Un escenario electoral sin Zury y Sandra es como una liga española sin el Real y el Barca, dirían las mentes perversas que mueven los hilos de la política tropical criolla. |
José Alfredo Calderón
Historiador y analista político
He venido escribiendo sobre los factores que, a mi criterio, provocan una campaña anticipada, lo cual, presagia para los próximos comicios, un escenario igual o peor al 2019. Después de las alegres elecciones de turno, viene un sopor que dura tres años y que se despierta a partir de los indicios de una nueva zarabanda en el Pueblón. Sin embargo, la fiebre anticipada a la que asistimos en un período de tanta tragedia es inusual, pero ya explicamos los factores que la impulsan.
En la anterior entrega mencioné cómo la fiesta electorera (ni siquiera electoral, insisto) se parece a una rueda de caballitos. Por más que se mueva, siempre lo hará sobre su mismo eje (estructura política) y cada uno de los jinetes no se bajará, aunque el turno de la vuelta haya terminado, para repetir, cuantas veces sea necesaria, la alegría de seguir gozando en el tiovivo. Mientras la aventura comienza de nuevo, he mencionado que las preocupaciones de los precandidatos giran en torno a cuatro elementos:
- Mantener la distancia de ideologías y posicionamientos concretos para hacerse más mercadeables a cualquier opción.
- Montarse en una plataforma que ya cuente con financiamiento o vaya en buen camino de lograrlo.
- Reiterar su incondicionalidad al cacique y/o financista de turno y venderse como alguien diferente, aunque todos los conozcamos por sus picardías.
- Si una “verdad” posmoderna llegó para quedarse, es que lo chusco vende y qué mejor que las redes sociales para exponer un histrionismo barato pero que termina siendo popular. Hacerlo en el marco de tragedias, pareciera hacerlo más atractivo, como si el dolor de la gente no importara.
Dicho lo anterior, usted debe saber que, para las próximas votaciones, si algo permanece en el Pueblón, es el hecho que las personas que estamos inscritas en el padrón electoral votamos, pero no eligimos. El cartoncito de la lotería se define antes y solo podemos escoger entre las opciones que nos presentan, no necesariamente por lo que nos gusta o necesitamos.
El otro elemento por saber es que los pancraciastas de la próxima competición saldrán de las siguientes tres vertientes:
- La mayoría serán los que compitieron en la última disputa presidencial;
- Los que no compitieron a alto nivel, pero ocupan puestos menores que les dan visibilidad: como alcaldes y diputados; y, finalmente,
- Los desconocidos que se inscriben para probar fortuna. Estos últimos van desde lo caricaturesco sin ninguna posibilidad, a quienes saltan como gallos tapados del poder económico y/o criminal, que para el escenario actual vienen siendo lo mismo.
Lo que todavía no sabemos con certeza, es si se mantendrán las reformas del 2016, la cuales limitaron el financiamiento ilícito, los techos financieros de campaña y concentraron la pauta de medios de comunicación en el Tribunal Supremo Electoral. La intención de las mafias que cooptaron el Estado y lograron lo que les faltaba: la Corte de Constitucionalidad, es para volver a la realidad política del 2014, cuando los partidos Patriota y LÍDER se repartieron casi toda la institucionalidad del Estado.
Si el nuevo gobierno demócrata de Estados Unidos vuelve a la política exterior anterior a Trump, muy posiblemente las reformas se mantengan, pero tampoco es de esperar que se rasguen las vestiduras si las élites locales y su “clase política” siguen con acuerdos para las regresiones democráticas, salvo que estas fueran muy groseras y ameritaran la intervención de “La Embajada”.
Con la estructura político-electoral intacta, desde la llamada apertura democrática, los cambios gatopardistas para nada hacen peligrar el sistema, mucho menos el modelo económico, el cual es un factor pétreo en este bello paisaje.
Aunque la llegada de Roberto Molina Barreto a la Corte de Constitucionalidad termina en abril de 2021, pues fue designado para cubrir una vacante cuyo período termina en esa fecha, muy posiblemente continúe otro período más y sea el personaje que varíe el timón del control electoral para facilitar la candidatura de Zury Ríos.
Otro factor fundamental es la participación de Sandra Torres, la cual es un hecho, a menos que las acciones judiciales se lo impidan. Pero está visto que la Doña no solo tiene cintura política de sobra, sino buena plata para aceitar personajes e instituciones.
Aunque la palurda política nacional muestre a la señora como una opción socialdemócrata e incluso más a la izquierda, lo cual es falso por supuesto, este jueguito le resulta muy útil a las élites por dos factores esenciales:
- Ante la ausencia de una verdadera izquierda con fuerza electoral, la presencia de Torres deviene en fundamental para hacer creer a los incautos votantes que hay una lucha entre el bien y el mal. La narrativa se concentra en la venta mediática que una victoria de la polémica fémina (como les encanta decir a los periodistas) puede conducirnos a ser otra Venezuela, con toda la cantaleta de polarización que esto conlleva. El maniqueísmo sigue siendo un buen negocio para la extrema derecha, que ahora fortaleció su condición dominante. Resucitar el anticomunismo visceral es trasnochado, pero en el Pueblón, sigue funcionando la mañita de crear fantasmas inexistentes.
- La narrativa construida, desata una carga de misoginia y machismo en contra de la “señora” que representa el mal mayor. El imaginario maligno ya está definido y viralizado por lo que solo se activa el botón y todos los candidatos salivan por llegar a una final con ella, pues se sabe que la gente no votará a su favor, pero sí en contra de ella. Es la rival ideal por excelencia, por contradictorio que parezca.
Apuesto a que las dos estarán en 2023, salvo contingencias judiciales muy extraordinarias. La primera es la favorita del conservadurismo extremo y la “mala buena” que pondrá orden. La prohibición constitucional se la pasarán por el arco del triunfo las nuevas autoridades del TSE. La segunda es la “canalla” favorita para alegrar al cotarro, tal como sucede en las novelas de mal gusto, que si no tienen villana no captan el gusto y preferencia de la audiencia.