PROVOCATIO: La candidatitis electorera en el trópico

Entre esta variada fauna se encuentran viejos conocidos, otros no tanto e ilustres desconocidos que solo su familia los conoce; eso sí, todos ellos, haciendo gala –en diferentes dosis– de cuero de danta, disposición total y desenfadada al ridículo, carencia de talentos, y una desmesurada y lastimera exposición pública para intentar ganarse la gracia de un buen número de incautos.

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

En teoría, hasta el 27 de marzo arranca la campaña oficial de las “alegres elecciones”, pero todos somos testigos que eso no es cierto, pues desde el año pasado, las redes sociales, radio y televisión, así como los diarios, son prueba fehaciente de la participación de todo tipo de personajes ávidos de figurar, aunque sea fugazmente, en el escenario político guatemalteco. 

Entre esta variada fauna se encuentran viejos conocidos, otros no tanto, e ilustres desconocidos que solo su familia los conoce; eso sí, todos ellos, haciendo gala –en diferentes dosis– de cuero de danta, disposición total y desenfadada al ridículo, carencia de talento, y una desmesurada y lastimera exposición pública para intentar ganarse el favor de un buen número de incautos. 

Para beneficio de estos candidatos, el imaginario social dominante está a su favor, pues la subalternidad, instruida o no, manifiesta una suerte de síndrome electorero, el cual, hace de la esperanza, una especie de ilusión mágica.  Hemos llegado al punto que, hasta los sectores que han tenido el privilegio de una educación universitaria de grado y posgrado, han caído en el jueguito del sistema para participar en el “alegrón de burro” cuatrienal. 

Los mass media brindan sus mejores esfuerzos en este período de encantamiento colectivo, no solo por el beneficio económico que les produce, sino por el favor que pueden ganarse de sus patrocinadores, sobre todo, para el lapso restante en el que los espacios de pauta son pobres. 

La promoción del pensamiento mágico es vital, pues significa una distorsión cognitiva que se produce cuando establecemos relaciones causales sin ningún tipo de fundamento científico.  Si bien este puede estar presente en muchos trastornos mentales, también lo padecen personas que no acusan ninguna enfermedad, siendo una proporción numerosa de gente que resulta importante. 

La esperanza mesiánica se nutre de este pensamiento, pues la creencia ilusa que una sola persona puede ser la solución mágica a todos nuestros problemas políticos, sociales y económicos, se impone.  La masa pone atención en el “mero gallo” es decir, el presidenciable; poco importa el vice y si el partido cuenta con planes de trabajo sólidos, viables y pertinentes, así como un equipo de personas fiables, capaces, experimentadas y honestas.  Por cierto, que las raíces históricas de este fenómeno se encuentran en el “arevalismo”, construido en 1944 con la apoteósica llegada (desde Agentina) del Dr.  Juan José Arévalo Bermejo, reforzado después, con la narrativa del “soldado del pueblo” Jacobo Árbenz Guzmán. 

Pasada la efeméride democrática, todo se derrumbó, pero permaneció ese mesianismo político de construir, en cada episodio electoral, esa expectativa esperanzadora.  Los politiqueros de siempre generaron, y lo siguen haciendo, los slogans respectivos desde los años sesenta: “Julio César, el tercer gobierno de la Revolución” en alusión a Méndez Montenegro (1966-1970) la “solución nacional” (Arana 1970-1974) o “Con Serrano Elías si hay solución” en 1990, y tantos otros más.

Ya en la llamada apertura democrática, presenciamos el “Vinicio Sí” de Cerezo Arévalo, que contó con un escenario especial, pues significaba el regreso a la democracia después de sucesivos gobiernos militares desde 1954 a 1985.  La campaña de Álvaro Colom se montó sobre un apellido ilustre, pues Manuel Colom Argueta había sido un gran líder de masas, aunque su sobrino resultó estar a años luz de las ejecutorias de su tío. 

Siendo la política un mundo de percepciones, todos los candidatos/as construyen una imagen personal falsa, siendo este, otro de los elementos fundamentales en la mente del guatemalteco promedio.  De hecho, cuando se hacen encuestas, la mayoría de persona responde: “Siento que quedará fulanito/a…”, no utilizan expresiones como “pienso que” o respuestas más elaboradas. 

La historia electoral nos muestra ejemplos de asociaciones conceptuales con determinados candidatos.  Jorge Carpio (campañas 1985 y 1990) fue el primero en presentarse de forma casual, con camisa blanca y la corbata desajustada, queriendo mostrarse como un hombre de trabajo.  Otro caso, es el discurso político incendiario de “Pollo Ronco”, que trataba de conciliar el hecho que lo respaldaba un partido de extrema derecha (el FRG) habiéndose ufanado él, por mucho tiempo, de ser un hombre de “izquierdas”.

Otro ejemplo se tiene con la campaña electoral entre Álvaro Colom y Pérez Molina (2007) en la que ganó el primero.  Mientras el militar hablaba de combatir la violencia con “mano dura, cabeza y corazón” su contrincante replicaba: “La violencia se combate con inteligencia”.  Un dato interesante es que el candidato del Partido Patriota evitaba en lo posible, el uso del traje militar por todo lo que esto implicaba.  Sin embargo, asociaron con éxito su pertenencia a la fuerza castrense, como sinónimo de seguridad. 

Entre el pensamiento mágico-mesiánico y la política como percepción, se ha debatido en los últimos 79 años quién debería ser el bendecido, pues hasta el momento, no le ha llegado el turno a una mujer.

El último ejemplo por mencionar es el del actual gobernante, quien hizo popular su frase: “no quiero ser recordado como un HDP más”.  Al respecto, se tiene que reconocer su sinceridad anticipada, ya que el consenso general es que ya mereció el trofeo de ser el mayor vástago de meretriz en toda la historia política del país. 

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