PROVOCATIO: Y ahora ¿qué hacemos?

Un requisito dialógico indispensable es la horizontalidad y la confianza, lo cual se dificulta en una sociedad vertical, autoritaria, desigual e históricamente siniestra, como la nuestra, en la que las discusiones, normalmente, se definen con base al poder y la autoridad que una persona o bando representa, de acuerdo con su posición y privilegio en la estructura social y económica.  

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Es la pregunta que todos los que anhelamos un cambio para Guatemala, nos hacemos. Se acompaña de otras interrogantes: ¿Realmente, es posible cambiar el país? ¿por dónde empezar?  ¿Qué hacer en el corto plazo? ¿Cómo enfrentamos a quienes cooptaron el Estado y nos tienen de rodillas?

Conforme vamos encontrando variadas respuestas y meditando en posibles soluciones, nos surgen más preguntas, pero el fantasma transversal es: ¿Cómo logramos el cambio por medios pacíficos? ¿No será que el afán de cambio nos puede confrontar más y terminar con violencia?

En teoría, la solución estratégica está en educar a la población, lo cual enfrenta un dilema práctico insoslayable: las élites económicas dominantes JAMÁS se interesarán por ello, pues el mantenimiento de sus privilegios depende, precisamente, de la ignorancia de la población. De hecho, los pocos logros alcanzados en el tema educativo han sido producto de grandes luchas en el pasado, lo cual se hizo con no pocos muertos. De esas grandes jornadas magisteriales, hoy solo quedan sindicatos espurios y dirigentes corruptos, encabezados por un impresentable Joviel Acevedo.

Por otra parte, la reivindicación por una mejor educación, incluyente, universal y enfocada en el pensamiento crítico, es algo que no gana votos pues su concreción requiere de muchos años y atenta contra lo que mantiene a los operadores políticos: el aval y financiamiento de las élites.

Dada la cooptación prácticamente total del Estado, se reduce la posibilidad de acción dada la descomunal desigualdad de fuerzas y poderes, entre quienes queremos un cambio y los que se resisten desesperadamente a ceder un ápice. Queda una rendija mínima que no implica tantos riesgos y que intentaré delimitar y compartir a continuación.

¿Por dónde empezamos entonces? Hay dos vías, una de corto y otra de mediano plazo. La primera es un gran diálogo nacional con todos los actores, a pesar de lo gastado del término, tan desacreditado ya. Quizá es más pertinente hablar de “encuentros dialógicos” u otro concepto que tome distancia de las farsas que se han tenido desde la “Concertación” en tiempos de Vinicio o las variantes de pacto y “diálogos” con Serrano y siguientes. Obviamente, hablamos de la necesidad que estos procesos vengan desde la base de la sociedad, pues proviniendo del Estado o la empresarialidad, nacen fracasados.

La segunda, de mediano plazo, es un proceso formativo sistémico, permanente y crítico, con un enfoque histórico-estructural, el cual, solo es posible a partir de una base social independiente y no ligada a pretendidos partidos políticos que no son más que plataformas electoreras; mucho menos, relacionados con organizaciones empresariales o religiosas, directas o de fachada. La ventaja de la autonomía tiene un costo, por eso debe hacerse desde pequeños espacios autofinanciables. Los resultados, en consecuencia, son menos amplios y más largos, pero eso sí, más efectivos.

¿Para qué sirven los encuentros propuestos? Pues para reunirnos y hablar desde la voluntad política sincera, de los temas que nos agobian, con pasión e intensidad, pero con respeto y flexibilidad. El guatemalteco promedio teme discutir, no solo por nuestro pasado, sino porque culturalmente, se nos ha vendido la idea equivocada que significa lo mismo que pelear, en el sentido violento del término.

Un requisito dialógico[i] indispensable es la horizontalidad y la confianza, lo cual se dificulta en una sociedad vertical, autoritaria, desigual e históricamente siniestra, como la nuestra, en la que las discusiones, normalmente, se definen con base al poder y la autoridad que una persona o bando representa, de acuerdo con su posición y privilegio en la estructura social y económica.

La confianza es condicionada por lo anterior, pero también por un pasado de intentos fracasados por la intransigencia y autoritarismo de quienes detentan el poder y un pasado vergonzoso sobre el que se evita discutir.

Por alguna gracia que, según mis amigos y conocidos dicen que tengo, la vida me ha permitido moverme en muchísimos espacios de diverso espectro político y económico, en todos los cuales, nunca he negado la ubicación de mi mente y corazón hacia el lado izquierdo, en forma clara y definida. De hecho, muchos de estos espacios son francamente conservadores y de derecha, como el caso de mi promoción colegial, mi familia y muchas amistades.

