PROVOCATIO: Golpe sobre golpe: El 8 de agosto de 1983

Hace 39 años y 8 días, la dictadura militar de 1954 a 1985 tuvo su último episodio, al menos, bajo la forma descarada de tanques, kepis, comunicados castrenses y melodías de marimba que abrían paso a la voz tradicional del golpe: Otto René Mansilla, quien a través de la Radio Nacional TGW anunciaba con voz grave: “A todas las emisoras se les ordena formar parte de la cadena del sistema nacional de radiodifusión…”

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

En la línea de la poca o nula memoria histórica de los habitantes de esta tierra de sueños truncados y aspiraciones decimonónicas, la mayoría no logra retener los sucesos y personajes que han marcado su historia, mucho menos esbozar explicaciones más o menos serias sobre las razones subyacentes y las imbricadas conexiones que implican tales acontecimientos.

Hace 39 años y 8 días, la dictadura militar de 1954 a 1985 tuvo su último episodio, al menos, bajo la forma descarada de tanques, kepis, comunicados castrenses y melodías de marimba que abrían paso a la voz tradicional del golpe: Otto René Mansilla, quien a través de la Radio Nacional TGW anunciaba con voz grave: “A todas las emisoras se les ordena formar parte de la cadena del sistema nacional de radiodifusión…” Ya todos sabíamos que un nuevo golpe castrense se había llevado a cabo y la sorpresa no era mucha, pues era del conocimiento general que, según el protocolo milico, el Ministro de la Defensa del gobierno vigente, asestaba un remezón a su comandante, al que le había jurado lealtad (risas).   

El general Oscar Humberto Mejía Víctores asumía el poder en sustitución del también general José Efraín Ríos Montt.  En esta ocasión, no fue necesaria la pantomima del 23 de marzo de 1982 cuando, según la explicación oficial, un grupo de militares jóvenes habían dado el golpe de Estado y luego convocaron a Ríos Montt y otros dos altos oficiales: el general Horacio Maldonado Schaad y el coronel Francisco Gordillo Martínez, para instalar una junta provisional de gobierno de facto.  Como se conoce, el general Chusema pronto se deshizo de los otros dos y se aseguró el control total del país.  Esta vez, el 8 de agosto de 1983, fue un golpe duro y tradicional de la vieja guardia.

Muy poco tiempo había pasado, exactamente 16 meses 21 días, entre un golpe y otro; por eso es necesario repasar el contexto político del gobierno autoritario y fanático de Ríos para entender un relevo tan súbito. 

El golpe al general Fernando Romeo Lucas García (el 23 de marzo 1982) devino de varios factores, entre los que destacan: la amenaza militar del movimiento insurgente, la corrupción generalizada en el gobierno castrense y el fraude electoral de marzo de 1982 que había declarado como “ganador” al general Ángel Aníbal Guevara, Ministro de la Defensa de Lucas.

El gobierno Ríosmonttista pretendió desarrollar tres proyectos: El militar, el religioso y la democratización de la vida política del país.  Con relación al primero, este ya se había cumplido en gran parte, pues la derrota militar al movimiento revolucionario se había logrado.  Sin embargo, la reorganización del ejército no se logró, precisamente, por la interferencia del gobernante de facto y sus allegados, quienes habían formado un consejo al margen de la institucionalidad castrense, pretendiendo dirigir la guerra y al propio ejército.

El Plan Victoria 82, uno de los más importantes, planteaba como objetivos:

  • “Quitarle el agua al pez”, es decir, separar a la población civil de los insurgentes.
  • Aplicar contundentemente la política de tierra arrasada en las regiones de mayor enfrentamiento militar.
  • Hacer retroceder a la guerrilla para despojarlos de los territorios y pueblos que controlaban y crear una amplia red de inteligencia, especialmente dentro de los desertores y cooptados de la guerrilla, a quienes se le perdonó la vida a cambio de convertirse en informantes.

El proyecto religioso parecía cumplirse a cabalidad, pero los desplantes ante el Papa Juan Pablo II cuando vino a Guatemala y el ambiente de confrontación religiosa, terminaron pasándole factura. 

El tercer proyecto, el de democratización, era el más atrasado, pues el dictador daba señales claras de quererse perpetuar en el poder.  A esto se le sumó una corrupción galopante y los favoritismos hacia una camarilla de militares fundamentalistas evangélicos, que no tenían ningún sentido histórico de la situación por la que atravesaba el país.  Por otra parte, los empresarios no se encontraban contentos con el Gobierno, ya que este había aumentado los impuestos.

Se debe recordar que, en esos tiempos, ningún golpe de Estado era viable sin la expresa autorización del Departamento de Estado de EE.UU.  por lo que, terminada la amenaza militar real, los intereses geopolíticos y, sobre todo, económicos del imperio del norte, se enfocaron en la normalización de su patio trasero para dar paso a lo que dieron en llamar “Apertura Democrática”. 

Nunca tan puntual la frase de Carlos Marx: «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».  El 31 de marzo de 1963 se había dado el golpe de Estado del coronel Enrique Peralta Azurdia en contra del general Miguel Ydígoras Fuentes, del que era Ministro de la Defensa.  Tiempo después, instala una espuria Asamblea Nacional Constituyente y convoca a elecciones orquestadas, que dan como ganador (pero cooptado) a Julio César Méndez Montenegro. 

Veinte años después, la historia se repite.  El 23 de marzo de 1982 el golpe de Ríos Montt, el 8 de agosto de 1983 el golpe de Mejía Víctores; luego se instala una Asamblea Nacional Constituyente controlada por militares y finalmente se convoca a elecciones, donde resulta ganador Marco Vinicio Cerezo Arévalo, a quien doblegaron con golpes de Estado técnicos.

La farsa democrática quedó instalada, el ejército dejó de recibir el desgaste que genera el ejercicio directo del poder y 26 años después regresan los militares en forma directa otra vez, con uno de sus más famosos jefes de inteligencia: el general Otto Pérez Molina.  Luego se dan el lujo de soltar un poco la rienda, dejando a dos civiles quienes, servilmente, han favorecido sus intereses: Jimmy Morales y Alejandro Giammattei.   

La suerte del 2023 ya está echada, un civil será nuevamente presidente, pero bajo el férreo control de la camarilla militar, el narco, las élites económicas y los caciques del fundamentalismo neopentecostal.