Gustavo Leiva
A veces el tema político y las futuras elecciones se discuten solamente teniendo en cuenta el espacio de los 108 mil kilómetros cuadrados de nuestro territorio nacional.
Creo que para comprender por qué los políticos son tan importantes, es necesario salirnos de nuestro territorio y, como si estuviésemos navegando en el espacio, veamos a Guatemala desde los tantos satélites que dan vueltas alrededor de nosotros todo el tiempo.
Esta mirada satelital es necesaria para cobrar conciencia del lugar que ocupamos en el globo terráqueo. Cualquiera que haga este esfuerzo, con facilidad concluirá que nuestra posición tiene un valor incalculable que todavía no hemos siquiera valorado. Pero que estamos en un punto estratégico del mundo, no cabe la menor duda.
Es preciso ver hacia el este y al oeste de nuestro país para ver que, en rigor, ocupamos uno de los espacios más importantes entre las cuencas del océano Pacífico, que nos separa de Asia; y la cuenca del Atlántico, que nos separa de Europa. Además, la distancia que hay que recorrer para llegar de uno al otro océano, es perfectamente superable a través de una infraestructura que, aunque cara, nos hace sumamente rentables.
Si tuviéramos que hacer una imagen que complementara la que ya tenemos del planeta Tierra, podríamos decir que Guatemala podría, con facilidad, ser el portaviones de nuestra nave espacial. Desde nuestras coordenadas se puede llegar a cualquier lugar del mundo en el menor tiempo posible. Estar temporal y espacialmente en el ombligo del mundo, es, después de nuestra cultura, el más grande de todos los tesoros que tenemos como nación.
Si a esta imagen del portaviones le agregamos que, como istmo, emergimos de los mares hace aproximada-mente 70 millones de años, gracias a la fuerza explosiva de nuestros volcanes, tenemos que nuestras montañas y playas guardan una inmensa cantidad de minerales apetecidos en todo el mundo.
¿Por qué, entonces, los políticos, a quienes vamos a elegir en menos de un mes, son tan importantes? Porque, esta misma mirada satelital, más el uso de tecnología de punta para indagar desde el cielo la composición de nuestros suelos, ha sido mapeada e investigada por potencias mundiales que tienen puestos los ojos en nosotros. Me refiero especialmente a los grandes capitales de la China y Rusia.
Ninguno de estos dos frentes financieros internacionales necesita de capital nacional para hacer sus inmensas inversiones. La plata les sobra. La tecnología la tienen a la mano y no necesitan de nuestros profesionales. El conocimiento de mercados y la demanda de productos, desde los alimentos hasta las arenas negras de nuestras playas del Pacífico, ya existen y es cuantioso. ¿Qué les falta para completar su invasión? ¡Nuestros políticos! ¡El apoyo de los tres aparatos del Estado! Quienesquiera que sean nuestros gobernantes, desde la más humilde alcaldía municipal hasta el más encopetado de nuestros diputados, ministros, presidente y vicepresidente, van a tener que ser más que probos, porque, día a día, van a ser tentados a dejarnos sin país.
En mi memoria, una situación como esta, en la que una región del mundo pueda ser el blanco de las superpotencias mundiales, ocurrió, para mí, cuando se dio la Primera Guerra Mundial, en junio del año de 1914.
En lugar de ser Centroamérica, en aquélla época lo fueron los Balcanes. En lugar de ser América del Sur, en aquellos tiempos, fue la paulatina caída del reino Otomán, que provocó afanes independentistas en países como Macedonia, Albania y Serbia. Cuando los archiduques austro-húngaros fueron asesinados en Sarajevo, y Austria reaccionó con toda violencia, desató la furia alemana que se había estado preparando desde que Napoleón perdió la guerra en Waterloo, para convertirse en el principal protagonista de la Primera Guerra Mundial. Quien salió a proteger a Serbia de la invasión austriaca fue Rusia, seguidos por Francia, después por Inglaterra y, finalmente, entraría los Estados Unidos.
Cuando las condiciones llegan a estos extremos, lo trágico, además de la guerra, es que la gente, la sociedad civil, las organizaciones naturales de las comunidades, ya no cuentan. En las guerras la gente pone a los muertos, pero el control y las grandes negociaciones con sus enormes ganancias están en manos de los políticos y quedan finalmente en las cuentas de bancos de sus socios capitalistas.
Por supuesto que nadie puede decir que nuestra situación nacional, aunada a la de El Salvador y Honduras va a devenir en una guerra. Pero que van a llover cientos de millones de dólares, como si la hubiera, de eso ya no hay duda alguna.
A veces el tema político y las futuras elecciones se discuten solamente teniendo en cuenta el espacio de los 108 mil kilómetros cuadrados de nuestro territorio nacional.
Gustavo Leiva