PROVOCATIO: El patito feo que nadie entiende

José Alfredo Calderón

Historiador y analista político

Por razones de trabajo y academia, he tenido la oportunidad de efectuar sondeos y gestionar proyectos de diverso tipo. Así mismo, mi dinámica docente me permite interrogar en clases, cursos, conferencias y talleres –independientemente del tema y auditorio que se trate sobre lo que llamo el patito feo de los problemas nacionales.  En realidad, los resultados han confirmado que son dos los patitos feos:  Por un lado, la violencia intrafamiliar y por el otro, la salud mental.  Cuando uno pregunta cuál es el principal problema nacional, la gente se decanta por la violencia/inseguridad en primer lugar y luego los factores económicos: Falta de oportunidades, desempleo, carestía de la vida, falta de vivienda e ítems similares.  La misma pregunta, pero referida al ámbito personal de cada quien, tiene una respuesta diferente: ¿Cuál es el principal problema que te afecta a ti y tu familia? El primer lugar ahora corresponde a los problemas económicos. La violencia intrafamiliar, prácticamente no aparece en las respuestas, cuando es un terrible flagelo que azota a muchas familias (una gran mayoría) y solo mediante “rapport”[1] logra salir a flote.  La edad, etnia, cultura, nivel de instrucción, condición social y económica y otros factores, confluyen, sin diferenciar.  La violencia intrafamiliar afecta a casi todas las personas de este bello paisaje, pero ya sea por vergüenza o trauma (normalmente las dos) los interrogados callan o salen con evasivas. Es por esto que, en las encuestas, el problema se esconde cual patito feo.

Pero el segundo caso es peor: La salud mental. Casi nadie habla de ella[2] y casi nadie la entiende, siendo un grave problema asociado muchas veces a la violencia en general, de la que todos sí hablan. Para explicar más en detalle este segundo patito feo, compartiré algunas experiencias personales y profesionales al respecto.

Aprovechando la interrelación derivada de mi cargo como Secretario Técnico de la Comisión Nacional para la Erradicación de Armas Ilegales en Guatemala[3], generé un proyecto (iniciativa personal) llamado “Prevención de la Violencia, Salud Mental y Cultura de Paz”.  Siempre he estado convencido que los problemas deben abordarse de raíz, yendo a sus causas estructurales y no por las ramas, es decir, por sus efectos y consecuencias.  El problema de la proliferación de armas es una consecuencia no solo de la violencia, que también es un efecto, sino de las secuelas que deja la carencia de salud mental, en una sociedad muy enferma y que no se atreve a hablar de lo que pasó en Guatemala.  Ni se habla de la tragedia nacional pero tampoco se expresa nada sobre las tragedias personales de quienes sufren en silencio. Es relativamente fácil hablar de los problemas socioeconómicos con cualquiera, pero las historias personales de violencia intrafamiliar (y política) así como sus efectos de insanidad mental en todos los campos, no sólo son difíciles de abordar con otro/a, sino que suelen desconocerse, sea por mecanismo de defensa o simplemente porque no se dimensiona ni se entiende.

Esta experiencia de prevención de la violencia, salud mental y cultura de paz, arrancó sin financiamiento y continuó sin él, precisamente porque casi a nadie le interesan estos temas.  Logré mantener durante un buen tiempo, sesiones de análisis que reunieron a psicólogas, sociólogos, antropólogos, abogados y médicos, que representaban instituciones y academia y que aportaron valiosos insumos para el estudio sistémico del fenómeno de la salud mental y su interrelación en una sociedad como la nuestra.  Los escollos para continuar con el proyecto vinieron de todos lados; desde las dificultades de permisos para los participantes (pues sus jefes concebían el tema como una pérdida de tiempo); la falta de financiamiento para efectuar trabajo de campo, el recelo de quienes –incrustados en las instituciones– viven de la reproducción de la violencia material y simbólica[4] entre los factores más visibles e influyentes.

