¿Shucos buenos o… shucos shucos?

Los primeros han convertido el calificativo despectivo (shuco) en sinónimo de algo bueno, que se disfruta y ya tiene historia; hasta se puede hablar de marca.  ¿Y los otros?… ¡apestan!

Gonzalo Marroquín Godoy

Como pasa el tiempo y la vida.  Allá por los años 60 y principios de los 70, estudiaba en el Liceo Guatemala, ubicado al final de la avenida Reforma, una época en la que el ritmo de vida de la ciudad era totalmente distinto al que agobia hoy a todos lo capitalinos. Ahora mismo estamos celebrando los cincuenta años de la promoción 1971 de nuestro querido Liceo.

Pero no es del colegio ni de la educación que voy a escribir hoy. Voy a referirme a los delicioso y hasta necesarios –de vez en cuando–, hot dogs del Liceo, los cuáles con el tiempo trascendieron a estudiantes y exalumnos del colegio, para convertirse en una especie de patrimonio de todos los que gustamos de ellos, que a la fecha somos muchísimos, pues su éxito alcanza más allá de los propios liceístas.

Recuerdo que cuando apareció la primera carretilla frente al colegio se vendían a cinco centavos el speshial, que solamente tenía pan, guacamol y repollo con mostaza y chilito al gusto, mientras el hot dog agregaba su respectiva salchicha, a un increíble precio de diez len –centavos–, algo inconcebible en nuestros días.

Me atrevería a decir que era casi obligación gastronómica –en ese tiempo ni pensaba en esa palabrita– pasar a la salida del colegio comprando un hot dog.  No recuerdo haber escuchado que alguno de nosotros les llamara shucos, pero sí es cierto que con el paso de los años así fueron identificados por propios y extraños.

Casi toda mi vida he comido los famosos shucos y nunca me he enfermado, pero en cambio sí he disfrutado de ellos en muchas ocasiones, incluso en ciertas reuniones familiares o de amigos a las que llevan alguna carretilla para deleite de los invitados.

Lo curioso es que, quienes empezaron a llamarles shucos, quizás no sabían que son tan sabrosos y que quienes lo preparan allá por el Liceo cuidan tanto su calidad que, en vez de golpear su prestigio les dieron una marca para promoverse.  Hoy cualquiera que quiere un shuco del Liceo pasa por la 10 avenida, los pide así a los vendedores en la calle: dame tres (o más) suhcos.

¡Esos son los shucos buenos! Y entonces salta la pregunta ¿Cuáles son los shucos shucos? Resulta que los chapines le decimos shuco a algo o alguien sucio.

Es una analogía para presentar a ese otro tipo de shucos, esos que ahora se han vuelto muy comunes en la vida política y pública del país.  Por supuesto que hay valiosas excepciones en los cargos de servicio público –y espero que no se ofendan–, pero la verdad es que cada vez es más difícil encontrar funcionarios, diputados, jueces, magistrados y demás, que trabajen de manera proba y eficiente.

Entre esos shucos que pululan en la administración pública destacan por estos días muchos diputados que trabajan para la reelección de su líder, el nada simpático Allan Rodríguez, quien ha caído –¡otra vez!– en la compra de votos, ya sea por el pago directo o por medio de obras públicas que se entregan para que los diputados se beneficien con el consabido soborno o contubernio con los constructores, con quienes suelen tener algo más que relación directa.

Por eso se explica que antes de aprobar el Presupuesto –en donde se parte y reparte el pastel de la corrupción–, se proceda a elegir a la nueva Junta Directiva, a pesar de que el cambio de la misma no tendrá lugar sino hasta el 14 de enero.  Pero es la forma en que se amarra que las obras vayan a parar a las manos deseadas… y las coimas también.

Contrario a los shucos buenos, estos dan basca.  Allan Rodríguez es la cabeza visible de la alianza oficialista y del Pacto de Corruptos en el Legislativo y ha tenido una muy pobre gestión en sus dos años de presidente de ese organismo del Estado.  Eso sí, ha sido gran corruptor y pieza clave para mantener el control político sobre el sistema de justicia, tapadera de impunidad para la corrupción generalizada.

Lo que sí es claro, es que toda la porquería que hay en el Congreso sale a relucir una vez más.  Lo importante es que los ciudadanos –todos nosotros– lo tengamos claro –y no olvidemos– para luchar porque los cambios puedan darse algún día.  Recordemos que casi todo cambio de fondo pasa por el Congreso.

Sería interesante ver que se forme un frente de diputados por la dignidad, de diputados que quieran cambios positivos para el país y no se dejen seducir por el dinero.  Que la seducción sea por lo bueno, por lo sabroso, por lo que vale la pena… por Guatemala.