Putin, como Hitler, dijo que no invadiría… pero lo hizo

La historia se repite muchas veces.  Lo curioso es que en pleno siglo XXI persistan los aires de imperialismo y poco pueda hacerse a nivel global por impedirlo.

Gonzalo Marroquín Godoy

En el lejano año de 1938, el mundo temía ya del crecimiento de la maquinaria militar alemana bajo el mando de Adolf Hitler.  Se conocía también su intención de expandirse como un imperio y que deseaba recuperar parte del territorio de Checoslovaquia, pues consideraba a su población de origen alemán.

La historia ha colocado al primer ministro británico, Arthur Chamberlain, como un personaje débil que se dejó engañar por el dictador nazi, quien aseguró que si se le permitía esa recuperación territorial no habría invasiones.  Para acordar eso y dejar satisfecho a Hitler, se dio una cumbre con los gobernantes de Francia, Italia, Gran Bretaña y Alemania en Múnich.

Se firmaron los Acuerdos de Múnich ­–que entregaban parte de Checoslovaquia a Alemania–, y Chamberlain retornó a Londres rodeado de una aureola que él mismo creó, presentando la reunión como un gran triunfo de la paz sobre la guerra. Nada mas alejado de la realidad.  Hitler estaba decidido a avanzar con sus planes expansionistas y lo único que hizo fue ganar tiempo para llevarlos a cabo.  Así fue como en 1939 invade Polonia y se inicia la Segunda Guerra Mundial.

Comento esto, porque encuentro mucha similitud con lo que está sucediendo ahora en torno a Ucrania.  Vladimir Putin repitió durante semanas que eran reacciones histéricas de Occidente todas denuncias y advertencias sobre un supuesto plan de Moscú para invadir Ucrania. Expuso sus puntos de vista, pero no manifestó su intención militar.

Pero esta vez, en vez de Chamberlain, fue el presidente Emmanuel Macron (Francia) quien cayó ilusamente en la telaraña de Putin y pensó que sería el gran salvador de una crisis severa para Europa.  Fue a Moscú y retornó con expresiones de victoria, creyendo que había convencido al líder ruso de dialogar y no recurrir a la invasión.

Putin, como Hitler, ya tenía todo decidido en su mente y dispuso jugar sus cartas y desafiar las amenazas de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea.  El presidente ruso sabía que todos sus enemigos temen tanto una guerra, que no se involucrarían con facilidad.  Así sucedió, y ahora pretende obligar a Ucrania a dialogar con la soga al cuello, para ponerlo de alguna manera. Al final, podría forzar la independencia dos regiones –pro rusas– de ese enorme país.

Desde la distancia, he visto desde hace mucho tiempo que Putin tiene un parecido enorme con los líderes de la antigua Unión Soviética. No le gusta la democracia auténtica, ni la libertad de prensa, es absolutamente autocrático y tiene sueños de grandeza como los de sus antecesores de la desaparecida URSS.

Sus movimientos son fríamente calculados, y sabe medir a los líderes que pueden ser su contraparte, como en este caso, los Biden, Johnson, Macron, etcétera.  Y como Hitler, también piensa en sus alianzas estratégicas.  El tirano alemán buscó a Italia y Japón, mientras que Putin tiene claro que debe aliarse con la China de Xi Jinping, por cierto, un hombre tan poderoso –o más– como el huésped de la Casa Blanca, por ahora, Joe Biden.

Como sucedió con Hitler y ha pasado con muchos otros hombres poderosos a lo largo de la historia, cuando se tiene poder absoluto se pierde la dimensión y ya no importan las vidas humanas y los demás efectos de una guerra.  Simplemente importa el afán de acumular más poder.

La democracia irrumpió hace más de dos siglos con fuerza en gran parte del mundo, pero no llega a consolidarse de manera total.  Ahora se crean fachadas con elecciones periódicas, pero no faltan aquellos que encuentran los mecanismos para perpetuarse en el poder, como ha hecho Putin.

Son nuevamente los deseos de un hombre los que nos llevan a ver cómo el mundo tiembla ante la posibilidad de una nueva conflagración multinacional.  Estamos en pleno siglo XXI, con los mayores adelantos tecnológicos, pero con la misma mentalidad de siempre.  La ONU no ha sido capaz de impedir las guerras, y los sueños de grandeza de algunos los llevan a cometer cualquier desmán.

La guerra desatada contra Ucrania afectará a todo el mundo, lo que poco o nada importa a Putin.  A nosotros muy pronto nos trasladará efectos económicos, principiando con el incremento al precio del petróleo, lo que significa alza en los combustibles y, de inmediato, de casi todos los productos de consumo básico (inflación).

En otras regiones los efectos pueden ser mayores y, lo peor de todo, si se produce cualquier escalada militar, serán de mayor duración.

Los seres humanos no aprendemos.  Las sociedades modernas se dejan muchas veces oprimir por no reaccionar ante el autoritarismo.  La democracia existe precisamente para que haya pesos y contrapesos que no permitan los abusos, mucho menos las acciones descabelladas de los gobernantes.

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