PROVOCATIO: El joven que entregó su corazón al futuro (2ª. parte y final)

Dos testimonios reiteran su altísimo talante ético y humano: “Oliverio evidencia a alguien que amaba mucho la vida y que la sacrificó porque creía en lo que creía y era coherente entre sus creencias y lo que hacía (…) él era un hombre refinado, nunca perdió eso y no tenía por qué perderlo tampoco, pues su sencillez le permitía juntarse con cualquier persona.”  Rebeca Alonso nos dice: “Marcó las cualidades, las características, los principios que debe tener un verdadero líder: Franqueza, honestidad, convicción, transparencia de sus actos”.  

En la primera entrega (https://cronica.com.gt/provocatio-el-joven-que-entrego-su-corazon-al-futuro-1a-parte/), mostramos, someramente, la semblanza humana de Oliverio Castañeda De León, destacando su infancia y adolescencia, así como sus valores en familia. Este talante ético y profundamente humano, sirvió de base a quien, con muy poco tiempo de vida, se convirtió en un mito revolucionario e ícono de la juventud, por la transformación de la sociedad.

Continuamos…

Su genuina preocupación por los demás fue coherente a lo largo de su adolescencia y juventud.  Al respecto, doña Chusita (su madre) nos refirió otra anécdota: “Al colegio Americano, donde él asistía, llegaban también niños de institutos a quienes les otorgaban becas; pero él los ayudaba.  Una vez se enfermó uno de ellos y él hizo una colecta entre sus compañeros para llevarle un médico”[1] Ya en la vida universitaria, esos valores solidarios continuaron, según lo confirma uno de tantos testimonios: “Él era tan solidario y tan humano; si alguien le decía que no tenía para la camioneta y él no tenía plata, le pedía prestado a otras personas –sus amigos– para ayudarlos. A mí me pidió prestado varias veces para ayudar a otros.”[2]

A Oliverio le gustaba el futbol y el arte, siendo esta segunda la que más le apasionó, aunque en general, era bueno en todas las materias ya que fue un alumno de excelencia desde su niñez.  En cuanto al futbol, aunque le gustaba mucho, nunca descolló como jugador. Doña Chusita decía: “No tuvo la habilidad de otros para los deportes, mientras sus hermanos andaban en dos patines, él los perseguía en uno.  No aprendió a nadar porque era muy catarriento (sic).  Yo siempre lo excusaba de las clases de natación porque se me podía enfermar”.   Era tal su amor por el futbol, que lo canalizó con su afición por el club Tipografía Nacional al cual ayudaba mensualmente con una pequeña cuota. Cuando Oliverio murió, sus padres siguieron aportando dicha cuota al club, como aferrándose al recuerdo del hijo que les dio tantas alegrías, pero también, un terrible dolor con su partida.

Oliverio tenía fama de culto y educado[3], lo cual se evidenciaba en él, de forma natural. Sus compañeras y amigas le comentaban a doña Chusita, cómo, en los eventos en los que participaba, la mayoría de personas se quedaban sentadas al saludar a quienes ingresaban; Oliverio en cambio, siempre se levantaba y les cedía el asiento a las damas. La relación con sus hermanos era excelente.  Al mayor, Gustavo, lo respetaba y admiraba mucho: “Me decía: ‘mamá voy a arreglar el cuarto porque si no va a venir Tavo y me va a regañar’.  Si había pleitos, él siempre estaba fuera de ellos.”

Oliverio tenía buen apetito, sin embargo, era delgado, y de pequeño, como ya referí, enfermaba muy seguido, aunque ya de adulto gozaba de buena salud.  La comida típica de Zacapa le encantaba.  Otra afición culinaria era la comida italiana, aunque no siempre podía darse ese gusto, pues ya en pleno ejercicio dirigencial, no tenía trabajo y por ello casi nunca disponía de dinero.  “Recuerdo su último cumpleaños cuando le compramos con un amigo un postre que tanto le gustaba: el pie de higo de Los Tilos. Le gustaba ir a comer a un lugar donde hubiera buena música, era un hombre de detalles (…) le gustaban los helados, los pasteles, le gustaba la comida italiana (…) otra de las cosas que le gustaba era el baile, era un pésimo bailarín, pero igual se metía a bailar y dar brincos…”[4]

Por cierto, su último cumpleaños fue el 12 de octubre de 1978 y lo tuvo que pasar solo, ya que el acoso de las fuerzas de seguridad era ya muy fuerte y quería proteger a su familia. A doña Chusita le afectó mucho este suceso previo a su muerte, era el primer cumpleaños que no lo celebraba con él.

Pero el rasgo más significativo y señalado por todos era su buen humor. Cuando le preguntaban: ¿Y usted en qué anda?, él siempre contestaba: yo en camioneta ando.  Le gustaba hablar con el acento de Zacapa, todo lo tomaba a chiste; cuando su mamá lo regañaba, siempre contestaba algo que la hacía reír.  Doña Chusita cuenta que, en una ocasión, cuando ella estaba de cumpleaños, le dijo a Oliverio: “¿Y usted no me va a dar un abrazo? estoy cumpliendo años. Él se acercó, la abrazó y le dijo: Usté ya está logradita.” 

Una acendrada responsabilidad era otra de sus cualidades relevantes, se dedicaba por completo al estudio y a su trabajo como dirigente estudiantil y social. Era una persona exageradamente comprometida, para ser tan joven, y a la vez, era demasiado adulto en su pensar. Incluso en una ocasión, para su cumpleaños, no lo celebró porque tenía una reunión de trabajo –nos refieren sus compañeras y amigas–. “El presentía lo que le iba a pasar, pero era tan responsable que aún recuerdo que, cuando ya se sentía muy amenazado, él se apartaba: Vos, no te vengás conmigo, no quiero que estés conmigo porque esto es muy peligroso.  Él se apartó de su familia, ya casi no los miraba.  Era tan noble y responsable que evitó que otros salieran dañados, incluso en el momento de su muerte lo demostró…”  Nos refirió Rebeca Alonso, quien era la persona más cercana y quien lo acompañaba en el momento en el que, desde uno de los carros Bronco, empiezan a disparar los esbirros. En el acto, la empuja con el fin de alejarla del tiroteo y sale corriendo hacia el Pasaje Rubio, con el objeto de apartarse del grupo de compañeros y amigos que siempre lo seguía, evitando así que otros murieran.

Dos testimonios reiteran su altísimo talante ético y humano: “Oliverio evidencia a alguien que amaba mucho la vida y que la sacrificó, porque creía en lo que creía y era coherente entre sus creencias y lo que hacía (…) él era un hombre refinado, nunca perdió eso y no tenía porqué perderlo tampoco, pues su sencillez le permitía juntarse con cualquier persona.”[5]  Rebeca Alonso nos dice: “Marcó las cualidades, las características, los principios que debe tener un verdadero líder: Franqueza, honestidad, convicción, transparencia de sus actos…” 

¡Hasta siempre Oliverio! Honor a aquel niño que creció muy rápido y entregó su corazón al futuro.

Cierro con la consigna que lo inmortalizó: «¡Mientras haya pueblo, habrá revolución!”       

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político


[1] Entrevista a la madre de Oliverio, doña Chusita De León de Castañeda. Pág. 46

[2] Entrevista a Rebeca Alonso, compañera y amiga de Oliverio.

[3] También de refinado refiere Angélica Alarcón, su novia.

[4] Entrevista a Rosa María Alejos. Pág. 48 

[5] Entrevista a Angélica Alarcón y Rebeca Alonso. Pág. 50

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