PROVOCATIO: Los medios responden a sus patrocinadores

La familia es, por mucho, el entorno donde se incuban las ideas y valores fundamentales que han de acompañar al ser humano toda su vida (salvo raras excepciones). Luego esta mentalidad es reforzada por la escuela/colegio y las comunidades religiosas a las que pertenecen, no por decisión propia sino por adhesión de sus padres o encargados. La tapa al pomo la colocan los medios de comunicación en todas sus expresiones y, ahora, en la más infame y globalizante de todas: las redes sociales.
José Alfredo Calderón (Historiador y analista político)

Recientemente algunas personas me sugirieron hablar sobre el papel de los medios en esta crisis. De hecho, en noviembre disertaré sobre análisis de coyuntura en Quetzaltenango y, dentro del contenido, se me solicitó cubrir el rol periodístico.

En mi opinión, el tema en cuestión debería enfocarse desde la pregunta: ¿Cuál es el papel de los dueños/directores de los medios de comunicación en el país? Un cuestionamiento derivado sería también: ¿Cuál es el papel de quienes patrocinan a los medios? O bien este otro: ¿Cuál es el rol de los periodistas asalariados o contratados a destajo o cualquier otra forma no permanente?

Para comprender de mejor forma la dinámica que hace funcionar a los medios se debe incluir el concepto de ideología y “aparatos ideológicos del Estado” (AIE). La ideología se refiere a un conjunto de ideas, valores y creencias que se utilizan para justificar y mantener el orden social existente. Por su parte, el segundo término se refiere a las instituciones y medios que se encargan de difundir y legitimar esa ideología, sea esta la educación, los medios de comunicación (prensa/TV/radio, redes sociales) la religión, la propia familia y otros. Su importancia es esencial pues se encargan de transmitir y difundir las ideas y valores que el Estado considera importantes para la sociedad. Por supuesto, también existen medios contrahegemónicos que logran subsistir en la precariedad.

Estos aparatos pueden ser de dos tipos: los represivos, como la policía y el ejército, y los ideológicos, como los ya descritos. Esto a su vez, está concatenado a las dos formas de dominio político, la basada en la coerción, la amenaza, la normativa contrainsurgente; mientras que la otra se refiere al concepto de hegemonía que, básicamente, es el dominio basado en el consenso, el cual, por supuesto, es obviamente inducido, algunas veces en forma imperceptible al ojo común y otras no tanto.

Los regímenes basados únicamente en la coerción y la violencia no tienen sostenibilidad. Normalmente, son autoritarios, de corte militar y sin ideólogos capaces de generar un mecanismo que reproduzca las ideas y los valores que el sistema necesita para que los gobernados consientan el dominio sin percibirlo como tal, o cuando menos, lo consideren beneficioso, pues a cambio de la falta de democracia, pueden tener la percepción de seguridad y distractores que los entretengan (pan y circo).

La familia es, por mucho, el entorno donde se incuban las ideas y valores fundamentales que han de acompañar al ser humano toda su vida (salvo raras excepciones). Luego esta mentalidad es reforzada por la escuela/colegio y las comunidades religiosas a las que pertenecen, no por decisión propia sino por adhesión de sus padres o encargados. La tapa al pomo la colocan los medios de comunicación en todas sus expresiones y, ahora, en la más infame y globalizante de todas: las redes sociales.

El éxito de los aparatos ideológicos del Estado (AIE) consiste en que la mayoría de personas, por más experiencia y acceso al conocimiento que tengan, se resisten a variar sus concepciones iniciales, sobre todo, las referidas a la familia y un ser superior. Son consideradas como instituciones sagradas que sirven para “nutrir” el espíritu y ser plenos como humanos y cristianos. Basta ver los contenidos en medios para verificar de lo que estamos hablando. El círculo vicioso funciona a la perfección. Los padres reproducen en sus hogares lo que ellos recibieron en el suyo y, sus hijos, a su vez, lo replicarán cuando tengan sus propias familias, formando un círculo interminable.

