Provocatio: Lotería cantada no deja de emocionar

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

En el artículo pasado hablé del desgaste de Giammattei y cómo esta erosión, era una de las causas del arranque electorero en plena pandemia. Pero hay más factores que, en conjunto, amalgaman una supercarretera para que en 2023 tengamos más de lo mismo y aunque se crea ya imposible, un poco peor. Con la salida de la CICIG y la entronización del proceso de cooptación del Estado, que ahora se consolida con el nombramiento de Roberto Molina Barreto para la Corte de Constitucionalidad (que siempre fue la joya de la corona) los dados cargados han hecho su magia.

Conceptos como: Justicia independiente, imparcialidad de la ley e imperio de la ley, democracia participativa efectiva y otros similares, nunca fueron totalmente respetados desde 1954 a la fecha, pero al menos, hasta hace pocos años, algunos “reductos democráticos”[1] en la institucionalidad del Estado mantenían su estandarte aunque fuera en condiciones adversas. Ahora esos reductos flaquean y la ya desproporcional correlación de fuerzas, los minimiza y reduce.

La votación a favor de Molina Barreto en la Corte Suprema de Justicia representa esa desproporcionalidad de la que hablo: diez magistrados a favor y solo tres en contra. Para cualquier mafia, esa correlación sería suficiente, pero la alianza criminal va por más; su ideal es el trece a cero para cualquier caso. Ya no se guardan ni las formas, ni las apariencias a pesar de contar con gran mayoría en el organismo legislativo (con minúsculas) y un organismo ejecutivo (también en minúsculas) que asume el cacicazgo perdido por la muerte de Álvaro Arzú. El papel le queda grande al candidato de la media docena de intentos antes de llegar a la presidencia, pero eso no importa, pues la clica creció y es muy fuerte. Capacidades políticas y talante ético quedan para verdaderos países; para la finca, un administrador básico alcanza.

Con este escenario se va consumando una ola presidencialista con mucha anticipación. La llegada de Jimmy no conoció límites y condiciones para mal gobernar este bello paisaje.  Recuerdo en los inicios de la llamada apertura democrática, con la proliferación de candidatos de todo tipo, muchos decían: “Si llegó Lucas, ¿por qué no cualquiera?”, en clara alusión a las limitaciones del general que, hasta ese momento (1978-1982) había acumulado la mayor parte de chistes de mal gusto sobre sus falencias cognitivas. Después de varios gobiernos nefastos llegó el de Jimmy Morales y su continuidad en el actual. La broma en torno a “Jimmyttei” no es casual ni alejada de la realidad. Mismas actitudes, mismos personajes, mismos mecanismos y un descaro que supera cualquier ficción política tropical.

El cumplimiento de la norma positiva es nada en la comarca; por ello, la campaña anticipada no se ve –y mucho menos se penaliza– como el delito que es. Además, el fue la segunda estación de cooptación durante este gobierno. La primera fue la Junta Directiva del Congreso y la mayoría de las comisiones de trabajo importantes del mismo.

La ingenuidad (¿bobería?) del guatemalteco y guatemalteca promedio, mantiene la esperanza cada cuatro años. Porque “el ejercicio democrático” se reduce a lo electorero (ojalá fuera siquiera electoral).  Cada cuatro años llega la lotería al Pueblón y después del alegrón de la cantada, llega más de lo mismo: reconocer la sempiterna equivocación cuatrienal y apostar que, en la próxima elección, tal vez ahora sí, surja un mesías político que conduzca al rebaño (literal) a la tierra prometida.

Les quiero ahorrar la angustiosa emoción de lo que viene en 2023. Los candidatos perdedores del 2019 dirán presente en la nueva lotería en la que las élites dominantes dirimen sus diferencias y reparten las cuotas de poder y negocio del gobierno de turno.

Los precandidatos tienen cuatro preocupaciones fundamentales en el trayecto:

  1. Alejarse de cualquier extremo e incluso, renunciar a cualquier filiación ideológica. Al final, nadie tiene programa ni proyecto político, por lo que la “flexibilidad” es una virtud que aumenta la posibilidad de ser cobijado por cualquiera de las expresiones electoreras. La derecha quiere parecer de centro (se vende mejor) y la “izquierda” mantiene el discurso, pero cuando llega la transa y la votación, levanta la mano derecha.
  2. Montarse rápido en una plataforma que ya cuente con financiamiento pues es lo más difícil de lograr; claro, mientras no deroguen las reformas político-electorales de 2016 que es uno de los principales empeños de los financiadores ilícitos y sus representantes: la mal llamada Clase Política.
  3. Venderse como incondicionales[i] del cacique politiquero y/o financista (s) partidario.  Aunque hayan venido participando desde hace mucho y ya todo el mundo conozca sus mañas, el marketing político enseña que siempre habrá oportunidad de mostrar una “ventaja competitiva”, un remake (adaptación mercadológica)y una nueva forma de engañar.
  4. Aprovechar cualquier cosa para promoverse, aún las constantes tragedias que ocurren en Guatemala. Para el efecto, las redes resultan más baratas y de amplio alcance. Está comprobado que lo chusco vende, y mucho. La vergüenza y el decoro está en desuso; mientras el cuero de danta se erige en la materia prima para la disputa electorera.

A diferencia de la mentalidad ganadora, el politiquero guatemalteco es mediocre y si bien aspira a ganar, lo fundamental es lograr cuotas de poder y negocio. La victoria es el gran premio, pero muchos se conformarán con premios menores e incluso con una “terminación”[2].

Todos saben que el que no gana ahora, seguirá en el circuito, puesto que las reglas pueden cambiar, pero la esencia estructural del sistema político-electoral seguirá igual.  La comunidad politiquera se sabe muy bien el jueguito, por eso, del carrusel no se bajan para no perder el caballito…


[1] El término no es mío, lo escuche en un foro de intelectuales guatemaltecos y me pareció muy acertado porque la cooptación del Estado es prácticamente total, haciendo de esos grupos minoritarios pro justicia, pro democracia y pro derechos, verdaderos reductos de resistencia democrática en las instituciones públicas.

[2] Término que usa la lotería para reponer el billete de sorteo cuando los dígitos finales coinciden con el número ganador.


[i] En Política no existe lealtad. Por eso es mejor hablar de incondicionalidad a quien le manda y paga.