En toda la vida laboral de las personas, que en mi caso ya suman 25 años, los ciudadanos nos encontramos con profesionales de todo tipo: La mayoría, que intenta hacer sus labores lo mejor posible; otros, la minoría, que no hace tanto esfuerzo.
Siempre he admirado a los profesionales de la construcción, desde los arquitectos e ingenieros, hasta el último obrero, pues ellos, más que nadie, con sus construcciones de todo tipo (casas, monumentos, fábricas, puertos, aeropuertos, etc.), convierten en realidad el progreso de la humanidad. No obstante, deben guardar cada vez más precaución en sus quehaceres, pues ignorar en sus trabajos el medio ambiente o las leyes de seguridad, independientemente de que legalmente estén autorizados a hacerlo, está contra toda ética o moral permisible.
No olvidemos a los científicos, que con sus invenciones e investigaciones, crean el progreso. Ellos son el pasado, el presente, y el futuro, pero este puede ser muy oscuro si trabajan para determinados gobiernos o multinacionales avariciosos sin ninguna ética, que por mero lucro crean enfermedades, armas o herramientas que puedan destruir la humanidad, o lo más valioso de la misma, su libertad.
Y esto me temo que hoy está ocurriendo en algún lugar del mundo, aunque mejor ni quiera saberlo. También están los abogados o juristas, buscadores de la justicia de altas miras en sociedad, una causa verdaderamente honorable.
El problema es cuando se transforman solo en enterradores de las pasiones humanas mediante jurisprudencia. Si se limitan solo a ello y me temo que algunos pocos solo llegan hasta ese epígrafe, entonces pierden su altura de miras, y se convierten en unos actores más en los conflictos surgidos por las pasiones humanas básicas y terrenales.
Otro grupo importante de profesionales a mencionar son los periodistas, el primer frente en la búsqueda de la verdad, tan respetable causa.
El dilema surge cuando lo más importante no es decir la verdad, sino vender más, ahí surgió la prensa amarilla y el respeto se pierde; se vuelve de nuevo, un actor más en el juego más superficial.
Pudiera hablar de mi gremio, el de los emprendedores o economistas, o el de los politólogos, mi hobby. En esos grupos he encontrado grandes hombres que con su visión, han convertido ideas en realidades, han dictado correctamente el camino a económico a seguir o han sabido descifrar la verdad detrás de cada político. Pero también me he encontrado con mucho “pico de oro”, que presume de hacer y no hace nada, que presume de saber, y como todos, no sabe nada. Y que desgraciadamente por solo saberse vender, dejan detrás a los que verdaderamente saben y que simplemente no pueden comercializarse.
Pero hoy no es el día para profundizar en estos gremios, sino para hablar de uno nuevo que está surgiendo en la humanidad. Se trata de los profesionales de la manifestación.
Aunque el término manifestación como tal no es algo nuevo en el género humano, pues siempre ha habido formas de manifestarse, el profesional de la manifestación, por el contrario, sí que es algo contemporáneo y cada vez más en boga.
Y ¿quien es el profesional de la manifestación? Aquél que no tiene una ocupación laboral permanente, que no tiene necesidad de llevar el pan a una familia y por tanto, tiene tiempo para manifestarse cualquier día de la semana.
A él le importa, como dirían en mi país, un comino, el negativo efecto que puede hacer a la sociedad el bloquear el camino a los que trabajan o impedir que se pueda dar educación a los menores de edad. Aquellos que saben que por manifestarse, pueden conseguir imponer la causa de su grupo o del grupo que les paga por manifestarse, sin importar los medios.
No todos los que se manifiestan caen en este epígrafe, por supuesto que no; hay gente que se manifiesta por nobles causas, por explotación indebida, o por motivos políticos justificados, como fue el levantamiento contra la corrupción que vivió Guatemala el pasado 2015.
¿Y cómo los diferenciamos? Pues sencillo, los primeros no tienen piedad en afectar la vida del resto de la sociedad, más bien se regocijan de ello, pues creen y saben que con estas prácticas, las sociedades débiles caen a sus propuestas. Los segundos, por el contrario, se manifiestan en días que no afectan a otros en sus labores, en momentos en que sus cargas profesionales, familiares y personales se lo permite, pues son gente que crea riqueza a la sociedad, y no “actores” sociales que viven de la misma.
En el mundo actual, aquellos que se manifiestan solo por beneficio propio a corto plazo, no solo están consiguiendo beneficios económicos en mucha parte injustificados, sino que incluso en el Siglo XXI están llegando al poder, para desde ahí, seguir desangrando a la sociedad hasta que, si no son frenados, hacerla extinguir.
Pueden decir que soy un exagerado, pero cuando en una sociedad gobierna quien no valora el trabajo del día a día, y manda el que solo vive de la conflictividad social y no de generar riqueza, ese día ese país, ese Estado, está cavando su tumba, para tumbar en ella no solo las pasiones habladas anteriormente, sino también el cuerpo de las mismas. El Estado, en este caso.
Quien dude de ello que mire a ciertos países donde ya gobierna este tipo de personajes. El que avisa no es traidor, no dejemos que el mundo se desangre en la ignorancia.