Promoción del odio

mario fuentes

El odio es un sentimiento de antipatía y aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea. Luego, la promoción o campaña de odio es el conjunto de actos o acciones que se aplican y buscan el rechazo, el repudio, el des­precio o la repugnancia hacia alguien o algo.

Respecto del odio Plutarco dice: El odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás. Asimismo, Arthur Schopenhauer expresa: En no pocos casos el odio a una persona tiene sus raíces en la estimación involuntaria de sus virtudes.

Generalmente, las promociones o campañas de odio contra las personas concentran esfuerzos y recursos en descalificar, desacreditar, demeritar o destruir el prestigio, la fama y el buen nombre de los individuos contra quienes se montan o accionan, con la finalidad de deslegitimarlos, restarles credibilidad o promover su separación o exclusión de círculos sociales, econó­micos o políticos.

Las promociones o campañas de odio identifican enemigos y son brutales en cuanto a injuriarlos, calumniarlos y difamarlos. Al efecto, se echa mano de intrigas, inventos, trucos, rumores, falsas imputaciones y montajes con el ánimo de erosionar la reputación o credibilidad de la víctima, o someterla a escarnio o vergüenza pública. Muchas veces, al sujeto obje­tivo o blanco se le endilgan supuestos crímenes para que sea tachado como delincuente común o peligroso.

En lo político, la promoción o cam­paña de odio se asocia a la propaganda del odio e, incluso, a los crímenes de odio, que son los delitos motivados por prejuicios, que conllevan ataques o agresiones físicas, la destrucción de la propiedad, la intimidación, la amenaza, el acoso, la coacción, el insulto mordaz o la conjura.

Al adversario, disidente u opositor se le considera un enemigo jurado a quien hay que callar, amordazar, subyugar, encarcelar o aniquilar; y, por consiguiente, a alguien a quien no hay que respetar, tolerar y tratar con deferencia.

La propaganda del odio se basa en la intolerancia, la intransigencia y la con­frontación. A través de la propaganda del odio pueden fomentarse terribles distorsiones o injusticias, tales como la discriminación racial, el odio religioso, el odio entre ricos y pobres, la homofo­bia, la misoginia, la xenofobia, etcétera.

Los regímenes despóticos echan mano usualmente de la promoción del odio contra sus críticos, detracto­res y enemigos, como una manera de reprimirlos y estigmatizarlos. Las dictaduras de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) y Jorge Ubico Castañeda (1933-44) hicieron acopio de estas aberrantes y demenciales prácticas descalificadoras y excluyentes.

Sin embargo, la promoción del odio no solo ha sido patrimonio de los regí­menes gubernativos que se han perpe­tuado en el ejercicio del poder público. También algunos regímenes surgidos de la apertura política de 1985 han sido particularmente intolerantes e intran­sigentes, como los de Jorge Serrano Elías (1991-3), Álvaro Arzú Irigoyen (1996-2000), Alfonso Portillo Cabrera (2000-4), Álvaro Colom Caballeros (2008-12) y Otto Pérez Molina (2012-5), los cuales promovieron campañas de descalificación y exclusión contra críti­cos, disidentes y opositores.

La Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José) establece: Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusi­ve los de raza, color, religión, idioma u origen nacional.

En una democracia republicana lo más importante no es, a fin de cuentas, que prevalezca un grupo social, una idea o una creencia, sino que exista el libre juego de opiniones, así como la armonía en la diferencia, que es baluarte de la paz social.

Por ende, no es cuestión de silenciar o suprimir al disidente, al opositor o al diferente, sino que es una tarea imprescindible garantizarle que se desarrolle y exprese con libertad, y sin que se ponga en riesgo su vida, integridad personal (física, psíquica, moral y jurídica) y demás derechos fundamentales.

La intolerancia no permite el debate, la negociación y la solución pacífica de las disputas. Por lo contrario, alimenta la confrontación y la violencia. La into­lerancia redunda en irresponsabilidad y abuso, porque, en vez de refutar y rebatir, que es lo razonable, se recurre a la provocación, al irrespeto y a la humillación. George Bernard Shaw es elocuente cuando afirma: El odio es la venganza de un cobarde intimidado.

En suma, bajo ningún punto de vista debe permitirse el estímulo o fomento del odio en nuestra socie­dad, porque, inequívocamente, no fortalece lo que nos une, sino que lo que nos divide.

* Abogado y Notario (URL). Máster en Administración de Empresas (INCAE). Catedrático de Derecho Constitucional (URL). Columnista del diario elPeriódico. Exdecano de Derecho (URL). Expresidente del Centro para la Defensa de la Constitución (CEDECON). Expresidente de la Junta Directiva de la Cámara Guatemalteca de Periodismo. Exvicepresidente del Tribunal de Honor del Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala.