Cuando la participación ciudadana pasa de opinar, proponer, analizar e incluso auditar a un formato que lacera el tejido e interacción social, creo que es momento de replantearnos ¿cuál es la vía de participación que queremos proponer?
En los últimos dos años he visto un incremento en la participación ciudadana, al punto de que nos convertimos en una sociedad referente para el resto de países, que al igual que nosotros se encuentran en una agonizante corrupción y sin saber por qué rumbo tomar. No obstante, el despertar ciudadano en Guatemala fue arrollador. No voy a adjudicarle el haber podido remover al binomio presidencial del partido Patriota, sino que me circunscribo a que esas voces, pancartas y sobre todo la unión de muchos sectores que estuvieron aislados, quizás siempre, a raíz de esta zarandeada en nuestra dignidad que nos ocasionó la revelación del caso La Línea y cooptación del Estado, se hicieron oír y nos llegamos a convertir en esas voces incómodas en la plaza. Sobre todo, incómodas para las estructuras enquistadas en nuestro sistema.
Unos creerán que participar implica opinar desde mi tribuna virtual llamada Facebook o Twitter, sin embargo, lo único que se logra es dividir aún más los criterios sociales que se tienen sobre lo que está pasando actualmente. De nada nos sirve perder amistades y decirle sus verdades porque no piensan como yo. Deberíamos ser más atinados, informarnos y opinar con argumentos fundamentados para no caer en pretender ser todólogos, porque lo único que logramos es caer en ridículo y eso precisamente no es participación ciudadana.
Hace unos años leí un documento que mencionaba los tipos de participación ciudadana, los cuales describía que hacerlo implicaba varios niveles o peldaños y que cada uno son un ejemplo de acciones encaminadas a proponer y participar para hacer mella desde la sociedad civil, si bien, unos tienen más exposición y alcance que otros, no significa que tengan menor impacto o valor social. El documento decía que estos iban desde escribir en voces de los lectores en el periódico local, participar en la junta directiva de su colonia o recinto habitacional, crear proyectos de labor social que impacten a grupos desfavorecidos, hasta postularse como candidato a un puesto de elección popular. A mi criterio todos aportan y hacen valer opiniones en busca de conciliar posturas encontradas.
Valdría la pena cuestionarnos en cuál nivel estamos y no solo eso, sino también en cuál queremos estar. Los muros de las plazas virtuales no forman parte de estos niveles antes mencionados, estos se han convertido en “la verdad” de cada opinador y en los juzgados punzantes que exponen una marcada forma pasivo-agresiva de apedrearnos. No construye, al contrario, nos destruye, nos polariza y nos empuja en una situación de asolamiento que no nos merecemos.
Mas bien, seamos propositivos, aportemos, acerquémonos a los grupos ciudadanos que más se acerque a la forma en la que pensamos, o algún tanque de pensamiento que puedan ya estar trabajando en alguna propuesta para mejorar la situación tan despedazada que leemos en los periódicos y vemos en los noticieros diarios. Seamos más que gritos y exigencias que caen como disparos al aire y sin objetivo concreto. Sin un norte fijo y sin propuestas fundamentadas no pasaremos de ser como los habitantes de la vecindad del Chavo del Ocho que celebraban una vez al año el “Día de la buena vecindad” y lograban ser amables y amistosos esa única vez en el año, siendo ofensivos, pesados y mal educados unos con otros los 364 días restantes. ¿Una celebración así vale la pena?, por supuesto que no. Los guatemaltecos somos más que eso y los que amamos profundamente nuestro país, soñamos con sembrar y cosechar frutos que perduren y que nos inviten a ser cada vez más celosos de nuestro legado.