Este don de la ubicuidad, para decirlo de alguna forma, me permite conocer muchas visiones y pensamientos diferentes al mío, lo cual fortalece mi experiencia y amplitud para conocer, entender, discutir y proponer. En este sentido, he descubierto que la gran mayoría acepta la gravedad de la situación y la necesidad de un cambio, así como de “dialogar”, dice la derecha, siempre y cuando los protagonistas “no sean aquellos de la izquierda recalcitrante, resentida y retrógrada”. Luego, para taparle el ojo al macho, agregan: “Tampoco aquellos de derecha muy extrema…”

Del lado de lo que se denomina (y muchas veces autodenomina) izquierda radical e histórica, pasa algo similar. Vemos entonces que el concepto de encontrarse con el otro es “hacer misa entre conversos”, por decirlo de alguna forma vernácula y cotidiana. Aunado a esto, otro problema es la ansiedad por resultados inmediatos y cortoplacistas, con agendas interminables.

Estos encuentros que podrían preparar un gran diálogo nacional posterior, uno de verdad, deben enfocarse en el proceso y no en resultados inmediatistas y perecederos. Así mismo, las agendas deben ser: mínimas, realistas y viables.

Tender puentes es el concepto clave, pero está claro que, hoy en día, no hay condiciones para un diálogo de amplio espectro y largo aliento. Incluso, los encuentros propuestos, deben tener un previo propedéutico para minimizar los riesgos de otro fracaso más. Dialogar con todos significa TODOS, no algunos, o peor aún, solo con quienes simpatizan con lo que mi manada piensa.  Los puentes mencionados entre pequeños grupos disímiles, podrían ser la herramienta que se necesita. Disímiles no significa irreconciliables porque si no, el diálogo o encuentro nace muerto.

Otro aspecto para superar es ese miedo inducido a la polarización, cual mantra negativo, y a la existencia de las ideologías, las cuales, sabemos, se dan independientemente de nuestra voluntad.

Un antiguo profesor me enseñó que, en el mundo, solo hay dos tipos de personas: quienes tenemos ideología y quienes niegan tenerla, a pesar de la evidencia en contrario. Todo lo que opinamos sobre la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, así como nuestros criterios valorativos sobre el Estado, la educación, la salud, la cultura y los distintos aspectos de la vida, están imbuidos de ideología, la cual se forma por nuestro ambiente e influencia familiar, el de la escuela o colegio; las iglesias y el del círculo social, cultural, político y económico en el que nos desenvolvemos, para mencionar los más importantes.

Con la polarización, la cuestión es más complicada porque está enraizada la idea que es mala porque conduce al choque violento. Pregunto: Qué sería del mundo si todos pensáramos igual y la historia no nos hubiera deparado grandes enfrentamientos y discusiones entre intelectuales y pensadores críticos. Sin polarización, los esclavos nunca se hubieran liberado o los señores feudales estarían gobernando todavía; los burgueses solo serían una quimera en la historia y no habría capitalismo. Pero más importante aún, sin discusiones, muchas de ellas bastante polarizadas, no tendríamos los descubrimientos más importantes o los adelantos científicos más influyentes. Tampoco se hubiera dado la caída de dictadores o regímenes antidemocráticas e inhumanos.  

Discutir acalorada y apasionadamente, no significa agredir al adversario. Significa abordar los temas o problemas a profundidad, sin necesidad de enemistarme o violentar al otro.  

Volviendo a los procesos formativos, su poco atractivo para la generalidad, radica en sus resultados a mediano plazo y su poca rentabilidad en cuanto a votos (al igual que lo relacionado con la educación). Otro obstáculo es el autofinanciamiento, por la tendencia general a pagar poco o nada por la cultura y la formación política, así como la ronda de buitres siempre dispuestos a financiar, mañosamente, estos procesos.

Estos microespacios formativos (mediano plazo) y de encuentros en pequeña escala (corto plazo), deben inscribirse en una estrategia más amplia. Empezando ahora, podríamos ver una nueva generación formada en 10 años. Como dijo Paulo Freire: La formación/educación no cambia al mundo, pero sí a las personas que lo cambiarán.


[i] El aprendizaje dialógico es el marco a partir del cual se llevan a cabo las actuaciones de éxito en comunidades de aprendizaje. Las personas aprendemos a partir de las interacciones con otras personas.