El concepto de liderazgo se construye a partir de la idea mesiánica de un salvador. No importan los partidos políticos, ni los equipos de trabajo, ni siquiera los planes y programas serios, mucho menos el contenido ideológico de las propuestas; la figura individual es lo que llama la atención y sobre lo que se centran las opiniones y discusiones, impregnadas de inocencia en muchos casos. |
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
Según calendario autorizado por el Tribunal Supremo Electoral, el domingo 25 dejunio de 2023 se tendrá la primera vuelta de las elecciones presidenciales y el 20 de agosto de ese mismo año, la segunda. Es decir, faltan 14 meses para “las alegres”, lo cual provoca que las conversaciones cotidianas aborden cada vez más el tema político en general y el de los comicios, en particular.
Guatemala es un lugar donde el consenso en estos, y casi todos los temas, es muy difícil. Sin embargo, mi presencia en diversos ambientes, situaciones y espacios, por variadas razones, me permite testear, en forma básica, lo que piensa el habitante de este bello territorio, respecto de lo que debería pasar el año entrante.
Encontré, al menos, dos pensamientos dominantes, aunque muy pedestres y genéricos, que relacionan elecciones con la situación política, social y económica:
- Guatemala está mal, o muy mal, o en franco desastre.
- Hace falta liderazgos que nos permitan salir del hoyo en el que estamos.
Quienes afirman que la situación es mala, argumentan –en términos generales– que las elecciones son la solución. Para quienes la cuestión es más grave, manifiestan que, si bien los comicios no resuelven los problemas estructurales, es la única salida para paliar la crisis. Los que consideran que la situación ya llegó a límites desastrosos, se resignan al ritual de las elecciones como único recurso dentro de la democracia formal, para que los nuevos gobernantes “por lo menos, no roben mucho”. En todas las elucubraciones, el enfoque estructural y sistémico brilla por su ausencia. Las alegres son la única salida e igual pasa en otros países, dicen lastimeros y justificadores.
Respecto de la carencia de liderazgos, la unanimidad es mayor, pero cuando se profundiza en la semántica del término, una diversidad de opiniones surge con relación a lo que significa ser un líder y cuál es el tipo que necesita el país.
En otros artículos he abordado las razones del por qué no hay liderazgos, por lo que, en esta oportunidad, me centro en lo polisémico del concepto.
Si bien predomina la asociación del carisma a la condición de líder, la cuestión varía conforme se aborda el alcance y características de ese carisma. Se tiende a pensar que con “caer bien” o “ser muy conocido”, es suficiente. “Ser buena persona” es otro comentario que surge cotidianamente y la condición de que no sea “ladrón” o que por lo menos, no lo sea tanto, también termina imponiéndose en el imaginario. La capacidad y la experiencia parecen ser insustanciales y aunque las agregan, no reparan en que las mismas debieran referirse al conocimiento de la función pública.
Lo verdaderamente tropical del asunto, surge cuando se profundiza sobre la semántica del concepto de liderazgo o qué es ser un líder. La mayoría parte de escenarios relacionados con el mundo particular de cada quien. De esta cuenta, todos aquellos personajes con alguna incidencia en lo local, lo comunitario, lo académico o científico, lo deportivo, artístico o religioso, aplican para ser etiquetados como líderes. Al respecto, los mass media contribuyen a la vulgarización del concepto, al redactar o mencionar, de forma tal, que cualquier hijo de vecino puede ser líder.
Notas como “el líder comunitario indicó…” “El líder sindical dijo…” “El líder empresarial manifestó…” y así, haga las combinaciones que quiera con todas las áreas, profesiones, ocupaciones y ocasiones. Esto va generando un impacto mediático en torno a que los liderazgos se encuentran por decenas, lo cual, por supuesto, no es cierto.
Un primer paso hacia la claridad, sería entender que la crisis económica y social, es básicamente una crisis política, por tanto, se necesitan soluciones de la misma naturaleza. Despreciar el involucramiento en política, es el logro principal de los operadores/mercaderes que han hecho del sistema, su modus vivendi permanente, lo cual, nos condujo a la actual caquistocracia.
Un segundo paso es entender que de nada sirven las incidencias locales, pues las elecciones son a nivel nacional. Para reforzar esto, un dato esencial: ningún presidente lo ha sido, con menos del 70% del conocimiento nacional desde Vinicio Cerezo en 1985. No hablo de popularidad ni de preferencia, sino del hecho frío que cualquier personaje con aspiraciones presidenciales, debe ser ubicado en el radar nacional, por al menos 7 de cada 10 personas en una muestra válida.
El tercer paso, consiste en relacionar al candidato potencial con el reconocimiento general sobre su talante ético. Las virtudes de estadista devienen en inalcanzables, dadas las condiciones de deterioro que exhibe el NO país, por lo que la integridad, suena un poco más viable.
Finalmente, el poder de convocatoria es esencial y este es el punto de mayor carencia. ¿Se aventuraría usted a mencionar al menos 5 personas, con las características ya mencionadas supra, que puedan llevar cinco mil personas a la plaza? Respecto de este ejercicio, habría que eliminar a quienes son muy populares, pero están al margen de la política partidista, como el caso de Ricardo Arjona, quien seguramente llevaría una multitud a cualquier lado que se convoque.
Otro dato interesante: ¿Sabía usted que el único político conocido que aparece en los primeros lugares (si no en el primero) en las encuestas, es un expresidente y expresidiario? De Ripley, ¿no?
Otro insumo fulminante: los nombres que más aparecen, sin que sean necesariamente líderes, son politiqueros de ocasión con antecedentes suficientes para que, en un verdadero país, estuvieran purgando condenas por delitos varios.
Otros casos, con talante ético no tan cuestionado, no ganarían ni una elección de comité de vecinos de barrio o colonia.
No se necesita ser gurú de ningún tipo para predecir lo que pasará el año entrante. Sin embargo, conocer algunos insumos como los comentados aquí, ayudaría a menguar la ignorancia supina y el analfabetismo político en la comarca.