PROVOCATIO: El circo nunca duerme

En la posmodernidad reina la imagen y la fatuidad, la parafernalia y la evanescencia. Ya ni siquiera se aspira a manifestaciones populistas, lo que hay solo da para un espectáculo circense muy precario: payasos sin gracia, malabaristas torpes, utilería y vestuarios vetustos y de muy mal gusto, pistas peligrosas y un público cada vez menos exigente y miope. 

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Mucha gente me pregunta qué personajes creo yo que tendremos para las elecciones de 2023 y mi respuesta es muy simple: los mismos que fracasaron en 2019, más los nuevos arlequines que surgen en el trayecto de 2020 a 2023.  Es impresionante la ceguera de muchas personas que, aún con estudios universitarios (incluso de posgrado) piensen que, ante la debacle nacional, la única solución pueda ser las próximas elecciones. Esta visión chata implica tres cosas muy peligrosas:

  1. La resignación al caos, a la incapacidad, a la corrupción y a la perversión de este gobierno, conscientes que el anterior también acusaba de las mismas características. Es por ello que, por muchas tropelías que se cometan, es casi imposible romper con esta “normalidad”.
  2. La creencia que las elecciones siguen siendo la única forma de “cambiar”, pensando ingenuamente que el problema fundamental es la falta de un mesías político.
  3. La esperanza que, ahora sí, por arte de magia o cualquier artilugio sobrenatural, surja un milagro de la nada.

Hablo del imaginario de las personas instruidas y que han resuelto sus necesidades materiales y emocionales básicas, quienes son una minoría, porque la gran masa se debate entre dos mundos: el primero, formado por millones de personas que luchan por sobrevivir, por lo que su pensamiento es tan corto como la urgencia de su próxima comida. El segundo grupo, conformado por millones también, pero en menor densidad, cuya dinámica de vida se reduce a evitar que el proceso de depauperación los alcance y que pronto los rebaje a la llamada clase media baja o, peor aún, a los sectores que se debaten en la precariedad.

Al no estar organizados ni poseer claridad política alguna, estos dos mundos solo cuentan en política por el sufragio, que ya sabemos, no es elegir sino solo votar. El mundo ciudadano, entonces, se dirime entre tres sectores condensados de la población.

  1. Élites, el segmento más reducido, incluyendo aquí al poder del crimen organizado pues las líneas divisorias (siempre delgadas) dejaron de existir.
  2. Adláteres y advenedizos de la llamada clase media alta, quienes por su propia naturaleza no tienen pensamiento propio sino asumen la cultura dominante y la replican.
  3. Clasemedieros en general, que sueñan con subir en la escala social y económica, pero que la realidad los ubica en un subibaja que muy pocas veces sube.  Su heterogeneidad y su carácter veleidoso hace que su peso e influencia sea mínima.  

Estos segmentos tienen dinámicas muy claras y diferenciadas. Las élites saben que su estatus de privilegio se mantiene sí y solo sí, las masas permanecen ignorantes e ilusionadas con las alegres elecciones, las cuales, ya lo he dicho en varias ocasiones, tienen la semejanza del convivio de la empresa: divertirse como si fueran iguales con todos los miembros de la organización una vez al año, mientras que, al día siguiente, las oprobiosas condiciones siguen siendo las mismas y prevalecen durante el resto del año.   

Estas élites, aunque arrepentidas de su monstruosa creación: la clase política, saben que no pueden prescindir de ella. Como si fuera poco, el que antes era un vecino incómodo, ahora se convirtió en socio y amigo de conveniencia. Me refiero al narco, devenido ahora en empresario multifacético y multinegocios, lo cual incluye por supuesto, la política.

La función principal de este segmento sigue siendo el patrocinio del proceso electoral y el mantenimiento de un imaginario social conservador que no provoque olas peligrosas al sistema.

El siguiente segmento se compone de un grupo de empresarios con menos poder económico que las élites, así como de técnicos, burócratas y operadores sociales y políticos de alto nivel cuya condición los obliga a adoptar el pensamiento elitario so pena de perder sus privilegios. Son el sostén operativo de una élite cada vez más parasitaria y quienes generan la bendita “opinión pública”.

El último segmento, más amplio en número, pero muy difuso en condiciones y pensamiento, son clasemedieros muy influenciados por la cultura light cuya dinámica esencial es soñar con el elevador social que los llevará al éxito económico, al costo que sea. Son básicamente los operadores de redes sociales y los difusores de una opinión pública que es más bien la opinión elitaria. El vaivén de sus vidas depende de sus condiciones materiales de existencia, siempre veleidosas.  

Este grupo contiene subgrupos entre los que podemos encontrar niveles de rebeldía que no prosperan por cuatro elementos: su escaso número, su poca o nula organización, su tendencia a la digresión en perjuicio de la unidad y, sobre todo, por la falta de claridad política y acusado activismo sin sustancia.

Sin que la estructura política social y económica de este bello paisaje haya cambiado, es lógico entender que no surgirán súbitos escenarios diferentes en 2023. Lo chusco, lo vulgar, lo descarado, lo fatuo y lo siniestro parecieran conformar un perfil perpetuo. La ausencia de proyecto político y programa ideológico; la falta de liderazgos serios y planes de gobierno pertinentes y realistas devienen en una normalidad anormal.  

En la posmodernidad reina la imagen y la fatuidad, la parafernalia y la evanescencia. Ya ni siquiera se aspira a manifestaciones populistas, lo que hay solo da para un espectáculo circense muy precario: payasos sin gracia, malabaristas torpes, utilería y vestuarios vetustos y de muy mal gusto, pistas peligrosas y un público cada vez menos exigente y miope.  

Los Mulet, Torres, Ríos, Aldana, Arzú, Estrada, Farchi, Escobar, Rivera, muestran sigilo pero con una ansiedad sabedora que sus actos no necesitan nuevos trucos para encandilar al cotarro. Preocupados únicamente del surgimiento de competencias que, aunque tan torpes como ellos, puedan reducir el tamaño del pastel político. Neto y otros pancraciastas de ocasión, ensayan desde ya en pista anexa. El espectáculo se prevé más grotesco para 2023, porque en Guatemala ¡el circo nunca duerme!