¡Se acabó!, no hay tecla intocable

Gonzalo MarroquinEnfoque por: Gonzalo Marroquín Godoy


La porquería estaba por todas partes y aumentaba constantemente. La razón principal para que no se pudiera combatir la corrupción, ha sido que la clase política construyó un entramado casi perfecto de impunidad, en el que no existía independencia de poderes y la justicia actuaba al servicio de las mafias que se iban sustituyendo en el poder.

Los partidos políticos —los más importantes— han sido organizaciones caudillistas, en las que un líder y su círculo de principales, las famosas roscas, trabajan para llegar al poder y tomar la estafeta del enriquecimiento ilícito. Se han sucedido, y aunque hay excepciones, nunca se ha impedido que la bola de corrupción siga rodando y creciendo, hasta llegar a la dimensión que ahora sabemos que ha alcanzado.

Cuando Arzú y su camarilla se hicieron millonarios con las privatizaciones, la respuesta de la sociedad —y aún se escucha hoy—, era que al menos hay más teléfonos. Cierto, pero se pudo lograr sin corrupción. Además, no hay tren, y ahora, ni correo. Pero la tolerancia aflora.

Más tarde vino el FRG. Se dijo que Alfonso Portillo y compañía eran una especie de Alí Babá y los 40 ladrones, pero resultó ser un insulto para el pobre Alí Babá. La prensa le descubría casi todos los atracos cometidos y muchos se documentaron. Cheques, desfalcos, vuelos a Panamá para sacar dinero y; por supuesto, los sobornos por obras. La Gana hizo menos ruido con la corrupción y al menos pidió que viniera una comisión internacional para luchar contra la impunidad.

La UNE tuvo la suerte de tener una   CICIG en transición y todavía no enfocada. El país tenía tantas mafias de crimen organizado, que no se pensaba que las raíces de la mayoría llegaban a la clase política y; por lo tanto, estaban incrustadas en el Estado. Los de la esperanza supieron esconder muchas cosas bajo los programas sociales, y poco se ha investigado. Lo que sí se sabe es que esas comisiones o sobornos por sobrevaloraciones fueron noticia cotidiana por cuatro años.

Pero si se creía que todo se había visto en Guatemala, hacía falta que llegara el PP para terminar con esa idea. Como lo mostraron Thelma Aldana e Iván Velázquez en la conferencia de prensa en la que describieron el caso Cooptación del Estado, no dejaron área sin sacarle el beneficio económico por la vía de la corrupción.

Entonces principia esta batalla que seguramente aparecerá en las páginas de la historia de Guatemala. El capítulo podría llamarse algo así: Cuando la CICIG puso alto a la desbocada corrupción de la clase política.

Ellos —la clase política, pero particularmente el PP— pensaron que tenían TODO controlado. Empresarios que pagaban lo que pedían, esbirros que les servían desde los medios —especialmente el monopolio de la TV—, un sistema de jueces y magistrados convenientemente seleccionados para sus intereses, y la estructura necesaria para saquear literalmente al Estado.

Parecían no solo poderosos, sino que también intocables. ¿Quién podría pensar que a un año de empezar esta brillante intervención de la CICIG, reforzada por un MP que asumió un papel independiente, estarían en la cárcel exgobernantes, exministros de la defensa, diputados, alcaldes, empresarios copetudos, y que se daría orden de captura contra la esposa de uno de los hombres más poderosos en medios de prensa en Latinoamérica? No importaron los cargos, ni las vinculaciones familiares. Ninguna tecla, ni la más poderosa, se deja de tocar en esta sinfonía que se está escribiendo en Guatemala, por importante que parezca.

Ese es un mensaje claro de que la impunidad ya no es el manto predominante. Por supuesto que aún hace falta mucho camino por recorrer. Se imaginan al otrora poderoso Roberto López Villatoro, el Rey del Tenis, sin poder hacer mucho por su hermano-diputado ahora que pasa por el proceso de antejuicio. Los jueces y magistrados que esa mafia llevó, siguen en sus cargos, pero ahora saben que están bajo la atenta mirada de la Justicia y la sociedad.

El entramado de la impunidad no funciona más, porque cuando un clavo intenta zafarse de esta arremetida, hay un martillo esperando para clavarlo —literalmente—.

Lo que está sucediendo era absolutamente impensable hace algunos años. Por eso la sociedad se había vuelto tan dócil y tolerante. Era mejor que roben, pero que hagan obra; sin embargo, en el fondo era un cerrar los ojos y contentarnos con criticar porque la educación, la salud y la infraestructura del país es realmente un desastre.

Las voces han vuelto a La Plaza, y eso es bueno, porque nos recuerdan que no hay que bajar la guardia. Ya lo vimos con el Congreso actual. En pocas semanas principiaron a actuar igual que los anteriores. Hay que recordarles que en la democracia, el pueblo es el soberano, y en este caso la corrupción le llegó al copete.  El pueblo está feliz porque ve que no hay tecla que no se pueda tocar, finalmente.

Hay que estar preparados porque de seguro vendrá un  retopón de la clase política y los ultra poderosos, que buscarán revertir lo que la sociedad hoy aplaude y el MP y la CICIG han logrado.

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