Hay dos sucesos –en la dinámica del proyecto– que me marcaron en el proceso de estudio y comprensión de la salud mental en un país como “Guate”.

  1. Pasaron las primeras semanas y la percepción de no avance y carácter diletante en el análisis, me obligaron a efectuar un ejercicio que debí hacer desde un inicio. Le pedí a todos los participantes (18 profesionales relacionados con el tema) que definieran “Salud Mental”.  El resultado fue de 22 definiciones operativas disímiles (hubo quienes dieron más de una definición).  Este primer hallazgo me demostraba que el tema se conocía muy poco, aún por parte de profesionales relacionados con la problemática.  Por eso, el segundo hallazgo no me sorprendió.
  2. Prácticamente todos los encuestados en nuestras pruebas piloto, definían la salud mental (palabras más o palabras menos) como “no estar loco”.  Incluso muchos hacían referencia al hospital “de loquitos”, como llamaban al Hospital Psiquiátrico Dr. Federico Mora.  La cultura chapina es muy dada a tratar de definir las cosas a partir de su negativo: “Esto no es…ni tampoco es…sino que viene siendo…”[5]

Este segundo hallazgo me llevó a plantear en un grupo focal ampliado, en el que hacía varios ejercicios en los que exponía ejemplos y preguntaba cómo se relacionaban con la salud mental.  Para el efecto, me valí de experiencias previas, tanto laborales como personales, que describían personas con problemas de salud mental[6] pero que, al mismo tiempo, podían pasar perfectamente los exámenes psicológicos para ingresar a trabajar a cualquier organización[7]

La pregunta recurrente seguía siendo ¿qué es (la) salud mental?  Se siguió con dinámicas a partir de ejemplos prácticos que la mayoría de personas no relacionaban con el tema.  Para clarificar esto, describo uno de estos ejemplos en una planta industrial (tres litografías) en la que fui Gerente de Recursos Humanos. Quienes conocen el mundo de la industria en Guatemala, sabrán de la alta rotación de personal y de la “necesidad” de horas extras.  Lo primero que me llamó la atención es que muchos entrevistados para ingresar a laborar como operarios, no preguntaban sobre el salario, sino que, su preocupación se centraba sobre si había pago extraordinario por el tiempo laborado adicional a la jornada ordinaria y si esta condición era permanente.  En otras palabras, más importante que el salario, era la existencia permanente de horas extras debidamente pagadas.  En mi experiencia, cada vez que no se laboraba tiempo extraordinario, la gente de la planta se resentía mucho porque veían mermados sus ingresos. Así pues, la lucha para que todos los días hubiese pago extraordinario era perenne.

Entendido lo anterior, traigo a colación esta anécdota: Hubo un concierto de Vicente Fernández y la algarabía en la planta industrial fue tal, que los trabajadores me mandaron a sus representantes para pedir que ese día no se laborara fuera del horario normal.  Les pregunté si el Gerente de Producción estaba de acuerdo y me dijeron que sí.  También les recordé cómo eran ellos mismos quienes peleaban tanto por las horas extras y ahora me pedían no hacerlas por el bendito concierto.  Conseguí el permiso de Gerencia General (este fue fácil) y el de los dueños (ese si costó más)[8]. Al día siguiente no pude con la curiosidad, bajé a la planta a preguntar como les había ido y cuanto inquirí por el precio de la “general”, nadie me contestó, luego pregunté por el costo de preferencia y de la otra localidad que le seguía, sucediendo lo mismo. Nunca me imaginé que toda la planta industrial había ido al sector VIP y se habían gastado más de la mitad de su salario, solo en la entrada. Posteriormente, me enteré que la mayoría había acudido después a los agiotistas para poder llegar a fin de mes. 

