Dos percepciones distintas se cruzan en la actualidad. La idea de que en materia de decisiones políticas de fondo no pasa nada. Presenciamos improvisaciones y agendas que afloran, pero que apuntan a crear confusiones; persiste la sensación de que el país va a la deriva. Crisis van y vienen, y no se encaran, e incluso se evaden a propósito. Muchas dependencias del gobierno siguen con la inercia del 2015. Nadie se atreve a tomar decisiones, sea por desconocimiento o temor a consecuencias inusitadas, como la de cientos de involucrados en los casos puestos sobre la mesa. A casi cuatro meses del nuevo gobierno, la presencia de funcionarios del equipo patriota es evidente. Los nuevos siguen sin asumir y su presencia no es perceptible para responder a demandas. Los recién llegados siguen repitiendo la dosis de inoperancia, tráfico de influencias, búsqueda de beneficios particulares, alta propensión de erosionar lo público, continuar cometiendo actos de corrupción. Tal parece que la consigna es sigamos en lo nuestro, que los implicados en los casos son otros; los que no supieron hacer las cosas.
La otra percepción es que la lógica de los casos continuará cambiando el curso de los hechos. La lista de acontecimientos se asume como un trompeta, hielos que va con todo, lleva fuerza y ruta trazada. Eso alienta la imagen de espera a que el destape por si solo creará nuevas condiciones para transformaciones importantes.
Cabe entonces separar tres conceptos fundamentales e interrelacionados. El momento actual es un proceso político de mediano aliento —iniciado públicamente en 2014, pero como respuesta a los hechos punibles del gobierno PP—. Un proceso es una secuencia de hechos políticos interconectados, al interior del cual se dan las coyunturas. Cada caso es rodeado de una primera etapa, cuando se da el destape y las primeras consecuencias.
Lo interesante y distinto de coyunturas anteriores, es el vínculo entre hechos. Un caso tiene relación con otros, varios implicados aparecen repetidos. Las redes criminales muestran lo que han sido capaces de edificar, solapar y evadir. En cada coyuntura aparecen nuevos fenómenos, como la defraudación fiscal en el caso Aceros de G., o el uso del botín del seguro social en IGSS-Pisa.
El proceso actual reúne dos condiciones: intensidad y densidad. El primero, relacionado con la cantidad de eventos reunidos en un mismo período. En un año pasamos de la orilla a la reventazón. La densidad es la amalgama de ingredientes que cada coyuntura aporta que agrega más capas de desafíos a una sociedad que despierta estupefacta ante lo que se ha producido maliciosamente ante sus ojos impávidos. Aparece el tercer concepto, la crisis (política), momentos en los que el sistema y sus relaciones no pueden continuar funcionando, como lo han hecho hasta ahora. En principio, cada caso era una disfuncionalidad. Hoy, el conjunto es el contradictorio, donde las simples reparaciones son insuficientes; por el daño provocado.
A lo largo del proceso en curso, hemos experimentado muchas coyunturas y algunas crisis —momento que concentra tensiones y conflictos—. El desafío es extender el proceso para que los cambios que asoman sean sostenibles. Las coyunturas seguirán acumulándose, pero corren el riesgo de leerse como eventos sueltos. Varias son las presiones que apuestan porque impere la lectura de la dispersión, ya que reconocen que el verdadero valor del momento histórico que vive Guatemala, es la concatenación de hechos. De la misma forma, afecta cuando se genera la percepción y se fuerza la máquina más de la cuenta, sin comprender la gradualidad de los cambios. No por mucho madrugar amanece más temprano, es una frase poderosa. Se puede retroceder lo poco que se ha caminado, en la medida que por ligereza, análisis equivocado, saboteo o ansias desmedidas, se quiere correr en lugar de caminar. Esas lecturas erradas se la ponen fácil a los que quieren ver fracasar los vientos de cambio que comienzan a soplar.