Toda imaginación cabe en una novela

 

No cabe duda de que combinar imaginación con referencias personales y de contexto, más las intelectuales, es una muy buena fórmula para producir una gran novela. Ah, claro, me olvidaba, con una buena dosis de talento, malicia y colwmillo.

Francisco Alejandro Méndez

famendez@cronica.com.gt

Las anteriores reflexiones me surgen, para empezar este pequeño texto, del resultado de haber leído la genial novela Los chicos de las taquillas, de Ryu Murakami, baterista de rock y uno de los escritores y directores de cine japoneses más controversiales de la actualidad. Es la tercera novela que me devoro, pues de su producción, hasta estas latitudes centroamericanas, únicamente han llegado Azul, casi transparente; Sopa de Miso.

portada_Loschicosdelastaquillas

 

Un texto que mueve

Debo también reflexionar al respecto de por qué un texto te hace tambalear, sudar, comer ansias, tomar más cerveza, rascarte la cabeza o apretar los ojos casi hasta estallarlos. Respuestas hay muchas, pero una de ellas podría ser que quizá nos hubiera gustado escribir esa novela. Existe algo en el texto que te atrae de tal manera, te seduce, te confronta, te cimbra de pies a cabeza, te hipnotiza.

 

Dos protagonistas

Esta es la historia de Hashi y Kiku. De ellos conocemos desde que tienen horas de nacidos, hasta la debacle de sus vidas, sin apenas llegar a los veinte años. Ambos comparten la suerte de haber sido abandonados por sus madres en taquillas de tren. Dejados al garete, con la esperanza de que murieran, ahogados en su propio sudor o sofocados por el estúpido calor de una urna metálica o de que alguien los encontrara gracias a sus estridentes gritos y, como salvador, los volviera a la vida.

En efecto, ambos son rescatados y llevados a Los Cerezos, un orfanatorio donde socializan con otros niños con historias similares y con abnegadas beatas que velan por ellos. Ambos arrastran ciertas reminiscencias de sus primeras horas de nacidos. A uno de ellos, su madre, tras introducirlo en la caja en la que lo abandonó, le chupó el pene para comprobar si el bebé iba a llorar. De hecho, de esa manera comienza la novela: La mujer presionó el estómago del bebé y empezó a chuparle el pene; era más fino que los mentolados americanos que ella fumaba y un poco viscoso, como pescado crudo…

El libro narra la historia de Hashi y Kiku, que fueron abandonados en una estación de tren.

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