentamiento global en estos desastres naturales.

«Bien podría ser el caso, pero también podría ser obra de Dios», resume Tracy Fontenot. En cualquier caso, ya sea responsabilidad divina o humana, «no sé cómo podríamos escaparnos», agrega esta maestra de 55 años.

– Petróleo –

El viernes por la mañana, la lluvia torrencial que anunciaba la llegada de Delta no dejó ninguna duda en la cabeza de Kristy Olmster, de 41 años, quien trabaja para un distribuidor de electricidad.

«El calentamiento global es muy real», afirmó mientras terminaba de poner madera contrachapada en sus ventanas y puertas.

A pocas cuadras, Arthur Durham, un restaurador de 56 años del vecino estado de Texas, estaba de acuerdo.

«Creo que quienes niegan la realidad del cambio climático son bastante tontos. Está bastante claro. He vivido cerca del Golfo de México la mayor parte de mi vida y todo esto es nuevo. Sin los humanos, no tendríamos todo esto», resume.

Como votante del candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden, se siente un poco solo en esta parroquia (equivalente local del condado) muy conservadora de Calcasieu.

Para Durham, los factores económicos y culturales influyen en el interés que muestran los ciudadanos por el medio ambiente.

Por ejemplo, su hijo se fue antes de la llegada de Delta para poder tener una mejor conexión a internet y seguir con su pasantía en el fabricante de autos eléctricos Tesla, mientras que muchos residentes de los barrios más desfavorecidos de Lake Charles se fueron para salvar lo poco que tienen.

Pero sobre todo, señala la influencia de la industria petrolera en la región. Luisiana tiene el 20% de la capacidad de refinación del país.

Aquí, «hay personas que trabajan para empresas que no necesariamente se suscriben al cambio climático, porque tendría un impacto en sus operaciones», explica.

Compañías petroleras que están cada vez más preocupadas por su volumen de negocios debido al aumento de los niveles de las aguas o por una devastación como la causada por el huracán Harvey en Texas en 2017.

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