José Alfredo Calderón
Historiador y analista político
“Puede haber muchas buenas razones para creer que una situación va a acabar bien, pero esperar que ocurra así porque eres optimista no es una de ellas (…) El optimismo como actitud general se alimenta a sí mismo. Si resulta difícil argumentar en su contra, es porque se trata de una postura primordial frente al mundo, como el cinismo o la credulidad, que ilumina los hechos desde su propio prisma y por tanto se resiste a ser refutado por ellos.” Esperanza sin optimismo de Terry Eagleton.
Buscando explicaciones sobre la testarudez electorera de los guatemaltecos (por decirlo de alguna forma), encontré en este autor, una respuesta básica a mi inquietud.
De hecho, siempre me han parecido infumables todas esas lecturas de positivismo y optimismo pendejamente sistémico. Paulo Coelho et al…
Obviamente, uno debe desarrollar una actitud positiva frente al mundo, pero de esto, a generar un pensamiento mágico-pendejo para todo, hay una enorme distancia. Por ello recurro constantemente a Antonio Gramsci cuando habla de seguir luchando con el pesimismo de la razón, pero el optimismo de la voluntad. En otras palabras, debemos ver no solo el árbol sino también el bosque y viceversa; construir futuro a pesar de las condiciones adversas, pero sin caer en la ingenuidad. Sobre todo, desarrollar un pensamiento reflexivo y crítico que nos permita tener claridad, fundamentalmente política.
A las grandes mayorías, que carecen de lo mínimo, no se les puede pedir mayor entendimiento ciudadano, pues muchos de los que tenemos privilegios (por mínimos que sean) tendríamos exactamente las mismas actitudes y urgencias de estar en esa posición. En consecuencia, menospreciar a quienes desde su lacerante precariedad reciben láminas, bolsas de alimentos, gorras, playeras y otros artículos, es una infamia.
Sin embargo, quienes tuvieron acceso a estudio, techo, tres tiempos de comida y empleo digno, no tienen justificación alguna para ser manipulados por los politiqueros de turno y/o acusar ignorancia en temas electorales básicos, sobre todo con las nefastas experiencias ya vividas en este tema.
Muchos de los votantes siguen creyendo que votan por alcaldes y no consejos municipales, ignorando cómo se eligen a los síndicos y concejales en las corporaciones edilicias. Ignoran, además, los requisitos para ser presidente o vicepresidente de la República o cómo se constituyen los partidos políticos. Desconocen los efectos del voto nulo y de la abstención y la probabilidad de que se puedan repetir las elecciones. Los ejemplos que podría enumerar son múltiples y muchos de ellos los he podido corroborar en talleres que he dado a personajes que van de candidatos a cargos de elección popular y activistas de los partidos, quienes, en teoría, deberían conocer estas cosas y mucho más.
Hay algunas cuestiones que no son tan obvias pero que con solo estudios primarios podrían deducir, como el hecho que los políticos son solo operadores de quienes ponen el capital para financiar los procesos electorales, los partidos y candidatos. El principio universal que reza: “quien pone el dinero, escoge al mariachi”opera para todo. La ingenuidad de creer que el financiamiento es desinteresado es inaceptable.
Las únicas elecciones verdaderamente democráticas se dieron en 1945 y 1951. Posteriormente, hemos tenido simulacros que se ampararon en las dictaduras militares (1954-1985) y una apertura a los que diversos analistas llamamos “democracia controlada” (1985-20239. Incluso las primeras elecciones postrevolución, el 20 de octubre de 1957, constituyeron un escandaloso fraude entre las mismas derechas (Miguel Ortiz Passarelli y Miguel Ydígoras Fuentes, los candidatos) al extremo que tan solo 3 días después tuvieron que ser anuladas y repetidas.
Durante las dictaduras castrenses, el fraude fue descarada y abiertamente ejecutado por los militares, con el respaldo, patrocinio y dirección de las élites empresariales ultraconservadoras, así como la Embajada. A finales del siglo XX, las presiones internacionales y las nuevas directrices del Departamento de Estado norteamericano hicieron que se empezaran a cuidar un poco las formas. Aparecieron mecanismos de marketing político que antes no se conocían, y todos los esfuerzos se enfocaron en hacer creíbles las elecciones, igual de espurias, pero no tan descaradas, como en el pasado.
En consecuencia, los fraudes dejaron de hacerse en el día D (el momento de la elección) dando paso a una meticulosa planificación estratégica de empresarios y militares, con la asesoría gringa. Antes de los comicios, las élites dominantes (no el CACIF) se ponen de acuerdo, a veces con unanimidad sobre el candidato de turno (como lo fue con Arzú y Berger) y en otras, con divergencias. En este último caso, se consensuan dos o tres binomios y se deja la “libertad” para que compitan estas opciones que responden a su financiamiento e intereses.
Como lo he reiterado en múltiples ocasiones, las personas son secundarias, porque lo estructural del sistema se impone y contempla cualquier posible desencuentro con el diseño implementado, para bloquearlo ipso facto. Se sigue apostando a la supuesta amenaza comunista cuando ningún partido o coalición de izquierdas ha ejercido el gobierno desde 1954.
Terminada la guerra en Guatemala, el concepto de enemigo interno ha tenido que ser rediseñado y por ello el papel crucial que juega Sandra Torres en cada elección. Ante la ausencia de verdaderas expresiones de oposición, se le ha colocado la etiqueta de socialista o izquierdista a esta empresaria, cuyo oportunismo y perversión es descomunal.
Otra alternativa es demonizar al MLP de Thelma Cabrera, etiquetándolo como la expresión más radical. Lo irónico es que todas las expresiones que se autodenominan de izquierdas o aceptan jugar ese papel, para nada son antisistema, pues si lo fueran, no participarían en dicho sistema.
Ahora bien, dado el maniqueísmo prevaleciente en el imaginario social que todo lo ve en blanco y negro, bueno o malo, debo advertir que no estoy proponiendo la inacción, el acomodamiento o peor aún, la rendición ante la alianza criminal.
Mi bandera se centra en la abstención consciente para rechazar el sistema y no solo a los candidatos, como es el caso del voto nulo. Además, insisto en la necesidad de una formación sistémica e independiente, basada en un enfoque histórico-estructural que conduzca a la claridad política de una mayor masa crítica ciudadana que pueda incidir.
Ni las elecciones ni los partidos existentes resolverán los problemas críticos del país. Que hay personas bien intencionadas en algunas agrupaciones, claro que las hay, pero el sistema ejerce una fuerza centrífuga que, más temprano que tarde, los termina por expulsar, excluir, acomodar o liquidar. Los ejemplos sobran.
Mientras las derechas tienen clara la defensa del sistema y sus privilegios, las fuerzas progres que juegan a la oposición, se conforman con arrancar algunas prebendas como más curules, plazas en el Estado y financiamiento empresarial para hacer creíble el juego de una democracia multicolor.
A pesar de lo dicho, las mayorías seguirán validando el sistema con su voto y, con ello, perpetuando un régimen político-electoral que seguirá produciendo más de lo mismo, pero con tendencia a empeorar.
Mientras tanto, mi aporte seguirá siendo la necedad por un verdadero cambio.
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