José Alfredo Calderón
Historiador y analista político
Hay mucho de qué hablar con motivo de esta coyuntura compleja que, partiendo de la salud, se convirtió en un problema de vida en el contexto de la peor crisis política, social, cultural, económica y tecnológico-científica del planeta; pero hoy, he escogido el drama que sufren “los invisibles”, aquellas personas y grupos que todo el mundo ve, pero no mira; que saben de su existencia y penurias, las cuales incluso, muchos lamentan (del diente al labio) pero que en realidad no conocen a profundidad ni les interesa. Las crisis dentro del desigual y combinado desarrollo capitalista mundial, siempre pega en los más pobres, pero con singular violencia, en mujeres, niños, personas mayores y con discapacidad, migrantes (establecidos o no) y la población LGBTIQ.
Aunque la corrupción, la improvisación, la pésima comunicación oficial y el manejo clientelar de la crisis por parte de los alcaldes es el escenario dominante, creo que el drama que viven migrantes, personas mayores y/o con discapacidad, mujeres y niños, sector informal, trabajadores cesantes y población LGBTIQ, debería tener un enfoque predominante, no solo por parte del Estado sino de la misma sociedad. Las elecciones ya pasaron, por lo que las fotos con estos sectores[1], así como las efusivas declaraciones mediáticas sobre cómo conmueven a los candidatos y la “importancia” que tienen, no se oyen, ni se miran ni se leen en los medios de comunicación social en estos tiempos en el que las prioridades son “otras”. Hoy tocaré el caso de los adultos mayores[2], a quienes sin mediar alcances y daños, se les restringe la movilidad sin sopesar el impacto negativo de la medida. Como bien apunta el director y columnista de Crónica, Gonzalo Marroquín[3]: “Esa medida alcanza a 1.232,226 personas mayores de 60 años –según el INE–, de los cuáles, más de 800,000 están en niveles de pobreza o pobreza extrema y muchísimos son parte de la economía informal. Miles y miles de ellos no tienen hijos, nietos o quien les ayude. Muchos, ni siquiera tienen más que un cuarto para vivir. No pocos sufrirán de ansiedad y depresión. Nada de eso se tomó en cuenta. Ni si quiera se pensó en cómo cambiarán sus cheques los jubilados del Estado, para poner un ejemplo elemental.” Pero además, aporta un dato fundamental, la población de adultos mayores es la cuarta en contagios, por encima de poblaciones más jóvenes: “…el grupo de edad con más contagios en Guatemala es el comprendido entre 21 y 40 años (75 casos), luego el grupo de 41 a 60 años (44 casos), tercero entre 1 y 20 años (16) y solamente en cuarto lugar, el grupo entre 60 y 80 años (9 casos)”.[4]
Por mi relativa presencia pública y mi trabajo, he recibido multitud de denuncias y preocupaciones de ese segmento y de sus familiares y amigos. Hice la consulta correspondiente a la Defensora de Personas Mayores de la PDH y me comentan que el ente rector de la ley para la protección de la vejez es la Secretaría de Obras Sociales del Presidente –SOSEP–[5] quienes “informan” que no tienen instrucciones y que harían la consulta a la Secretaría de Comunicación Social[6], resultando que tampoco están muy enterados del asunto, pues las nuevas disposiciones del presidente no lo aclaran ni dan directrices que incluyan las excepciones que debieron haber incluido. Algo parecido al tema de las mascarillas, que se le ordena usarlas a todo mundo (so pena de grandes multas) y resulta que el presidente sale en cadena nacional sin ella, mientras su gabinete la usa permanentemente. Por cierto, él mismo es adulto mayor y con condición inmunodeprimida (esclerosis múltiple). Pero aún peor, se mandata algo que no está al alcance de todos, pues el propio mandatario reconoce que deben comprar millones de mascarillas para distribuir, pues se agotaron guantes y tapabocas en todas las farmacias, muchas de las cuales por cierto, hicieron su agosto en pleno marzo y abril.[7] Se pasa por alto además, que quien tiene necesidad de salir para sobrevivir, no tiene precisamente solvencia económica para comprar sus propios insumos de protección, menos las personas mayores que no solo son vulnerables sino vulnerabilizados.[8] ¿Se imaginan la mezcla de ser pobre, adulto mayor, discapacitado, pertenecer a pueblos indígenas marginados, estar en situación de calle o vivir solo sin quien los ayude?
