PROVOCATIO: Entre la organización ancestral y la espontaneidad social


La avalancha social crece cada día de protesta y sienta un precedente histórico. No fuimos los académicos ni los intelectuales, no fueron los dirigentes tradicionales ni los politiqueros oportunistas de siempre; no fueron los periodistas ni los curas o pastores. Fueron los representantes de esa mayoría ninguneada, invisibilizada y discriminada, muchas veces por sus propios “iguales”. Infinitas gracias a las autoridades indígenas que, con mucha humildad, pero gran sabiduría, supieron medir los tiempos y encender la chispa, dando cátedra del liderazgo horizontal y colectivo, la mesura y el temple simultaneo, así como la coherencia ancestral de la que han hecho gala por mucho tiempo. 
José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)

Hace varios años escribí que, si existía alguna posibilidad de cambio real, este provendría de los campos y las montañas. Lo veía muy lejos, pues comprendía que la guerra interna había roto el tejido social, extirpado los liderazgos e instalado el miedo como mecanismo de defensa.

Hoy asistimos a un movimiento sin precedentes en la posguerra.  Las comparaciones con La Plaza en 2015 no se han hecho esperar, pero las diferencias son muy marcadas en fondo y forma.

Hasta hace pocos días, muchos nos quejábamos de la falta de liderazgo y organización, así como de claridad política en muchos dirigentes mestizos y urbanos. Los diversos intentos por convocar y lograr una asistencia, si no masiva, al menos relevante, habían fracasado y las concentraciones eran muy discretas. Incluso la convocatoria de Bernardo Arévalo ante la Corte Suprema de Justicia, logró un efímero entusiasmo ciudadano que pronto decayó. 

Los únicos que siempre han tenido constancia y claridad (así como paciencia centenaria) han sido los pueblos indígenas por medio de sus distintas expresiones y representaciones. Recuerdo todavía que los primeros en protestar frente a la Cámara de Industria (CIG) que a la vez es sede del CACIF, fueron ellos. La tradición contestataria popular siempre había situado la protesta en las plazas, las cortes y el Ministerio Público y no frente a los verdaderos causantes de la tragedia nacional, las élites económicas depredadoras.

Este pequeño grupo que trasciende el CACIF y que varios analistas hemos llamado por años el G-8; formado por las 8 corporaciones monopólicas más grandes y fuertes con un aproximado de 22 familias, al fin ha sido develado como la mano que mece la cuna.  Ya la CICIG los había puesto en el banquillo de acusados y obligados a pedir perdón públicamente, pero todavía, las mayorías seguían concentrando en los operadores políticos y funcionarios públicos, la carga acusatoria. No hace mucho, todo se reducía a culpar a Giammattei y “Miguelito”; Consuelo Porras y Rafael Curruchiche, así como el juez Orellana. Ahora el telón estratégico se corrió.

Volviendo al punto central, no es la primera vez que 48 Cantones pone la cara para defender, no solo sus propios derechos, sino los de todo el pueblo. Tampoco es la primera vez que viajan a la ciudad de Guatemala a plantar lucha y darnos el ejemplo. Es más, en ocasiones anteriores, el racismo estructural se imponía y por eso el referente de los pueblos no impactaba como debía en los contingentes urbanos capitalinos, tradicionalmente dirigidos por funcionarios de organizaciones no gubernamentales que, hay que decirlo, limitaban su dinámica a su necesidad de financiamiento y a los intereses de donantes. En tal sentido, los movimientos unitarios fracasaban uno a uno y se quedaban en una temporalidad de corto alcance. Ni qué decir de la inoperancia de los partidos políticos, casi todos vinculados a la alianza criminal.

Por otra parte, esa fuente inagotable de recurso intelectual de la USAC, ya no lo era más y cooptada como lo está, se limita a las pocas expresiones aisladas de docentes, trabajadores y estudiantes conscientes.

En las primeras 72 horas del paro anunciado no se veía mayor trascendencia, pero las condiciones fueron mutando y, a partir del viernes 6 de octubre, estamos viviendo algo muy distinto, respecto a todos los precedentes inmediatos, incluyendo La Plaza. El nivel de organización, coordinación y logística que los pueblos originarios le han impregnado al movimiento de protesta, es impresionante.

De nada sirvieron las sempiternas medidas empresariales para contrarrestar la protesta. El ejemplo de los 48 Cantones, ahora acuerpados por otras autoridades indígenas de Sololá y Quiché, se ha fortalecido y con ello, el movimiento se ha generalizado y mezclado con la espontaneidad de muchos grupos que recién no estaban organizados.  Como era de esperar, las cámaras patronales aglutinadas en CACIF obtuvieron con facilidad la licencia judicial implícita para el empleo de la fuerza pública, a fin de desalojar inmediatamente a quienes bloqueaban el paso vehicular en las carreteras. Han llegado al extremo de fomentar grupos de choque contra los manifestantes indígenas que se habían instalado en las afueras del MP y, ahora, infiltran a agentes del Estado para generar disturbios y tratar de deslegitimar la protesta genuina. Todo esto, alentado por el cabecilla operativo de los golpistas y títere de las élites: Alejandro Giammattei, quien en la “conferencia” del lunes 9 por la noche se lució tal cual al amenazar al pueblo y presidente electo, confirmando de una vez por todas, que será recordado por mucho tiempo, lamentablemente, junto a su progenitora.

