Este domingo llegará a su etapa final la agotadora, atípica y exageradamente larga campaña electoral, cuando los guatemaltecos acudamos a las urnas para elegir entre las dos opciones que ganaron un lugar en el balotaje final: Jimmy Morales (FCN) y Sandra Torres (UNE). Nos guste o no, uno de ellos será el próximo gobernante del país.
De acuerdo con los resultados de la primera vuelta electoral el pasado 9 de septiembre, Morales tiene mayor fortaleza en el voto urbano, principalmente en el distrito central; mientras Torres basa sus posibilidades de éxito en el voto rural, que en aquella ocasión se dividió entre ella y el hoy desaparecido Manuel Baldizón (Líder).
Esta campaña ha transcurrido en medio de un fenómeno importante, como es la demostración de repudio de amplios sectores ciudadanos hacia la clase política, derivado de los escándalos de corrupción que destapó la Comisión Internacional Contra la Impunidad (CICIG), en trabajo conjunto con el Ministerio Público (MP). Esta situación puede influir el resultado final.
El destape de casos de corrupción, sumado al movimiento ciudadano que brotó y estuvo activo durante cerca de cuatro meses, crearon un ambiente totalmente diferente a lo que en el pasado hemos visto. Ello propició también -indudablemente- el surgimiento de un candidato y partido poco conocidos. Sin ese ambiente, sin ese repudio a la clase política más tradicional, es seguro que la candidatura de Jimmy Morales no hubiera podido alcanzar la fuerza que ahora tiene.
Un total de 13 candidatos estuvieron en el arranque de la contienda. A pesar del alto número de participantes, no hubo nada destacado en la primera vuelta. No se dieron planteamientos innovadores, ningún candidato fue más allá de las tradicionales promesas de campaña en torno a educación, empleo, salud o seguridad. Los más astutos se acercaron al clamor popular de la lucha contra la corrupción, pero ninguno con planteamientos dignos de aplauso y reconocimiento.
Aquella elección la ganó el candidato que se percibió más lejano a la política tradicional, pero, curiosamente, con la candidata que más vínculos tenía con Gobiernos anteriores, ya que fue parte, de manera directa y visible, de la administración de la UNE y del presidente Álvaro Colom, de quien se divorció, precisamente para buscar la primera magistratura del país.
La segunda vuelta tampoco ha ofrecido un mensaje de gran optimismo. Los debates entre los candidatos y la pobre campaña de comunicación que han realizado ambos contendientes dejan al desnudo que no hay propuestas o planteamiento de un verdadero cambio, por más que ambos candidatos insistan en que son una opción para tener una Guatemala diferente. Ojalá que el ganador encuentre el rumbo para llevar el país a un mejor nivel socioeconómico y una madurez política estable.
Los pronósticos y encuestas dejan de tener valor en dos días, porque será el resultado de las urnas el que definirá al ganador, lo cual marcará el futuro del país. Sin embargo, hay un factor que hay que tener presente y que no debemos olvidar, y este es el rol que a partir del 14 de enero tendrá la auditoria social, derivada del movimiento ciudadano que surgió este año. La tolerancia de la población ante la corrupción, la incapacidad y el statu quo ha disminuido considerablemente. Ahora hay más conciencia de que la clase política debe cambiar y dejar de ser aprovechada, para convertirse en clase de servicio. Si no lo hace, entonces sí, el pueblo lo reclamará.
Este domingo 25 de octubre hay que acudir a votar. Hay que escoger entre las opciones que hay, pero no hay que creer que las elecciones y su resultado traerá la solución a los graves problemas nacionales. Para encontrarlos, la sociedad debe seguir vigilante y ser exigente de que las instituciones respondan como deben: sirviendo al pueblo.