En 2021 efectué un ejercicio con un grupo de personas, académicos la mayoría, en el que les preguntaba sobre el AIE más efectivo e incidente. La educación/escuela resultó en primer lugar con un 50%, seguido de la religión (con énfasis en las pentecostales y neopentecostales) con un 44%; los medios de comunicación tradicionales ocuparon el tercer lugar con el 31% y la familia aparecía en cuarto con el 20%. La iglesia católica arrojó un 11.8% y las redes sociales alcanzaron solo un 5%.

Las recientes elecciones 2023 marcaron un hito en lo que se refiere a las formas de comunicación e información de la población. Por primera vez, las redes sociales empataron con la todopoderosa televisión con un 43%; por lo que, si realizara nuevamente el ejercicio, los resultados variarían en favor de ese conglomerado digital abrumador que contiene a Instagram, Facebook, Twitter (X) TikTok, Snapchat, Threads y otros.

Explicado lo anterior, es fácil advertir cuál es el papel de los medios, y más concretamente, de sus dueños y directores. En esencia, su función principal es obtener ganancias por medio de la presentación/manipulación de información, ideas y valores. Si no responden a sus patrocinadores y/o los gobiernos autoritarios de turno, los medios desaparecen o se ven sensiblemente afectados, como los casos de El Periódico y La Hora. Este último sobrevivió gracias a la inyección financiera del famoso informático y empresario Luis Von Ahn, pero ya no volvió a ser el de antes.

La pauta comercial es el monstruo que los impulsa o devora según el caso. Los clientes que pagan por anunciarse o reproducir ideología, son los que nombran a los directores/gerentes y marcan el enfoque o línea editorial de las noticias; así como de la cobertura, énfasis y el tipo de reportajes que deban hacerse. Las mismas redes ya fueron imbuidas por esta dinámica pues es rarísimo el caso de un “influencer” que no tenga patrocinio. El caso de Ronald Mackay es paradigmático pues tienen una cantidad impresionante de seguidores, siendo su principal material, el humor burdo que tanto gusta a las masas. Sin embargo, él mismo cuenta que cuando empezó a hablar de política, recibió presiones e incluso amenazas. Lo interesante es que Mackay para nada puede considerarse un personaje de izquierdas o antisistema, lo que habla mucho de la intolerancia y conservadurismo de esta sociedad.  

Prensa Libre y Guatevisión son otros casos de referencia, pues una tímida variación que permitió la cobertura favorable de La Plaza en 2015, culminó con el despido de Haroldo Sánchez y una gran cantidad de personal, para ajustarse a las demandas de los empresarios anunciantes. El golpe económico fue muy sensible y se reflejó en el grosor de las emisiones escritas en cuanto al número de páginas y cantidad de suplementos. Su “osadía” de relativa autonomía fue duramente castigada y les costó recuperarse.  Basta ver la tendenciosa cobertura y enfoque de las manifestaciones indígenas y populares para entender la recuperación financiera de dicha empresa noticiosa.

Los dueños y personal de confianza de los medios la tienen clara: los periodistas trabajadores se adaptan por necesidad o lo pagan con despidos que, muchas veces, no terminan ahí, pues el acoso sigue y se les dificulta conseguir trabajo en otros medios o, incluso, en otras empresas que no son del ramo.

Guatemala, sin duda alguna, tiene el empresariado más ultraconservador del continente, solo comparable con el de Paraguay; no es casual que hayan votado juntos a favor de Israel y contra Palestina, para citar un ejemplo.

La lógica de funcionamiento es fácil de entender y explicar:

  1. Sin plata, un medio de comunicación no es negocio y su supervivencia está condenada al fracaso.
  2. El dinero está concentrado en los empresarios y ellos nunca gastan sino invierten, sí y sólo sí, les representa un beneficio material o simbólico (ideología).
  3. Los periodistas independientes que se arriesgan a fundar/mantener un medio autónomo, saben de los múltiples riesgos económicos, políticos y materiales que corren. Normalmente, sus emprendimientos son digitales y las coberturas son mínimas. Casos exitosos como los de Plaza Pública,  Prensa Comunitaria y algunos pocos más, son la excepción que confirma la regla.

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