La primera gran diferencia actual es la contundente articulación que las autoridades indígenas han hecho para que el movimiento esté coordinado a nivel nacional. La legitimidad innegable de sus dirigentes y el acompañamiento de sus comunidades, le ha dado una solidez incuestionable al crecimiento social de la protesta,

Como bien apunta Edgar Gutiérrez en su artículo de El País del domingo 8 de octubre: Los pueblos indígenas siguieron con paso sereno y firme. No pelearon con nadie en los centros urbanos ladinos, donde por lo general no son bienvenidos y resultan blanco de sutiles o abiertas expresiones de racismo y discriminación. Se acercaron a los estudiantes universitarios, a los profesores y autoridades de los centros de enseñanza, a los pequeños y medianos empresarios, a los transportistas, trabajadores en la informalidad y amas de casa. Explicaron que habían dejado sus hogares lejanos porque sin democracia ni libertades, el reino oscuro de la corrupción, el crimen y la impunidad terminaría enseñoreándose, sometiendo a todos los habitantes.”

Los estudiosos de las ciencias sociales somos testigos de la dificultad para lograr consensos en un país tan diverso y tan golpeado por la guerra interna. Construir una agenda común y hacer coincidir los distintos intereses es una tarea titánica, pero se logró, siendo esta la segunda gran diferencia que identifica a este movimiento, pues la agenda de la protesta trasciende el apoyo a Semilla y el binomio ganador, ahora se trata de defender el voto democrático y exigir la renuncia de la Fiscal General y sus dos achichincles principales: Rafael Curruchiche y Cynthia Monterroso, así como del juez Orellana. Esta agenda mínima facilitó el consenso.

La tercera diferencia es una coordinación inusual entre la tradicional disciplina de los pueblos indígenas, con la espontaneidad de la ciudadanía tanto urbana como rural. Los apoyos han sido múltiples y la consciencia del beneficio colectivo, ha hecho surgir una confraternidad solo vista durante el terremoto de 1976. Distintas personas y grupos se autoconvocan, logrando una cobertura sin precedentes.

Una cuarta diferencia se refiere a que la coyuntura hizo unirse a toda la comunidad internacional con énfasis en Estados Unidos, Unión Europea y la OEA. Para nadie es un secreto que lograr consenso entre la agenda de EE. UU. y el resto de países siempre ha tenido valladares insalvables, no digamos el caso de OEA, que se distanció de su habitual posición conservadora y connivente con los Estados autoritarios, algo inédito.

Una quinta diferencia es que el centro motriz se inició en el Occidente del país bajo el liderazgo de las autoridades indígenas, quienes lograron una fusión extraordinaria con la capital y otros centros urbanos y rurales. Está claro el liderazgo y, en forma sorprendente, los mestizos nos hemos unidos.  La procedencia de los apoyos es diversa en cuanto al perfil económico, socio-cultural y político-ideológico.  La articulación para la unidad nacional ha sido ejemplar.

Es importante destacar una sexta diferencia de otras adicionales que, por espacio, no puedo cubrir en esta entrega. Me refiero a esa cadena popular de apoyo entre los manifestantes; no ha faltado la comida, atención médica, insumos de uso personal, jornadas culturales de aliento y un sinfín de actividades que demuestran la unidad en la lucha y el ambiente festivo de saberse acompañados. Incluso los pilotos del transporte pesado varados en carretera, han recibido alimentos y atenciones por parte de la población y líderes comunitarios, entendiendo que la lucha es contra las élites depredadoras y no contra el pueblo trabajador.

La avalancha social crece cada día de protesta y sienta un precedente histórico. No fuimos los académicos ni los intelectuales, no fueron los dirigentes tradicionales ni los politiqueros oportunistas de siempre; no fueron los periodistas ni los curas o pastores. Fueron los representantes de esa mayoría ninguneada, invisibilizada y discriminada, muchas veces por sus propios “iguales”. Infinitas gracias a las autoridades indígenas que, con mucha humildad, pero gran sabiduría, supieron medir los tiempos y encender la chispa, dando cátedra del liderazgo horizontal y colectivo, la mesura y el temple simultaneo, así como la coherencia ancestral de la que han hecho gala por mucho tiempo.

Gracias a las molestias de hoy, el día de mañana, hasta quienes más se oponen, recibirán los beneficios de esta lucha. Es ahora o nunca, el indiferente que se haga a un lado porque el protagonismo es de quienes soñamos con una Guatemala diferente, más humana y más justa.

¡Nada que mediar con los victimarios! Estamos a un paso de trascender las renuncias puntuales y unirnos en un solo grito: ¡Que se vayan todos!

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