Las personas mayores y con discapacidad, en condiciones de soledad, situación de calle y pobreza, representan un drama que se debe atender, máxime ahora que hay una restricción de movilización para los que tienen 60 o más y a quienes se les está vedando el acceso a comercios, bancos y supermercados, con el agravante de ser multados onerosamente y amenaza de ser conducidos a los reparos policiacos o judiciales porque todavía no está claro el tema de los protocolos por parte de la PNC. De hecho, muchos de ellos (ya jubilados o con cesantía) atienden a otras personas mayores o con discapacidad en situación más precaria, ya que aun teniendo familia, están en situaciones de abandono muy lamentables.
Otro tema sensible es la violencia intrafamiliar, otro tema particularmente “invisible” que se incrementa con el confinamiento. Mujeres y niños sufren el drama de hombres (padres o no) alcohólicos y violentos. Los datos y declaraciones del MP son una tímida guía de los alcances de ese drama. Finalmente, sin que la agenda de los dramas se agote, está el sector informal que representa al menos el 75% de la población económicamente “activa”, muchos de los cuales no están registrados en ninguna parte y que incluye variedad etaria, de género y de vulnerabilidad, con gran peso y presencia de personas mayores. Esto se complementa con los despidos injustificados y las violaciones laborales a los que “sobreviven”.
Es fácil ver en las largas filas en la capital y los departamentos para registrarse y obtener ayuda que los “invisibles” no están, sea porque no tienen los recursos, la salud y la energía para salir y hacer la espera, sea porque están “concientes” de su marginación sempiterna. No dudo que muchos de ellos necesiten la ayuda y padezcan de privaciones, pero dentro de la precariedad, siempre hay un grupo más excluido y defenestrado. Es por ellos que escribo estas letras, porque por increíble que parezca, a veces hasta las organizaciones que se dicen progresistas, solo voltean a ver pero no se detienen a mirar a los “invisibles”.
Si usted tiene la posibilidad económica y la mínima sensibilidad, apoye las iniciativas ciudadanas que ayuden a los olvidados de siempre. Yo ya lo hice.
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
[1] Salvo el LGBTIQ, que todavía sigue teniendo un estigma “especial” en esta sociedad tan retrógrada. Este grupo, para quienes no lo sepan, incluye lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales y queer, de ahí sus siglas.
[2] Adultos o personas mayores es el nombre apropiado (resolución de ONU), no tercera edad, como neciamente dicen muchos.
[3] Excelente columna de Gonzalo Marroquín en Revista Crónica de miércoles 15 de abril 2020. https://cronica.com.gt/2020/04/enfoque-no-todas-las-medidas-en-torno-al-covid-19-son-adecuadas/
[4] Idem.
[5] Ente que ya debería haberse fusionado con la Secretaría de Bienestar Social. Caso curioso, en este gobierno se mantiene SOSEP sin que haya una primera dama.
[6] Oficiosa referencia, porque hasta donde se entiende, dicha Secretaría no toma decisiones sino que únicamente informa las decisiones presidenciales, fundamentalmente.
[7] Capítulo aparte merece la opacidad en los tres eventos de compra de mascarillas que tuvieron que anularse por las denuncias públicas de Plaza Pública y la presión social.
[8] Por vulnerabilizados, se entiende el estigma, la indiferencia y la exclusión que sufren y que agudiza más su condición vulnerable.