…quiero mencionar la inocencia de tantos al creer que, sin Consuelo Porras en el MP en 2026, todo va a cambiar y que el sexteto de candidatos sustitutos que le presentará la comisión de postulación respectiva, no llevará veneno. Lo mismo pasará con el Tribunal Supremo Electoral, la Corte de Constitucionalidad y la Contraloría General de Cuentas. Sigo sin entender bajo qué premisa se mantiene la esperanza para que las cosas cambien radicalmente, mediante la sustitución de personas, cuando lo que manda es el sistema, basado en estructuras y redes criminales de todo tipo. |
José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)
Muchos olvidaron pronto el exiguo porcentaje de votos que obtuvo el actual presidente en primera vuelta (un 11.74%), mientras que Sandra Torres de la UNE obtenía el 21.10% en la misma elección. Los resultados de otros contrincantes fueron: Manuel Conde de VAMOS con 10.37%, Armando Castillo de VIVA con 9.44%, Edmond Mulet con 8.78%. Zury Ríos con 8.70 y Manuel Villacorta, con 5.62%.
¿Por qué considero importante traer a colación esto? Sencillamente, porque carece de fundamento decir que el actual mandatario ganó en forma contundente. Basta sumar los votos porcentuales del tercero al séptimo lugar (42.91%) sin agregar los de la UNE, pues entonces sumaría las 2/3 partes.
Al derrumbe de último momento de Villacorta, debemos añadir el sueño acariciado por cualquier político en Guatemala: enfrentar a Sandra Torres en segunda vuelta. La doñita lleva 4 intentos, el de 2011 fue fallido, porque no logró convencer al TSE de su risible explicación de “haberse divorciado para casarse con Guatemala”. Luego, ella convirtió en presidente, en tres ocasiones distintas, a sus contrincantes de turno.
Como saben algunos, tengo muchos y muy buenos amigos en Semilla/Raíces (llamémoslos así) y aquel domingo que vencieron a la odiada eterna candidata, recibí llamadas de algarabía, incluso, llorando e incrédulos, por la inesperadísima victoria. Por más que intenté tirarles cable a tierra, los embargaba la emoción y, pues, ¿Quién era yo para empañarles la celebración?
Logré hablarles cuando la espuma empezó a bajar y les demostré que, si bien habían “ganado” el Organismo Ejecutivo en términos formales, Jimmy Morales y Giammattei dejaron minado con sus estructuras, casi todo espacio en la administración pública. Thomas Hobbes hablaba de la necesidad de un Leviatán, es decir, un gobierno único, absoluto e indivisible, capaz de hacer cumplir las leyes y mantener el orden a través de su autoridad; para el caso guatemalteco, el Estado había erigido una serie de gobiernos sombra paralelos, contraviniendo los ideales democráticos y de estado de derecho.
Gobernar en esas condiciones era, es y será una tarea muy difícil, lo sabíamos, pero esperábamos algo de voluntad política para combatir la corrupción y el crimen organizado, al menos, más allá de la retórica. A sabiendas que el Ministerio Público no acogería con diligencia y honestidad los procesos que pudiera denunciar el nuevo Ejecutivo, la obligación era hacerlos públicos, tanto los hechos ilícitos como las estructuras tipo CIACS que habían dejado los últimos tres gobiernos, e incluso, anteriores. En cambio, me enteré que muchos funcionarios y empleados corruptos, se mantienen con la aquiescencia del actual gobierno, e incluso, recontrataron a varios que ya se habían ido. En cuanto al desempeño de la Comisión Presidencial contra la Corrupción, emuló el apodo del vicepresidente de Willy Castillo, ambos tuvieron la relevancia de un perejil.
En otros artículos he descrito cómo los 50 valientes que llegaron (después se incorporaron unos cuantos más) contrastaban con los 400 mil empleados públicos y mafias enquistadas en la inmensa estructura estatal. También es cierto que pocos quisieron aceptarles los cargos, pues ya sabían que pelear contra un monstruo de tales dimensiones, termina con la reputación de cualquiera, al tratar de generar algún cambio sensible. Como guinda del pastel, la lealtad nunca fue uno de los bastiones de los nuevos administradores, como lo pueden atestiguar: Ligia Hernández, Félix Alvarado, Maynor Estrada, Yolanda Pérez y varios más.
Otro error fue minimizar el Leviatán paralelo en el Congreso de la República, ya que solo 23 diputados de 160 soñaron vencer esos molinos de viento y terminaron siendo víctimas de lo que tanto denunciaron: tratar de llegar a pactos y convenios mediante la chequera del presupuesto y los Consejos de Desarrollo que, todos sabemos, están controlados por las mafias. Tal y como funciona la extorsión, y que lo diga Serrano Elías, los acuerdos con plata son porosos, volátiles y temporales. Por cierto, muy posiblemente se vuelva a usar este recurso de cara al presupuesto 2026.
En cuanto al sistema de justicia, la cooptación es total y las novatadas para negociar nuevos magistrados, les salieron espantosamente mal. Ni qué decir del abandono presidencial a los operadores de justicia exiliados, quienes subsisten como pueden en el extranjero, en condiciones muy deplorables.
En la socialdemocracia conviven dos corrientes: la conservadora (la del presidente) y la liberal (liderada por Samuel Pérez). La primera se impuso y los resultados están a la vista. Denominarse progre, para separarse tanto de las izquierdas como de las derechas, es un recurso gastado e inoperante, pues no se queda bien ni con dios ni con el diablo. En el caso concreto, no alcanzó ni siquiera para tímidas reformas, no digamos para cambios torales.
Por eso insisto: sin claridad política de nada sirve la organización y la acción. Pero pronto volveremos a corroborar, en las elecciones del 2027, que el sistema sigue vivito y coleando.
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