PROVOCATIO: La eterna práctica de dar atole con el dedo

La teoría de la circulación de las élites nos invita a analizar la nueva composición de la clase dominante.  De un poder omnímodo del capital tradicional (oligárquico) se pasó a una cohabitación con el capital corporativo y el emergente, las élites militares y los fundamentalistas neopentescostales, amalgamados todos ellos, por el poder del Narco

JoséAlfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Desde el 21 de marzo de 1847, fecha fundacional de la República de Guatemala, el arte del engaño político se ha venido depurando.  De formas muy burdas con los dictadores Rafael Carrera (1839-1865, dividido en 3 períodos), Justo Rufino Barrios (1873-1885), Manuel Estrada Cabrera (1998-1920) y Jorge Ubico (1931-1944) se pasó a un brevísimo período llamado la Primavera Democrática (1944-1954).

Es importante mencionar que Carrera fue el fundador de la República y el que más años no consecutivos gobernó dictatorialmente.  Sin embargo, Estrada Cabrera fue el protagonista de una de las mayores farsas electorales en 175 años de historia.  En las elecciones para su tercer período consecutivo (1911-1917) obtuvo más votos que el número de habitantes registrados para votar en Guatemala.

Para citar un referente, Rafael Arévalo Martínez narra que obtuvo más de medio millón de votos, en un país de dos millones de habitantes en el que la inmensa mayoría de la población (analfabetos) no podía votar, mientras que Brasil, con 14 millones de habitantes, había reportado tan solo 300 mil votos en los comicios de ese mismo año en 1911.

Más de alguien podría sorprenderse por el hecho que las dictaduras permitieran elecciones, pero tomemos en cuenta que eran de fachada y los datos nunca cuadraban.  El punto era darle ese aire de legitimidad que nunca tuvieron.   Más o menos como ahora, que se supone hay más conocimiento y “reglas”. 

Después de la contrarrevolución en 1954, las primeras elecciones “democráticas” se efectuaron el 20 de octubre de 1957, dando como ganador al liberacionista Miguel Ortiz Passarelli.  Fue una elección entre derechistas, pero fue tan escandaloso el fraude, que se anularon las elecciones tan solo 72 horas después, el 23 de octubre de 1957.   Tres candidatos participaron además de Ortiz, siendo el general Miguel Ydígoras Fuentes con su partido Redención Nacional (2º.  Lugar) y Miguel Asturias Quiñónez (3º.) de la Democracia Cristiana.

Al final, el Congreso, que durante la larga dictadura militar de 1954 a 1985 decidía en “segundo grado” con base a los dos primeros lugares de las elecciones, eligió a Ydígoras.  A partir de ahí, todos, absolutamente todos los gobiernos fueron militares y con comicios arreglados de antemano. 

¿Y el caso del Lic. Julio César Méndez Montenegro (1966-1970)? preguntará alguien que no conoce la historia política de este paisaje.  Al respecto y para ampliar, les dejo el enlace de mis artículos al respecto: https://cronica.com.gt/jose-alfredo-calderon-e-el-concordato-maligno-primera-parte/ y https://cronica.com.gt/jose-alfredo-calderon-el-concordato-maligno-segunda-parte/

Luego, en 1984-85 vendría una modalidad que bautizaron como “apertura democrática”.  Era muy forzado llamarle democracia, después de tantos años de dictadura, así que le endilgaron ese peculiar término.  Por supuesto que los militares, ya en una posición diferente respecto de las élites, por su enriquecimiento y control político-militar del país, se habían asegurado su hegemonía, mediante golpes de Estado técnicos y otras herramientas de dominación, siempre en el marco “democrático” para no hacer olas respecto al Departamento de Estado norteamericano.  A las élites, por su parte, les correspondía lo principal: el financiamiento de sus operadores políticos y sus partidos, así como la asesoría técnica, para que todo pareciera creíble respecto a los comicios. 