Aunado a este caso, se presentó la posibilidad de tener un comedor que vendiera comida subsidiada, iniciativa que tomé, pues un testeo previo había indicado que todos se mal alimentaban en la calle y su almuerzo se limitaba a uno o dos “Tortrix” y una gaseosa; los más solventes compraban un “shuco”.  Ninguno quería pagar “mucho” por el almuerzo, ni siquiera Q10; estos trabajadores eran los mismos que lucían celulares “tarjeteros” pero de última gama y que les robaban constantemente en el transporte público, pero más tardaban los ladrones en robarles que ellos en recuperar el mismo aparato o uno mejor.  Estos y muchos ejemplos más servían para el análisis y la discusión.  ¿Gozaban de salud mental estos trabajadores?  Pregunta que también dejo a consideración de ustedes, estimados lectores. 

Ahora bien, ¿Por qué traer el tema de salud mental a un espacio de expresión en el que normalmente hablo de política? Porque solo entendiendo este patito feo quizá se pueda explicar el nivel de enfermedad de esta sociedad.  Antier, las redes sociales y los medios de comunicación explotaron con la captura y detalles delictivos de Gustavo Alejos Cámbara. Todos sabíamos de las operaciones de este personaje y su peso en la manipulación de las instituciones y organismos del Estado.  Pero conocer en detalle el descaro con que actuaba y el nivel de cooptación alcanzado, precisamente cuando el Congreso –al mismo tiempo– estaba eligiendo magistrados con base a esa manipulación, sería un escándalo mayúsculo en otros países y muy posiblemente de consecuencias penales que cimbrarían el sistema.  Aquí en “Guate” pasa de todo y no pasa nada.  Cuando todo esto sucedía, las cámaras de las elites aglutinadas en el CACIF, urgían en comunicado oficial, el nombramiento acelerado de magistrados: “En atención a la institucionalidad del país, es necesario que el proceso de elección de nuestras autoridades de justicia llegue pronto a su efectiva conclusión.”, decía el numeral uno de su comunicado.  Mientras tanto, el encabronamiento social se desfoga en redes, hasta que otro tema, político o no, encauce la atención de esta sociedad enferma que desafía los peores escenarios macondinos…


[1] Término normalmente confundido con el simplista “romper el hielo”, pero que va mucho más allá. Gira en torno a la capacidad de establecer una relación de confianza con una persona que apenas se conoce. Invito a profundizar en el tema porque es un mecanismo muy útil para quienes trabajamos con personas y grupos sociales.

[2] Salvo la variedad de merolicos de la capacitación que hablan de liderazgos instantáneos, paquetes de actitud positiva y fórmulas mágicas de éxito individual, basados en Og Mandino, Paulo Coehlo, Facundo Cabral y otros “monstruos” de la sabiduría empaquetada.

[3] Programa de Naciones Unidas que inicialmente surgió como “Comisión de Desarme” y luego se buscó un eufemismo para no afectar los intereses de todas las personas y grupos (casi todos militares) que vivían y viven todavía de la industria armamentista.

[4] Casi nadie de los entrevistados (salvo académicos) podía dimensionar y explicar con claridad, la diversidad de violencias: Física, psicológica, patrimonial y sexual. Casi todos entienden la violencia en su forma más primitiva: Pegar, matar, hacer daño físico.

[5] Al respecto el ejercicio periodístico del día a día en los medios, es una clara muestra de ello.

[6] Al respecto, otro hallazgo es que el tema se trata de forma maniquea.

[7] Al respecto conviene acotar que la gran mayoría de empresas de Guatemala tienen carencias sensibles en el tema de recursos humanos. Desde no tener un departamento o sección específica, carecer de pruebas de temperamento o personalidad y no contar con técnicos profesionales en la materia.

[8] En la industria por lo general, las máquinas no se pueden apagar y por eso la necesidad de varios turnos. Además, la demanda de producción en esas industrias era muy fuerte y los lapsos acordados por los vendedores siempre iban contra el tiempo.