Luego vendría Jorge Serrano (1991-93) con la historia ya conocida, Ramiro de León (1993-1996) el presidente de la “transición” electo por el Congreso, único caso en los últimos 37 años.  Sigue el desfile con Álvaro Arzú Irigoyen (1996-2000), el presidente del ajuste estructural y la privatización; Alfonso Portillo el presidente del “Jueves Negro” que representó un desplazamiento momentáneo y parcial del capital oligárquico, en favor del capital corporativo y el emergente. 

El capital oligárquico se “recupera” y se decanta por Oscar Berger (2004-2008).  Por cierto, tanto Arzú como Berger, son los únicos dos casos en los que las élites tradicionales se unieron en torno a una candidatura.  Ambas elecciones, decididas por el voto urbano con énfasis en la capital, contrario a lo sucedido cuando ganó Portillo, primera vez que el sufragio se parte en dos y se impone el voto del interior de la República.  Cuestión similar sucedería después con el gobierno de la UNE.

El sistema permitió la llegada de una pareja siniestra: Álvaro Colom, un desganado y gris ingeniero apodado el Gavilán, junto a su esposa, Sandra Torres, la temible “Doña, quien oportunamente se casa con el candidato ganador.  Aprovechando el apellido Colom, ambos se vendieron como socialdemócratas, cuando en realidad, él había sido un técnico al servicio de los militares y ella una empresaria de maquila. 

En esta tragicomedia no podía faltar el regreso oficial del poder castrense.  En 2012 toma posesión un ex jefe de inteligencia militar, Otto Pérez Molina, quien no culmina su período por los acontecimientos del 2015, conocidos como La Plaza.  Al respecto, todavía se sigue sobrestimando ese movimiento ciudadano, pero este es otro tema ya abordado. 

Culminamos la galería de simulacros con las llegadas de Jimmy Morales, un mediocre aspirante a comediante y el actual, cuya desastrosa gestión es inefable. 

Mientras la dictadura militar no tenía empacho en efectuar todas las maniobras burdas a su alcance, la presión internacional obligaba a los “civiles” a guardar ciertas formas, so pena de suspender toda ayuda económica y política al Estado de Guatemala que siempre estaba presente en la agenda de violaciones a los derechos humanos, el latrocinio y las democracias restringidas

La teoría de la circulación de las élites nos invita a analizar la nueva composición de la clase dominante.  De un poder omnímodo del capital tradicional (oligárquico) se pasó a una cohabitación con el capital corporativo y el emergente, las élites militares y los fundamentalistas neopentescostales, amalgamados todos ellos, por el poder del Narco.

El mecanismo estructural sigue siendo el mismo: las élites financian la fiesta cívica, poniéndose de acuerdo las distintas facciones en torno a candidaturas y dinámicas electorales.  Es en este último componente que se pone más énfasis para hacer creíble la farsa:  Muchas y variadas entidades que siguen la narrativa de: “nuestra democracia está en peligro”, “hay que defender la democracia”, “no será la mejor del mundo, pero es nuestra” y la más descarada: “tenemos una democracia con problemas pero debemos perfeccionarla”; candidaturas de “izquierdas” y hasta alguna real, con la previa seguridad que no tiene posibilidades de ser electa.  Aparentes disputas entre candidatos que responden a un mismo proyecto político, aunque en distintos partidos para generar más expectación y hasta pasiones, al mejor estilo de la lucha libre profesional.  Encuestas “inquietantes” que enarbolan, una vez más, el fantasma del comunismo y supuestas tendencias que reflejan imaginarios sociales y no necesariamente intención de voto.    

A pesar de las irrefutables evidencias y el agotamiento del sistema, muy a pesar de las decepciones colectivas, el simulacro democrático está a punto de su renovada edición en el 2023. 

Más atole con el dedo en esta Xibalbá donde todo pasa y nada pasa, para que el celador continue con su letanía: “Todo tranquilo y sereno”.

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